lunes, 27 de diciembre de 2010

Amor sin fin

Te amé hasta cualquier fin.
Amor sin fin, vacilación del instante
en que se rompe la palabra
y todo brota y todo es del silencio.
Amor posible, que se desnuda
frío y cumplido, déjame empezarte
sin principio y acabarte sin final,
déjame amarte, solamente,
en lo que eres y no eres, sin tiempo,
sin olvido, sin vuelta atrás ni adelante.
Deja que este instante sea lo único que nos quede
cuando solo nos quede este instante. Deja que seamos
sin ser, lo que somos, es decir, el todo y nada más
ni nada menos, ni nada acaso. Solamente tú y yo,
escondidos en el bosque anaranjado del otoño,
en medio de los arcos verdes de las ramas
y de las hojas que acolchan nuestros pasos.
En medio de todo y de nada quedaremos,
como el viento y los silencios, como la noche
y sus estrellas bajo el rumor de los grillos insomnes.
Todo será lugar repentino del amor, recogimiento.
Todo será lo que nunca dejó de ser, lo informe.
Entonces sabrás que aquel encuentro cierto, excelso,
vivo como ascuas o como beso, no fue de este mundo,
no fue de nadie. Sólo del amor y del silencio amante.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Hacia un mundo sostenible

La complejidad del mundo va en aumento. Así le parecerá a quien intente comprender las circunstancias de su presente y los retos que plantea el futuro. El primero, la viabilidad de su continuidad, su sostenibilidad. Una palabra que refleja planteamientos realistas sobre los modos de vida del presente y la posibilidad de un desarrollo óptimo entre el ser humano y su mundo. ¿Qué es lo que hay que "sostener"?, nos preguntaremos. Sin duda, la vida misma, no solo la propia de nuestra especie, sino la vida en el planeta, la vida y el bienestar de la tierra, es decir, la naturaleza. Eso que somos. Eso que estamos olvidando que somos. El hombre vive cada vez más ajeno a sus circunstancias naturales, en un mundo paralelo y artificial, en un circuito "inhumano" de sobreexplotación de los recursos que posee, empezando por la sobreexplotacion hacia él mismo. El ritmo de la vida se ha acelerado drásticamente en los últimos cien años, desde el incremento masivo de la población humana hasta la organización vertiginosa de su tiempo. Si el hombre va más rápido que la naturaleza, si la usa como un fin para sí mismo dando la espalda a su ritmo: el tiempo que necesita para respirar y ser plena, indudablemente, lo único que logramos es ahogar, anegar, aquello que nos provee y cobija. Gaya necesita un respiro y -sobre todo- un sincero y más paciente cuidado por parte de sus hijos.

El afán explotador siempre se vuelve contra quien lo proyecta, como un bumerán de afiladas puntas. De la "revolución industrial" pasamos ahora a una "revolución ambiental". El "cambio climático" amenaza este futuro sin que se proclame más solución que ninguna, esto es, seguir como estamos, pero más rápido, más brutalmente. No nos engañemos, nada está cambiando, casi nada está mejorando. Las buenas intenciones, como la apuesta por las energías renovables, son abandonadas si el negocio no sale rentable. El mercado financiero se ha convertido en el espejo de la salud de una civilización y esa es la engañosa empresa de una sociedad que solo invierte en ella misma a fondo perdido. Para Marx, la realidad material tuvo su metáfora en el dinero y desde entonces esa es la triste poesía que heredamos día a día. Marx hizo la radiografía de un problema y ésta se convirtió en el paradigma de una nueva religión: el capitalismo.

Una sociedad que no pone en cuestión el mundo -y modo- en que vive -que es incapaz de someter a juicio todo lo que se le ha dado por válido- está abocada a un sometimiento espiritual tan silencioso que ni siquiera sabrá reconocerse como lo que es: el problema principal. Problema cuya solución se encuentra en ella misma. Escasea la participación, el interés por buscar soluciones, por cultivar una inteligencia para el cambio, y aprovechándose de ello, el poder sirve en bandeja sus anestesias para mantenernos dormidos frente a nosotros, frente al mundo y frente a los otros. El hombre al que aludimos, alterado por su separación de sí (que Hegel llamaría "conciencia infeliz"), sobreexplotado por el ritmo frenético y deficitario de la existencia actual, la cual no le pertenece, despertará en su conjunto o en su mayoría, queremos suponer, más temprano que tarde, de este sueño trágico de la evasión de sus rasgos genuinos: la inteligencia; y con ello la búsqueda y hallazgo del sentido a su vida, superponiendo la esperanza y la voluntad frente a las adversidades que refrenan el ímpetu renovador.

Cerrar los ojos a lo que somos no evita el problema, sino que lo enmudece e incrementa agónico y escondido, a falta de una mecha que lo estalle, irremediable. Esa fragmentación del sentido y la consecuente pérdida de cambios sensibles, ausente el principio activo de los valores humanos potenciales, siembra el paradigma de los problemas actuales (un futuro insostenible), ambientado por la escasez de recursos propios -intelectivos, emocionales- capaces de refrenar y redirigir la escasez espiritual de una sociedad en el ámbito material de su mundo concreto. Desde Freud la psicopatología se explica como un estado natural del hombre, su neurosis o déficit existencial prefigura el mapa de sus aspiraciones. Y la materia no sacia nunca el hambre del espíritu, por mucho que queramos sacar de ella. Conviene, pues, avivar esa vuelta de tuerca que relegue al hombre autómata y alienado, que sólo avista una felicidad material ilusoria y egocéntrica, reclamando al hombre real, al que es como prototipo de sus cualidades: la persona creativa, capaz de superarse y de crecer en la coherente búsqueda de su identidad esencial y altruista. Eso es la cultura, la riqueza espiritual sin nombre ni apellidos, solamente humana. De este modo, evocando a Emerson, el hombre se trasciende a sí mismo y se hace uno con todos, sin separarse de nada ni de nadie. Sólo así podrá sostenerse y ser sostenible: elevándose por encima de sus limitaciones, viviendo de cara a sus retos y profundas aspiraciones. No guardando para sí, sino dando lo que tiene para ganar todos con ello.

Diario La Verdad, 19/12/2010

domingo, 12 de diciembre de 2010

A ti, que siempre eres

Somos dos cuerpos no hechos de tiempo
que se abrazan ajenos al pasar,
absortos en su mundo
de entregada devoción.

Mundo evidente, de ágiles susurros
y de ropajes tenues, desatados, sinceros,
donde beben nuestros cuerpos
el néctar de su gozo,
el circundante hábito de esconderse
y reencontrarse en juego amante,
en sigiloso ofrecimiento de amor.

Toma mi dicha, esperanza abierta
de los días, recorrido de la piel
y sol de estancia infinita, musgo
que cubre placeres, recónditos
huecos de deseo, querencias
múltiples de lo interno y venidero.

Toma mi dicha, esta exhalación de gozo.

En el amor, sólo en el amor,
te encuentro y te conozco.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Estado e infamia

Las sorprendentes filtraciones de Wikileaks nos confirmar la imposibilidad de confiar en quienes nos gobiernan reflejando claramente lo que ya todos sabemos: lo que se muestra a los ciudadanos y lo se hace en la sombra es radicalmente distinto. La verdad no interesa cuando hay intereses en la mentira, cuando se descubren los hilos que tejen una estructura de poder mucho más sombría de lo que podemos imaginar. Más allá de las filtraciones que salgan a la luz en Wikileaks, unas más relevantes que otras, la cuestión que resalta, el tema de fondo, es si una sociedad solamente puede conocer la verdad a través de actos de espionaje, como se han calificado, y por qué no es legítimo que todo lo que estamos conociendo llegue de forma natural y directa al ciudadano. Enseguida vendrán las cuestiones de seguridad interna y diplomática para excusar las faltas de un poder que abusa de su capacidad de mando, conferido por los ciudadanos en acto democrático, conformando –sin embargo- un gobierno como los de antes, aquellos absolutos que cínicamente lo hacían todo por el pueblo pero sin el pueblo. Todo esto ha venido en un momento en el que la seguridad económica y social de las personas también está siendo puesta entre paréntesis, abogando por un recorte de gastos, de austeridad, que consiste en asfixiar a los que menos tienen para dar un desahogo a los que más tienen: el mercado financiero. Por ello, el llamado ‘estado de bienestar’ está desapareciendo paulatinamente, diciéndonos que la única solución pasa por la privatización de todo, para que sigan siendo ricos los que siempre lo fueron.


El Estado lleva el camino de convertirse en una empresa más, envuelta en intereses, como nos muestra Wikileaks, que nosotros apenas soñamos sospechar. Así ha ocurrido en el conflicto del Sahara Occidental y Marruecos, donde se mira para otro lado, a pesar de la evidente violación de los derechos humanos por parte de Marruecos, solamente porque no conviene geo-estratégicamente o como se quiera llamar, que siempre será el mismo nombre con distintos sinónimos, esto es, el dinero. Y en las estructuras actuales el dinero siempre llega a los mismos, empezando por los bancos que luego lo reparten con intereses esclavistas. Ese caballero poderoso lo sigue moviendo todo y nos muestra las miserias de un poder que corre tras él sin mirar lo que va arrasando a su paso. La ciudadanía vive ajena a las circunstancias del mundo, simplemente tiene el derecho a mirarlo a través de la ventana del televisor y cada vez comprende menos qué ocurre, porque ve que lo que se hace no va con ellos nunca. La ciudadanía deposita el voto y por ello, lo que el poder piensa es que merece ser engañada ejemplarmente, con la mejor campaña publicitaria y de frases hechas que pueda decantar o mover el voto en una dirección u otra, pero, como bien sabemos, eso es lo que menos importa, esa farsa de los partidos políticos, la cortina de humo del poder real, ya no se la cree nadie. Un argumento defendido por uno pasa a la boca del contrario en menos de lo que canta un banquero en sugerirlo o tras un mal día de bolsa. Como siempre, los filósofos ya sabían esto hace tiempo y sus palabras parecen haber sido escritas hoy mismo, como en el caso de Schopenhauer, quien define al Estado como: “esa obra maestra del egoísmo inteligente y razonado”. A propósito de Wikileaks también nos valen las siguientes palabras de Schopenhauer refiriéndose a cuando queda en evidencia lo que oculta el Estado: “se verán estallar a la luz del día los apetitos insaciables, la sórdida avaricia, la falsedad secreta, la perversidad, la perfidia de los hombres”. No queda mucho más que decir, la infamia está servida desde hace mucho tiempo en la forma de una gran pantomima que sufrimos cada día esperando que alguien nos redima de la fatal soga que dirige nuestras vidas, es decir: la estructura del poder organizado, la mafia legal cuyos juegos en la sombra cincelan el mundo en que vivimos. La verdadera infamia ha sido decir que había una crisis cuando lo único que había era una necesidad imperiosa de mayor poder y control sobre el individuo.


Diario La Verdad, 05/12/2010

viernes, 3 de diciembre de 2010

Balada del amor triunfante

Me dejé en ti la vida entera
sombra de mis ruinas y herida de mis luces
caminé por tus susurros
como el viento por el agua
sin tocarte, sin tenerte
pero viéndote pasar
Caminé contigo y sin ti
en tu voz que olvidabas
y yo recordaba en soledad
haciéndote inmortal
Caminé contigo, amor,
olvidándome a mí mismo,
siendo en ti, muriendo en ti,
callando en ti
La palabra no alcanza
este canto silencioso
del alma
La muerte quiere llegar
pero se olvida
porque también te ama
Me dejé en ti la vida entera
y aún no muero, no,
de amor no muero
porque de amor
no hay muerte
que nos mate
La vida es de los amantes
La muerte no es de nadie
Te quise una vida entera
y aún te amo, porque de amor
no se muere, aunque nos maten.

lunes, 29 de noviembre de 2010

domingo, 21 de noviembre de 2010

Lo que queda de la libertad

La pervivencia de la libertad del individuo se perfila como cuestión a debatir en casi todos los aspectos de la vida, siendo en primer término la libertad social la que caracteriza el devenir humano. Un hecho evidente, que no deseable, es el que hace al hombre esclavo de sus pertenencias, de su estatus y de sus aspiraciones mundanas. La terrible ‘vanitas’ queda impregnada en el engranaje de las acciones. Siguen resonando aquellos versos primeros de la “Epístola moral a Fabio”: “Fabio, las esperanzas cortesanas / prisiones son do el ambicioso muere / y donde al más activo nacen canas”. El espejo social de las apariencias ha conducido al individuo a su enmascaramiento. El temor no se desenmascara si nunca termina de incrementarse su atuendo y maquillaje, en un constante vocerío de artificios donde finalmente ya no existe espejo en que reconocerse, salvo el espejo virtual de los valores convenientes. No queda otra alternativa –para vernos reales- que la aprobación del otro o del grupo. La libertad social, por otra parte, es fundamental y positiva en sus aspectos más profundos, como son los vínculos personales, la cooperación y la solidaridad entre los individuos, que nace siempre cuando es sincera, comprometida, asumiendo que el otro es uno mismo. Una búsqueda del ‘bien común’, en definitiva. La historia y la literatura nos cuentan que el hombre nació para las guerras, pero también para evitarlas, que nació para luchar por su grupo pero también para salvar y comprender al otro, aunque no perteneciera a su grupo. Hemos de aceptar esta tragedia o dualidad implícita en lo humano con el fin de no repetir lo destructivo, es decir, aquellos hábitos nocivos que patentaban el temor y el sufrimiento propio o ajeno. Hemos de aceptar para cambiar. Las “esperanzas cortesanas”, ese deseo de ser a través de la legitimación social que el grupo dictamina, conduce a muchos a hacer aquello que creen es lo aceptado por el otro para ganarse a sí mismos, a pesar de ir en contra de su propia conciencia y voluntad. Entonces la libertad social se transforma en esclavitud. En egoísmo socializado, como una marea que arrastra incluso a los que nadan contracorriente.

Hace unos ciento veinte mil años, los hombres se reunieron para hacer algo distinto a marchar de guerras o de cacerías, que fue enterrar a sus muertos, lo que Canetti llamó 'muta interna', pues de algún modo su actividad iba motivada hacia dentro; el viaje no tenía un fin externo, sino que supuso un alto en el camino, un afecto, miedo o respeto, consistente en guardar un cuerpo ritualmente, con flores simbolizando lo perenne y seguramente entre lágrimas derramadas. Allí donde hay grupo en torno al muerto, pende la soledad de un hilo encendido por la incertidumbre. Allí donde algún otro queda yerto, caído como estatua sobre la tierra, aparece uno mismo viéndose solo, acompañado del abismo sagrado en mirada al cielo, poética e interior, reclamando una respuesta que afirme el sentido del camino, en mitad de los acostumbrados quehaceres ya despojados de sentido, desvelada su trivialidad, en esos instantes críticos donde el tiempo se detiene entre preguntas, asombros y quejas llameantes. Sabe el hombre que la vida es un trasiego efímero y mora en su duda saber si hay conclusión o continuidad alguna a lo que es. Mientras tanto pasa su tiempo sin saber qué hacer de él, ligado a la sociedad como un cordón umbilical que le estira incesante hacia no se sabe dónde. Ve en los telediarios la sinrazón desplegada por todos lados y sospecha taciturno que las personas que sufren o que causan el sufrimiento son todos sus hermanos, individuos espejos de una misma especie. Sabe, en el susurro de su corazón, que no hay enemigos posibles, como anunció Jesucristo, sino inconsciencia, severa ignorancia que enturbia la verdad del latido unánime: la vida.

La libertad respecto al otro nos invita a pensar con el otro y no a pensar únicamente desde el otro. No se trata de conquistar lo que no es propio para ganar la libertad, sino de desplegar lo que de libres en esencia nos constituye. Dando mi libertad, hago libre al otro. Cautiva duerme la razón de la libertad auténtica, cuando las cadenas que el grupo impone impiden dar pasos hacia dentro. En el liberalismo la libertad nada más es un medio para un único fin: el beneficio propio. Es decir, gánate al otro para ganar tú, podría ser su slogan. Un egoísmo encubierto por un altruismo necesario, interesado. El liberal siempre da lo que tiene, pero a un precio muy alto, porque la libertad, dirá cínicamente, es un tesoro. La libertad pasa a ser propiedad privada, siendo necesario pagar por acceder a ella. Evidentemente hay una única llave: el dinero. Y en fatal espejismo la conquista de la libertad se homologa a la conquista del dinero. Espejismo y paradoja, pues cabe hablar entonces de otro tipo de esclavitud: la del hombre que equipara su libertad a lo que tiene y el costoso precio que supone alimentar esa falsa identidad. Y mientras tanto la muerte acecha, recordándonos que no somos nada de eso, sino un alma desnuda e infinita, sin trajes ni oros que la constaten. Sólo quien descubre ese tesoro, esa libertad de dentro, ya es rico para siempre.

Diario La Verdad, 21/11/2010

domingo, 14 de noviembre de 2010

Nube de nadie


Fui y no soy
la voz que tocó tu mano
el labio que mordió un espacio de amor
el ritmo del deseo jugando a ser lanzado
a su abismo de sexo y locura
Fui lo que dejé de mí en amarte tanto
acaso todo un cuerpo y unos nombres
un traje y una vida de memorias y olvidos
de lunas fatigadas y pasos gastados de ruido
Fui lo que tuve y lo que he perdido
un cosmos de nosotros que ha volado
en su caos de incertidumbres pasajeras
Mareo y angustia fue el deseo
mas ahora la calma persevera
Ya no verte no tenerte no sentirte dentro
no me deja fuera del mundo ni de mí
sólo me hace más libre y más amante propio
No hay amor que no sea eterno en su exacto instante
de culminación ideal (la sombra perseguida la luz iluminante)
Ya no sé quién soy
ya no sé qué tengo o qué me queda
pero me tengo y me quedo
aquí o allí
en cualquier parte
Un proverbio
un oscuro jardín
quiso soñarte
pero me quedo y me tengo
en cualquier parte
Ahora la calle está vacía
me pisan sus pisadas de años pasados
la lluvia que huele en la retina
o en la nariz de imágenes
Yo ya me quedo en cualquier parte
pisando las pisadas que pisamos
de pasos flotantes sin huellas
heridos de figuras que sonríen mientras destellan
Son imágenes clavadas
apariciones en la noche
que despiertas la noche se lleva
en sus brazos de aire y bronce
Estatuas que recorren un espejo
un relieve en acción
que se amplía conforme sube
el sueño a sus colores
y la nada a sus tragedias de flores
Un espejo que viene
un hombre un hombre
que fue y ya no es
alguien
sino una nube
una nube
de nadie

domingo, 7 de noviembre de 2010

Ser o no ser

Una de las grandes incertidumbres existenciales del ser humano quedó claramente recogida en los versos finales de aquel poema de Rubén Darío titulado ‘Lo fatal’: "¡y no saber adónde vamos, / ni de dónde venimos…!". Mucho antes Shakespeare plantearía en el famoso monólogo de Hamlet el dilema de 'ser o no ser', tan recurrente en los quehaceres de la filosofía, la ciencia, la literatura, el arte... Esa pregunta, ese dilema, que ya los griegos tenían en cuenta, ha supuesto la gran empresa de la razón, y cabe afirmar que el hombre desde que es hombre ha navegado con esa canción en sus adentros, pues él mismo es esa canción y esa melodía corre por sus venas como el aire por la tierra. "Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto", expresaba doloridamente Darío en el mismo poema antes citado. Pero ese 'ser sin rumbo cierto' no es sólo tragedia sino también libertad, abriendo un camino a la exploración. Ese 'ser o no ser' es la base misma de la razón, que se enciende como una mecha ante la chispa de la incertidumbre y de la posibilidad en forma de idea. No habría razones nuevas si no quedase nada por decir, ni mucho menos por preguntar.

La eterna pregunta simboliza el aliento vital que nos permite progresar, andar un paso más hacia lo desconocido, dando luz a las sombras y voz al silencio recóndito. La pregunta está ahí, en cada registro de existencia, como un combustible que nos rellena de asombro e interés por descubrir quiénes somos. En la mayoría de los casos el problema reside en buscar con demasiada celeridad una respuesta y a ser posible en los mismos términos que fue planteada la pregunta, olvidando que sólo cambiando la perspectiva, abriéndose uno a lo desconocido, aparece el gran misterio descifrado. Pues ante una respuesta previsible, no hay hallazgo renovador, sólo predisposiciones, prejuicios y condicionamientos mentales repitiendo su discurso. El científico alemán Max Planck, padre de la física cuántica, encontró motivos para plantearse la eterna pregunta durante sus investigaciones, sin caer en el error de dejar huérfana a la ciencia de su soporte de sentido: la filosofía. Se dio cuenta de que no es posible hacer madurar un discurso científico sin mirar el origen del problema y reconocer la inmensa ignorancia que todo principio lógico-racional, asentado en su naturaleza causal, trae consigo. Se dio cuenta, como Einstein y otros, de que sólo al reconocer ‘no saber nada’ es posible llegar a saber algo. Y de este modo aceptó el carácter trascendente de la conciencia, llegando a afirmar que gracias a la “visión imaginativa” es posible emitir una hipótesis, viniendo luego la “investigación experimental” a sostener o no en pruebas tales hipótesis. Aceptó, por tanto, que la mayor fuente de conocimiento está en nosotros, íntimamente ligada a nosotros, de forma directa, en lo que llamamos conciencia; que no es exactamente un fenómeno, sino -como apuntó Ken Wilber- “el espacio donde afloran los fenómenos”.

Si no podemos imaginar algo por encima del principio causal, entendió Max Planck, nunca podremos añadir una nueva idea. O en palabras de Wittgenstein: “La solución del enigma de la vida en el espacio y en el tiempo reside fuera del espacio y del tiempo”. El pez dentro de la pecera nunca sabrá que se halla en una pecera, que el universo trasciende los límites de su conocimiento del mundo. Luego la conciencia, que tampoco es exactamente un espacio sino que se encuentra totalmente fuera de las coordenadas espacio-temporales, aunque ellas aparezcan en ésta, es lo que tiene el hombre para verse a sí mismo, y no únicamente la razón (que no es más que una parte del todo, como la pecera para el pez). Los sucesos, los fenómenos, que tienen lugar en la conciencia, se vuelven ya de segunda mano cuando pasan por el filtro de la razón, por la presunción interpretativa de entendimiento, que no hace más que amoldar lo percibido a nuestra forma de entender, de conocer y comprender. Hasta ahora, en Occidente, hemos insistido en afirmar que todo ha de tener una causa, hemos convenido en que la esfera mental se define por la ley de causalidad, y que por tanto: ex nihilo nihil fit (nada viene de la nada). Pero, ¿qué nos impide, modificar esta sentencia y decir, pongamos por caso, que todo viene de la nada? Por ejemplo, del silencio la palabra. Expresado de forma taoísta diríamos que por la nada se sustenta todo. Esa nada o conciencia que sustenta la materia del universo o del átomo, ese vacío que todo lo contiene más allá de la materia, del tiempo o del espacio. Gracias a estas nuevas premisas o rompimientos de la razón, la ciencia ha dado grandes pasos y con ella el hombre, su arte, sus visiones y cosmovisiones. Max Planck abrió el camino cuántico, Dalí quiso pintar los sueños, los símbolos interiores no ordenados por la razón, Proust extendió cientos de páginas a partir de un solo instante y Cervantes impuso su razón mágica frente a la locura colectiva. El hombre sabe reinventarse y reinventar, trascender, su mundo. Porque todo es posible cuando el hombre sueña desde el alma.

Diario La Verdad, 07/11/2010

sábado, 30 de octubre de 2010

Playa del ocaso

He dormido en tu mirada una vez más,
hacía frío y todo era ausencia
menos tus ojos despertando
que a veces confundo con el mar.
En tu silencio hay un camino
que me lleva a la calma,
a un sosiego de nadie
que se funde con el todo.
Soy habitante fiel de tu llegada,
amante profundo buscador de las huellas
que puedan descubrirte, acaso un poco,
como estela que avanza
hacia tu plenitud.
Me acaricia el viento
que pasa al mirarte
como soplo de eternidad en los párpados
de mi solitaria devoción por ti:
ojos de amor
y de arena desprendida.

domingo, 24 de octubre de 2010

Educar y aprender

Hoy más que nunca educar es un reto. Ello incluye el ser capaces de guiar en el aprendizaje de la vida, el valor de conducir a alguien hacia sí mismo. Educar a otros conlleva también educarse uno, tener muy en cuenta lo que sabemos, los valores que nos han acompañado y que se han conciliado con el vivir. En ningún modo puede darse luz a este camino basándose en la estricta sujeción de una serie de datos, informaciones y referencias ajenas, impuestas por el sistema y cuyos resultados prácticos no conocemos. En el educar aparece el camino de la sabiduría, del saber mirar lo que la vida es, en su sentido más ético y existencial. Valores profundos como la felicidad, el bien o la verdad, no son meras acepciones que consultar en un diccionario filosófico, sino aquello que aparece espontáneamente en el escenario de la conciencia, en el hecho de pensar lo que somos, en el interés por descubrir aquello que llevamos dentro y que perfila nuestras acciones, comportamiento, carácter, destino… En resumen, lo que somos es lo que llevamos dentro para ser.

Educar significa sacar fuera lo que está dentro, implica, por tanto, saber conducir a otros a que extraigan lo que se guarda dentro, aquello que es llamado la virtud, lo intrínseco humano. Significa enseñar a otro a que se guíe a sí mismo. El valor del educador reside en su habilidad para estimular la virtud del que es educado en el sendero de su autoconocimiento. Aprender es recordar lo esencial nuestro y todo aprendizaje se aloja en el hallazgo de la puesta en práctica de nuestras propias capacidades, pues aquello de lo que somos capaces viene implícito en nosotros. Cuando aprendemos hacemos explícita, deducimos, esa herencia innata que es la facultad del saber. Aprender supone un nacimiento a través de lo aprendido, algo cambia en nosotros cuando el conocimiento aparece, nos transformamos en algo más, en alguien más completo, más entero.

A partir de un solo conocimiento nuestra interpretación del mundo adquiere un matiz diferente, una nueva gama de colores y sabores brotan del intelecto. Alguien que no existía, como dijo John Ruskin, aparece. El criterio natural del buen conocer son la memoria y el olvido, se queda lo que nos es valioso, pervive lo que nos llega dentro, lo que nos transforma de algún modo; y se olvida lo superfluo, aquello que no nos era necesario para vivir. La sabiduría no se puede aprender de memoria, sino que hay que asomarse a uno mismo y a las cosas que nos acontecen para descubrir lo que éstas significan. Cuando descubrimos de verdad lo que las cosas son, éstas ya pasan a formar parte de lo que somos nosotros; y esto, sin duda, permanece.

Al igual que cuando se aprende danza hay un instructor que va delante conduciendo, en el aprendizaje en general el educador guía los pasos del aprendiz: aquel que posteriormente tendrá que bailar solo, que dejarse llevar por el ritmo de su cuerpo, por el fluir de su pasos en comunión con la danza del vivir. Y esto no sucede si los oídos no oyen, si el cuerpo entero no siente el baile de las notas musicales, si el espíritu no se hace uno con la melodía que lo sobrevuela. En el Liceo, la escuela de Aristóteles, se acostumbraba a dar las clases paseando, esto es, moviendo las piernas y todo el cuerpo acompañando a la razón, caminando y respirando las ideas, discurriendo al ritmo del pensar, del mismo modo que un paso encamina el siguiente. La materia de la educación, del aprendizaje, es el vivir. De ahí parte y ése es el fin de toda enseñanza. Son las experiencias vitales las que nos hacen presentes las cosas, las que ponen de manifiesto aquello que sabemos y aquello que no sabemos, aquello que es mejor olvidar y aquello otro que es indispensable saber. Fue Aristóteles quien dijo: “Enseñar no es una función vital, porque no tiene el fin en sí misma; la función vital es aprender”. Enseñar es sólo señalar el camino, aprender es recorrerlo. Y aprender, en conclusión, no puede ser otra cosa que un camino hacia uno mismo. Alguien que verdaderamente ha aprendido algo, es alguien que sabe vivir un poco mejor en este mundo.

Diario La Verdad, 24/10/2010

lunes, 18 de octubre de 2010

Amanecer de dos amantes

Te busco en el encuentro de tu mirada.
Recojo el instante tuyo
que se entrega a luz diversa,
haciéndose una y pura
la llama profunda que tu amor desvela.
Entre visitas furtivas
nuestro encuentro de amantes
regala tu voz al día,
saliendo de nosotros
para entrar en el yo-nuestro,
yendo hacia el sueño encumbrado
de dos labios que se funden
en la luz de la mañana.
Y entonces amanezco,
amanece, amanecemos,
acariciados por el aire
que mece nuestras almas.

domingo, 10 de octubre de 2010

La crisis globalizada

Una crisis consiste en un momento crucial donde es necesario tomar una decisión, donde hace falta un juicio estimativo de la situación para saber si es posible hacer algo o nada, si hay solución o fatalidad. Esperar, seguir soportando los achaques, pasivamente, puede suponer el abandono a la suerte de las acontecimientos, como quien deja un barco sin control en medio de una gran tempestad. En una crisis, siguiendo sus significados primitivos, ocurre una separación, un rompimiento, que trae necesariamente un esfuerzo por volver a unir. Y este esfuerzo supone un criterio, una lucha o combate que ha de entablar la inteligencia para resolver su encrucijada. Es, pues, obligado, el tiempo del análisis, de la consideración atenta del problema, del discernimiento consecuente, si se desea dar paso a resoluciones acertadas. No obstante, el problema mayor parece residir en el sujeto del análisis, en los actores que han de discernir la cuestión. ¿Quiénes son? ¿Dónde están? ¿Y si están en alguna parte, podemos confiar en ellos? La sociedad en que vivimos comporta una cualidad espeluznante al mirarla con cierta frialdad y perspectiva; me refiero a su carácter virtual. Hablamos de sociedad pero no hablamos de nadie en particular, hablamos de fenómenos de la globalización, pero nos referimos al efecto de un todo, donde lo particular ha quedado absorbido por la regla, por la norma, por la masa. En ese lugar común, todo es de todos y nada es de nadie, todos participan pero virtualmente, nadie hace nada realmente, solamente está previsto que se haga, otorgando al individuo la etiqueta de autómata.

En una crisis así, la de este punto de la historia que nos concierne presencialmente, nadie sabe qué hacer, porque todos solamente saben hacer lo que ya hacían, aquello para lo que habían sido educados, esto es, programados. Lo nuevo no puede aparecer cuando la norma implica seguir la norma, cuando el paso siguiente está marcado por el paso anterior y así sucesivamente, al igual que un reglamento o un mapa del laberinto. Si el laberinto queda destruido, o vemos cómo se desmorona lentamente, difícil es que el mapa pueda servirnos de ayuda en muchos de sus tramos, ya quebrados. Quizá haya más salidas, pero el mapa sigue marcando muros inviolables. La globalización, ese inmenso parque temático que nos venden las agencias de viajes en sus circuitos de relax, ese mercado virtual que nada significa, donde hoteles de cinco estrellas disfrazan la pobreza de países moribundos, es sólo una imagen hedonista, como toda la publicidad que nos hacen tragar por los ojos, donde la búsqueda del placer se iguala a felicidad, convirtiéndose en felicidad una adicción donde es necesario más placer (más consumo, como un calmante) para tratar de frenar un dolor in crescendo. Quizá sea el dolor de no ser nada -de saber en lo más íntimo del inconsciente que todo lo que nos dicen que somos no son más que envolturas y bisuterías que ocultan el alma- lo que ha aglutinado este exceso de banalidad, poder y consumo en una crisis global. La crisis de aquellos que son todos y nadie.

Para salir de una crisis hemos hablado de la necesidad de la inteligencia. Palabra ésta cuyo significado etimológico es “leer dentro” (intus legere). Lo cual nos lleva de nuevo al principio. También esta palabra comporta, por eso de ‘legere’, un sentido más, el de ‘escoger’. Al igual que en ‘crisis’ aquí se nos invita al análisis, y aún con mayor profundidad, se nos invita a “leer -escoger- interiormente”. ¿Puede ser éste el problema fundamental? ¿Se nos ha educado a mirar afuera constantemente, en la televisión, en las aulas, en el ocio, cerrando siempre la posibilidad de consultar con la conciencia y sin que nadie nos enseñara a hacerlo? Como buenos autómatas, lo importante es la capacidad de almacenar correctamente la información. Ha sido secundario entender, saber escoger interiormente. La consecuencias estaban servidas. Los valores quedaron invertidos, erosionados, evaporados en muchos casos. Ser era tener. Quien más tenía más era. A más consumo, más felicidad. Felicidad para los que venden y para los que compran. Una realidad ficticia. Un escenario de cartón piedra, prefabricado. Y una crisis que siempre ha estado presente, siendo la norma del sistema. Ahora es el sistema el que está en crisis y son los individuos los únicos que pueden salir de ella, lo único real de todo esto. Por tanto, la cuestión fundamental, el primer paso, ha de ser preguntarse, sinceramente: ¿Sabemos por qué hacemos lo que hacemos?

Diario La Verdad, 10/10/2010

domingo, 3 de octubre de 2010

Amor al fondo de la luz

Una sílaba sin labios, un devenir
perdido entre señales de humo,
entre brotes de conciencia.

Un día, un día para vernos los dos
sin espejismos, sin la sombra-reflejo
de tantas inquietudes. Un día
que se fue tras el aire del instante.

Fuimos algo que alumbró detenido
un despertar acaso, una onda
naufragada de secretos latiendo.
Fuimos el sol y la palabra vencida,
la precipitación del aire y la insolación
de la esperanza. Quedamos en lo ido
como en un destino ajeno, como en aquello
que fue visto sin nosotros, en cualquier parte.

Quedó una memoria, en el corazón,
sonando, que todavía nos despierta
a medianoche, como a dos extraños
que no olvidan que siempre
se han amado.

Quedó una memoria,
en el corazón, sonando…

El margen de la luz es el aura de la nada.

domingo, 26 de septiembre de 2010

De huelgas y rebeldías

La libertad ha sido buscada al sentir la opresión, en operación antinómica. Se quisieron soltar las cadenas que oprimían al cuerpo al descubrir que esas cadenas privaban algo que sería llamado libertad. Cuando las cadenas fueron despojadas de su hábito paralizador el hombre se preguntó qué hacía ahora con esa libertad lograda. Y la libertad se convirtió en pura competición, llegando a ser sinónima de poder. Y de nuevo, nacieron más esclavos, esclavos de la libertad de otros y para mantenerlos conformes se les dijo que su esclavitud era también otra forma de libertad. No obstante, el hombre, como es natural, se rebeló. Todo viene de muy atrás. Según Mijail Bakunin al ser probada aquella manzana del mítico bíblico de la creación tuvo lugar el primer acto de rebeldía del hombre. Tras pensar en su libertad de elección la llevó a cabo y, por una extraña razón, fue condenado por ello. Indudablemente, un mito es un mito, y Dios –deseamos pensar- no pone trampas a sus hijos, no deja que seamos tentados para luego condenarnos por elegir libremente lo único que podía ser elegido: el conocimiento del mundo más allá de sus edenes aparentes. Pensar la libertad ya es ser libre, ya es una huelga, un respiro, para el ánima. Uno deja así de ser autómata y se convierte en autónomo de su pensamiento.

Una huelga es un acto programado de rebeldía, un atisbo, un tímido alarido frente al gran aparato de la tiranía y esclavitud modernas: el trabajo. Un trabajo que en la mayoría de los casos significa servidumbre paupérrima, la renuncia a una vida propia y la consagración al servicio del poder a cambio de una pobre limosna que acaso permita subsistir abnegadamente. Aquellos que se llaman empresarios, generadores de puestos de trabajo, a menudo no buscan sino mano de obra para sus intereses, para pagar holgadamente (palabra de la que deriva 'huelga') su nuevo yate y tomar un 'respiro' (origen etimológico de 'huelga') lejos del mundanal y trabajador ruido. En la neorrealista película “Milagro en Milán” de Vittorio de Sica, un empresario llamaba de 'iguales' a los pobladores de un asentamiento de indigentes en sus tierras, hasta que tras descubrir que en esos terrenos había petróleo les declaró la guerra, y ya no eran hermanos sino enemigos para él, para sus intereses propios. Ahora la guerra es declarada con las hipotecas, con los altos intereses, con los precios elevados del consumo, que convierte a los ciudadanos en meros indigentes, en huéspedes de casas propiedad de los bancos, que a la mínima falta en los pagos les es declarada la guerra, como en la película citada, desposeídos de su quimera, la quimera más humilde y necesaria: un lugar donde resguardarse del frío y habitar con la familia o con uno mismo. El problema es grave si miramos en las alcantarillas, en la sombra que se esconde tras tanta apariencia, en la vida de alquiler que en la mayoría de las gentes trascurre, al tiempo que en las televisiones enseñan casas de lujo, coches de ensueño y otros espejismos que insultan a la conciencia. Mientras unos pocos cuentan día a día los billetes copiosos de su duro trabajo de expolio al débil, otros muchos siguen creyendo que el trabajo hace digno al hombre, a costa de bajarse continuamente los pantalones.

No hay mayor acto de rebeldía que el del espíritu, nunca lo fue el de las pistolas. La rebeldía del espíritu consiste en saberse libre en todo momento y en proclamarse libre siempre que alguien dude de ello, demostrando así que el hombre no ha nacido para arrodillarse frente a otros hombres, sino para servirle con dignidad y de forma recíproca, reconociendo la igualdad que el espíritu proclama universalmente. Para Gandhi estuvo muy claro el camino a seguir, la revolución pacífica, humanamente religiosa, fiel al ser humano en la contemplación de sus nobles cualidades. El hombre ostenta el deber y el honor de ser justo con sus semejantes, de ser incondicionalmente un igual, un mismo espíritu compartiendo las horas y los siglos de su travesía por la tierra. En la película “Milagro en Milán”, los humildes indigentes viajan al cielo en escobas voladoras, movidos por la esperanza y la fe en una tierra mejor que poblar y donde vivir dignamente. Esperemos que no sea el cielo solamente, sino la tierra también, un lugar donde llevar a cabo los sueños de una vida en libertad e igualdad reales.

Diario La Verdad, 26/09/2010

viernes, 17 de septiembre de 2010

Te sueño

Te veo, te sueño, te tengo
secreta luz
cúpula de aire
oscilación constante
de mi eterna búsqueda

Todo lo tengo en ti
todo lo entrego a ti
todo lo soy de ti
luz del sueño y del centro
garganta de sal despierta
río ahogado de tormentas

Luz, luz que amanece
la luz de los paraísos mudos
del silencio y de la hoguera
llama en lo oscuro
iluminadora
centellando la visión
deshojando el primer viento
llama que parte
llamando a su otra parte:
la ceniza

Llamando al corazón, la luz
del umbral
la luz
de los umbrales

domingo, 12 de septiembre de 2010

Nueve años después del 11-S

Pasado el tiempo, casi una década, podría decirse que ha acontecido muy poco desde entonces, o quizá mucho. El valor subjetivo del tiempo y la consecuente importancia de los acontecimientos ha valido para afirmar en muchas ocasiones que la historia suele dividirse en capítulos de tragedias, de masacres y guerras, revoluciones, movimientos políticos de un pueblo contra su mismo pueblo, etc. En este caso, el del 11-S, lo que ocurrió fue un ataque contra toda una civilización, no contra una religión o una determinada ideología política, sino contra un modo de vida, el de Occidente, y contra los valores que conlleva. Poco importa quiénes fueron los atacantes, poco importa quién quita la vida sino solamente la vida perdida, la soledad del dolor provocada por un sinsentido, como lo es todo asesinato a sangre fría. Lo que importa es el darse cuenta de lo que supone la tragedia de que el hombre sea capaz de comportarse como bestia. Tras el asalto a una civilización perdida entre las prisas del trabajo y el consumo, la familia y los partidos de béisbol, las barbacoas y los videojuegos, ocurrió solamente algo que posiblemente se siente todos los días pero que en ese día en especial se vislumbró en hipérbole: apareció el miedo. Tras la gran cortina de polvo negro de las calles de Manhattan sólo se atisbaba el ahogo de la desorientación, la angustia del destino, el no saber a dónde ir ni qué hacer, salvo llorar o correr o buscar a alguien a quien salvar de su llanto y de ausencia interior. Un teléfono para contar a la familia o a los vecinos la soledad del instante, la incredulidad ante la catástrofe y la pesadilla de ver en el cielo un vacío abriéndose, claro y azul, pero sin ventanas y cristales, sin altura de hierro ni alargadas antenas virtuales; solamente un vacío, un vacío en el cielo de amplitud hueca.

En ese momento toda una civilización confirmó que no sabía quién era ni quién les atacaba. Solamente fue capaz de conocer su temor, de aferrarse a su identidad violada y posteriormente afirmarse en su rabia, sacando las pistolas del Oeste. La reacción de cualquier humano atemorizado e instintivo se vio en la figura de un presidente de gobierno que asumió llevar a su pueblo a la venganza y al hermetismo de la seguridad. Poco importa quiénes fueron los atacantes y tampoco quiénes fueron los atacados. El ser humano es siempre lo que es, ya se adorne con corbata o con turbante. El problema es cuando la defensa metafísica de la identidad únicamente defiende el vestuario, el turbante o la corbata. Incluso todo lo que ello acompaña. La cuestión es si los valores que creemos o creen defender (los que no creen como nosotros) deben tomar en su defensa la violencia, incluida la venganza. ¿Sirve de algo quemar libros del Corán o de la Biblia? Muchos cristianos fueron quemados en la hoguera por los propios cristianos, la fe en Cristo o en Alá haría avergonzarse a éstos (a Cristo, a Mahoma, a Alá, también a Zeus), por las miserias que sus hijos llevan a cabo. Un grupo de personas coléricas quema banderas de Estados Unidos sin darse cuenta de que está ardiendo con ellas, pues todo odio hace arder el alma. Así lo hacen, así arden, quienes cabalgan en tanques o ametrallan pueblos de personas diferentes, de quienes sólo saben que son algo llamado el ‘enemigo’. ¿Pero qué se esconde tras todo ello? ¿Quién impulsa a quemar, a escupir, a violar, a odiar a un semejante? ¿Hasta cuándo las civilizaciones se quitarán la venda que una guerra del poder que no va con ellos les ha puesto en los ojos tras el mensaje de que hay un enemigo? ¿Quién será el enemigo cuando nadie ya no luche contra nadie? Al ser humano solamente le corresponde el deber de aprender a dejar de luchar, mientras tanto esta civilización o cualquiera que sea inventada, bajo libros y leyes y dioses, será una mentira que buscará revelar al demonio pronunciando el nombre de Dios o de la Constitución. “El mundo es de quien puede ver a través de sus apariencias”, explicó Emerson, fiel lector entre líneas de la Biblia. La lectura del 11-S, las relecturas que se harán cada año y cada siglo de lo que ocurrió, harán comprender al hombre que no existe ataque mayor que el que uno propugna contra sí mismo. En cualquier batalla –en definitiva- nunca hay ganador.

Diario La Verdad, 12/09/2010

Compartir esta entrada:

Bookmark and Share

Entradas relacionadas:

Related Posts with Thumbnails