viernes, 30 de diciembre de 2016

Fin de año

Cantaba Leonard Cohen: “Hay una grieta en todo. Así es como la luz penetra”, y sigue entrando la luz a pesar de los años que pasan y de la oscuridad que a veces envuelve a este planeta. Se fueron Cohen, Bowie, Castro… Grandes iconos de los siglos XX y XXI, iconos que no se pueden fabricar, sino que emergen como una semilla que no se sabe quién sembró, como un milagro. Como el loto, que en el lodo se crea su belleza inocente para flotar sobre él. Flotar es ya un hito en estos tiempos, no hundirse, no ahogarse y no permitir que la desolación embargue de frío pesimismo nuestros sueños. A pesar de que motivos no faltarían. El terrorismo islámico, la pobreza del continente, no sólo en el tercer mundo sino en el primero y el segundo, pobreza colateral que vemos en las esquinas de nuestras calles o en los barrios de los extrarradios. Pero vivimos en un mundo que sólo aspira al consumismo, aunque para consumir haya que vivir esclavizado. Aunque paguemos a precio de oro lo necesario. Y la sociedad se olvida del prójimo mientras ese individualismo que le caracteriza se mantenga fuerte y saciado. Quizá es más importante que Cataluña sea nación o que el Real Madrid gane la Copa de Europa. Lo que sea menos luchar por valores y justicia social. En los colegios eso no se enseña. Y menos en las facultades. Pero es fin de año, no hay que ser pesimista. Otro año comienza. Otra posibilidad. Otro sueño a proyectar. Pero conviene reflexionar, al menos, un instante, si estamos de acuerdo con el mundo que estamos construyendo. Tal vez algo se pueda hacer. Aunque sea dejar de mirar para otro lado. Y observar las grietas. Porque sólo ellas pueden permitir que penetre la luz.

La Tribuna de Albacete, 28-12-2016

sábado, 6 de agosto de 2016

Felicidad

Y va pasando la vida, cada día, haciéndonos ver que todo esefímero, reconociendo que el bien más preciado es el tiempo. Ni siquiera para un artista su obra le vale más que su tiempo, seguramente la cambiaría por unos instantes de prórroga para la dicha, por la posibilidad de un momento sublime y que guardar para toda la eternidad, como soñase Fausto. Cuando a Borges le preguntan por su pecado o remordimiento mayor, él dice con dulce sonrisa y gesto de humilde fatalidad: “no haber sido feliz”. Remordimiento que creció en él cuando murió su madre, pues hubiera querido –al menos- fingir ser feliz por la felicidad de ella. Lo escribe también en su soneto “El remordimiento”: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”. Aquí Borges refleja una de las cuestiones más espinosas para el ser humano, el no saber ser feliz. El gran remordimiento, quizá el único verdadero, que alguien pueda tener. Nuestra sociedad, en su conjunto, goza del mismo pecado, su infelicidad, pues muy a pesar de todos sus esfuerzos, de inventar objetos de consumo de todo tipo dirigidos a la consecución de múltiples placeres, nada material nunca puede satisfacer por completo al ser humano. Lo material es caduco y sustituible; y es precisamente aquello que posee alguna de esas cualidades lo que erróneamente juzgamos necesario y trascendente. El paso del tiempo nos va dando esas claves para ver lo esencial allí donde los sentidos primarios no alcanzan a verlo. Esas claves son la puerta de entrada al misterio de la vida, para ver que la respuesta, como cantase Dylan, “está flotando en el viento”, y que hemos de pararnos un instante, sólo un instante, para verla. 

La Tribuna de Albacete, 3-8-2016

miércoles, 29 de junio de 2016

Libertad

La libertad no deja de ser siempre un concepto necesario y polémico pues es difícil entender lo que significa desde un punto de vista general. ¿Acaso, libertad es liberalismo, o es, más bien, anarquismo? La esencia misma de la ciencia, como apuntaría Feyerabend, es genuinamente anarquista, por eso Galileo se toparía con la Iglesia, como Copérnico, Darwin y muchos otros. La ciencia descubre lo que está ahí e inventa lo que puede estar ahí, dotada de un impulso reformador a medida que nuestra capacidad de conocer se amplía. “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”, (Juan 8:32). El inconformismo ha generado nuestra conciencia de libertad y la conciencia de libertad ha ido regenerando el inconformismo. El ser humano se ha dado la medida de su libertad, inconsciente de ello, y la masa dominada se domina a sí misma en su organización social, libre e impuesta al mismo tiempo. Pero el deseo de adquirir libertades gana al deseo de imponerse las cadenas. Ya lo escribió Chaucer: “Prohibidnos algo, y lo desearemos”. Sin embargo, las cadenas a veces han sido auto-impuestas. “¡Vivan las caenas!”,  reclamaba una parte del pueblo español en 1814 pidiendo la vuelta del absolutista Fernando VII.  El miedo a la libertad, parafraseando a Erich Frömm, simboliza el problema radical al que el hombre moderno se enfrenta -que necesita no verse subordinado por el propio sistema- donde la democracia asegura esa utopía de la libertad individual materializada en su consecuencia más significativa: el derecho a votar, y por tanto, a elegir su destino histórico. Con cadenas o sin ellas, la vida sigue y a la libertad le acechan sus amos. Esperemos que pueda salir airosa.

La Tribuna de Albacete, 29-6-2016

miércoles, 27 de abril de 2016

Pedagogía de la vida

En esta temporada de pausa política en España, de acuerdos imposibles y de posibles nuevas elecciones, muchos pueden preguntarse qué sería lo mejor, lo más acertado en cuanto a opciones de gobierno pueda depararnos el tiempo venidero. Y a estas cuestiones subsiste -a mi entender- otra aún de mayor importancia y es saber cuál es el rumbo adecuado que ha de seguir una sociedad. No debemos mirar sólo los efectos si no examinamos antes las causas. Y una de ellas, probablemente las más importante, es la educación. Pero la educación no se mejora únicamente adecuando los medios, invirtiendo en nuevas y mejores escuelas, o subiendo el salario a los profesores. Hay un problema de fondo, que afecta tanto a la educación reglada como a la educación familiar, a los valores intrínsecos de cada sociedad y hacia dónde quiere ayudar a encaminar el futuro de los educandos. Absorbidos por el consumo, el fútbol, la televisión, las nuevas tecnologías, esto es, el panem et circenses de cada día, es cada vez más difícil cuidar las raíces de las que dependerá el crecimiento de las generaciones venideras. La educación no depende de lo que seamos capaces de dar, en cuanto a conocimientos o normas y deberes, sino que nos exige ser ejemplo nítido y vivo de lo que deseamos transmitir. Educar exige educarse a sí mismo cada día. Si no, los padres o los educadores serían meros sofistas. Y los valores en que nos movemos no se encuentran fosilizados en libros o en templos, sino que se descubren en el quehacer cotidiano y consciente, en el compromiso de vivir de acuerdo a unas creencias que no distorsionen lo que sentimos que somos. 

La Tribuna de Albacete, 27-4-2016

miércoles, 2 de marzo de 2016

Planeta

Cuando los políticos pierden la capacidad de convencer, cuando lo que se defiende se aleja cada vez más del interés común y se convierte en un juego de minorías luchando por el poder para controlar a una mayoría. Cuando realmente no se sabe si la política es el primer eslabón de la cadena o son los bancos –el mercado financiero- los que realmente dirigen e imponen la realidad que nos ha tocado vivir. Cuando vemos que en Estados Unidos un multimillonario xenófobo como Donald Trump puede llegar a gobernar el mayor imperio del planeta. Cuando todo esto sucede… cabe preguntarse si el ser humano puede estar llegando a la demencia colectiva. Cabe preguntarse si a costa de mirar nuestros propios intereses –cegados por la necesidad de consumir como medio de felicidad- nos estamos olvidando del verdadero interés común de la sociedad y estamos ahogando nuestro planeta, dejándolo sin oxígeno, agotando todos sus recursos, en un desenfrenada lucha por tener más y más. Hace unos días, en la entrega de los premios Óscar, el actor y ecologista Leonardo DiCaprio expresó que “el cambio climático es la amenaza más urgente”. Nos invitó a pensar que no demos este planeta por sentado y a comprender que esta política de la avaricia que globaliza el mundo no puede seguir alimentándose. Sin duda, esta crisis nos afecta a todos y obviarla no hará que desaparezca. Considero que el camino principal es la educación. Es necesario un cambio de conciencia radical, un cambio de valores, humanistas, comprometidos con el planeta, capaces de trascender este descontrolado materialismo. La educación en valores facilita aprender a ser felices con menos, pues lo que realmente nos llena no se puede comprar.

La Tribuna de Albacete, 2-3-2016

miércoles, 10 de febrero de 2016

Elogio de la sobriedad




Siempre resulta inspirador, parecido a darse un baño de lucidez, escuchar al expresidente de Uruguay, José Mujica, hablar sobre la realidad social de nuestro tiempo y la manera de encarar una actitud vital y ética frente a ella. El capitalismo no nos deja apenas respirar, la necesidad constante y creciente del consumo, del siempre querer poseer más, insaciablemente, consigue que nuestra vida se quede desprovista de libertad. Algo que es, sin duda, la mayor riqueza que un ser humano puede poseer. Reflexiones como esta de José Mujica son capaces de inspirarnos y hacernos pensar nuevos horizontes: "No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje, vivir con lo justo para que las cosas no me roben la libertad". Hay quienes han criticado que su discurso sea un elogio de la pobreza, pero, como él mismo dice, en realidad es un elogio de la sobriedad. Y seguramente sea la única solución para que este planeta no reviente, pues es insostenible este afán expansivo de consumismo y materialismo; algo que terminará por agotar todos nuestros recursos. Es, a la vez, la prueba de un modo de vida colmado de insatisfacción, cegado por el espejismo de lo material como sinónimo de libertad o felicidad, pero que resulta incapaz de cultivar esa libertad y felicidad interiormente, que es el único lugar donde puede florecer. Mientras no miremos adentro, mientras no sepamos ser felices desde lo que somos y no desde lo que poseamos, será imposible que este mundo mejore. Podremos ser muy ricos de cosas materiales, pero seguiremos siendo pobres de espíritu y eternos esclavos de lo que tenemos y del miedo a perderlo. Hay que reaprender la libertad si aspiramos a salvar este mundo.

La Tribuna de Albacete, 10-02-2016

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