jueves, 10 de abril de 2014

Acceso a la cultura

Cuando en el año 2012 fue cerrada, por parte del F.B.I., la página web “Megaupload” -dedicada al alojamiento de archivos- hubo una gran polémica entre los internautas, quienes por razones obvias simpatizaban en su gran mayoría con la “descarga libre”. Por medio de éste -y de otros portales virtuales- muchos usuarios podían “bajarse” películas, música y todo tipo de contenidos de forma gratuita no sólo en EE.UU., sino en todo el mundo, aunque la mayoría de ellos tuviera derechos de autor. Más allá de razones jurídicas discutibles, esta cuestión suscita una reflexión más extensa en sus implicaciones sociales. En primer lugar entra en cuestión la libertad “virtual” que ha de primar en Internet como un derecho a salvaguardar. La propiedad privada o personal (material o intelectual) ha sido el cordón umbilical que el neoliberalismo jamás ha cortado con el fin de mantener su subsistencia. Ya denunciado por Marx y por buena parte del pensamiento socialista, la propiedad individual ha marcado el grado principal de diferenciación entre las personas, así como la raíz de multitud de conflictos.

La otra importante cuestión se refiere de forma más concreta a la cultura y a si medidas como la “censura” en Internet acotan la riqueza cultural humana que, más allá de quién la elabore, pertenece a todos. Todo artista proclama que su obra, una vez terminada, no le pertenece. Incluso hasta hace no mucho las obras no se firmaban. La “Odisea” era cantada por -y pertenecía a- todos los griegos. El autor del Lazarillo no puso su firma al terminar de contar las aventuras de aquel joven pícaro nacido en el Tormes. La Historia de la Literatura no es más- afirmó Borges, citando a Valéry- que la Historia del Espíritu. (Un texto de Borges: “Pierre Menard, autor del Quijote”, inaugura el posmodernismo con una irónica y “memorable” ontología de la autoría). ¿De quién, entonces, es el “copyright”? Sin embargo, la postura aquí defendida no es la de que el artista no pueda vivir de “su” obra, pues de otro modo, ¿quién querría ser artista? o ¿quién siéndolo, podría permitirse el lujo de hacerlo por “amor al arte”?

El siglo XXI, si no lo impedimos, puede ser un siglo afanado en ir acortando día tras día lo público –paradójicamente- como principal propósito político. Privatizar significa restringir, declarar que algo no te pertenece, obligándote en consecuencia a pagar por ello. De lo que es difícil ser dueño en estos tiempos es de un propósito común y solidario. Porque todos somos extraños en un mundo constantemente en venta. El sueño de la propiedad privada, el espejismo de la posesión de algo, ausenta a los hombres de su más legítima posesión: ellos mismos. Y en el fondo, nadie es dueño ni de sí mismo. Si la esencia de la cultura es la libertad y ésta es la esencia de la vida, ¿quién puede poseerla? ¿Quién puede ser dueño de la libertad? A nosotros nos queda el privilegio único y pleno de amarla, de salvaguardarla para todos. “Blanca te quiero, / como flor de azahares / sobre la tierra. Pero no mía. / Pero no mía / ni de Dios ni de nadie / ni tuya siquiera”. (Escribió Agustín García Calvo en su célebre poema “Libre te quiero”). Así es la libertad.

"La Tribuna" de Albacete, 9-4-2014

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