domingo, 28 de diciembre de 2008

Canción de Navidad

¿Qué es la Navidad? Es el tiempo para reencontrarse con la familia, para comprar y recibir regalos. Es el tiempo para descansar, para dar la bienvenida a un nuevo año cargado de buenas intenciones y de bondad. La Navidad es triste para muchos y alegre para otros, pero lo que está claro es que son fechas especiales, que culturalmente se hacen presentes en la sociedad. Pero, ¿de qué forma?

En la publicidad también -y sobre todo- nos avisan de la Navidad. Nos recuerdan que es obligado gastar dinero con amor. En estos días también recordamos a los seres queridos que nos faltan. Charles Dickens escribió que «el recuerdo, como una vela, brilla más en Navidad». Y también escribió que «cada fracaso enseña al hombre algo que necesita aprender». Posiblemente muchos de nosotros nos marcamos, como propósito para un nuevo año, ser mejores personas, dejar de fumar, adelgazar, hacer ejercicio, etc. Según nuestro código ético de valores nos reconstruimos, o al menos, alcanzamos ese deseo, tratando de ejercitar nuestra voluntad, muchas veces desentrenada y dispersa.

Paul Auster, en el guión de la película Smoke, nos narra un magnífico cuento de Navidad, y de soledad. Un hombre encuentra la cartera de otra persona y decide devolvérsela yendo al domicilio que marca en su carné de identidad. Allí se encuentra con una señora mayor sola en esa noche mágica, y él decide acompañarla fingiendo que es su nieto, es decir, la persona a la que quería devolverle la cartera. Ambos fingen creer su mentira, él que es el nieto, y ella que es su abuela. Ambos están solos esa noche y deciden pasarla juntos, el nieto con la abuela en la paz del hogar. Finalmente el hombre se va cuando ella se queda durmiendo, se va feliz y tranquilo. Ella duerme feliz y tranquila.

Los cuentos de Navidad nos enseñan que las personas pueden ser mejores de lo que son en realidad, que es posible, y necesario, mostrar nuestro amor a los demás, a las personas que queremos.

Posiblemente el mensaje cristiano subyace todavía en la conciencia colectiva de la sociedad, al menos, vagamente, y de manera más intensa en estas fechas. Todos creemos en los cuentos de Navidad, desde niños, esperando el regalo de los Reyes Magos, o ya maduros y adultos, regalando a nuestros hijos la ilusión en forma de Play Station 3 o de reproductor de sonido MP4.

Al fin y al cabo a todos nos falta algo desde que nacemos, pero un abrazo es también un regalo, y, seguramente los adultos aprendemos a valorar eso mejor que una corbata Armani o un perfume Hugo Boss. Los regalos los hacen las personas que nos quieren, todos esperamos el abrazo que se ofrece tras quitar el precinto decorado de pinos y sombreros de Papá Noel o con el triángulo brillante de El Corte Inglés.

Las cosas verdaderas siempre vienen precintadas, es necesario abrirlas delicadamente, imprimiendo en ese acto la ilusión del descubrimiento. En la edad madura las personas han aprendido que en el pasado se dejan atrás muchas cosas y que quizás la Navidad sea una fecha excelente para empezar a recuperarlas. A veces hemos de quitar la razón a Sartre y afirmar que el infierno no son los otros, sino la llama que impulsa nuestra existencia hacia nosotros mismos, sacando lo mejor, mitigando el dolor con amor entregado, porque, como también escribió Dickens: «Nadie es inútil en el mundo, mientras pueda aliviar un poco el peso de sus semejantes». A veces con regalos, y otras, con la compasión desinteresada y fraternal de un dulce abrazo.
Publicado en el diario La Verdad el domingo 28 de diciembre de 2008

domingo, 14 de diciembre de 2008

Televisión y cultura de masas

La televisión, a día de hoy y ya desde hace bastantes décadas, se ha convertido en la cultura popular por excelencia, una cultura de masas que impregna todos los epicentros y recovecos sociales. Como bien explicó, ya a mediados del siglo pasado, Theodor W. Adorno: «Su producción ha aumentado de modo tal que se ha hecho casi imposible eludirlas; e incluso aquellos que antes se mantenían ajenos a la cultura popular -la población rural, por una parte, y los sectores muy cultivados, por la otra- ya están de algún modo afectados». Este es el juego de lacomercialización, un juego de expansión mercantil que afecta a todos los sectores y los iguala a una misma escala y necesidad. Ya todo es necesidad de la masa, necesidad pasiva de imágenes y mensajes destinados a entretener, o mejor dicho, a anestesiar la individualidad y el pensamiento, a producir ideales sociales, políticos y, por supuesto, de consumo.

Señala Adorno, adelantándose a Baudrillard, que «estos ideales han sido traducidos en prescripciones bastante claras sobre lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer. El desenlace de los conflictos está preestablecido y todos los conflictos son puro simulacro».

Es, como hemos señalado, un juego, y como tal, un simulacro de realidad, uncomo si kantiano, una estupenda coartada para quitarnos la responsabilidad individual ante nuestros propios problemas, la responsabilidad de pensar por uno mismo, haciendo ejercicio de la libertad existencial que nos pertenece, de acuerdo a nuestro propio sistema ético y moral. Eso ya ha quedado lejos, el individuo actúa de acuerdo a lo popularmente correcto, dejándose llevar por la marea de creencias que surcan el océano de su estructura social, a través del espejo de la televisión. He ahí el simulacro, la falsa libre elección, el juego social del ser libre sobre un tablero en el que las cartas de posibilidades de libertad están ya echadas. Dirá Adorno que «el individuo es tan sólo un títere manipulado a través de normas sociales». Y no nos puede dejar de extrañar que los mensajes que continuamente nos adoctrinan provenientes de la televisión correspondan a un fiel reflejo de la ideología de Estado. Señala Louis Althusser que «todos los aparatos de Estado funcionan a la vez mediante la represión y la ideología, con la diferencia de que el aparato (represivo) de Estado funciona masivamente con la represión como forma predominante, en tanto que los aparatos ideológicos de Estado funcionan masivamente con la ideología como forma predominante».

En democracia, sobre todo en las democracias más avanzadas, lo represivo queda un lado, no es un instrumento legítimo ni estratégicamente inteligente, pero hay otras formas de encubrir la represión, otras metáforas o imágenes con una misma función, esto es, conseguir que todos piensen lo mismo, que es lo que el Estado desea que piensen. Ese instrumento como vemos es el ideológico, que también se encubre y metaforiza bajo otras capas subliminales para conseguir sus propósitos. Si el Estado desea que el individuo no piense por sí mismo, que se deje llevar sin ser partícipe de su propia historia y progreso, solamente hay que entretenerlo, crearle una realidad ficticia donde se sienta protagonista y sea incapaz de reconocer lo verdadero.

La televisión representa la plataforma perfecta para ese simulacro, el escenario de mitos, héroes y antihéroes, máscaras y fábulas, cavernas y parábolas, donde el hombre alterna distintas identidades, rostros, formas, pseudo-individualidades, que le hacen olvidar, ni siquiera volver a reconocer, lo que ocurre, lo que realmente está en juego, el papel fundamental que representa no en el juego, sino en el tablero real de su sociedad. Y así, como títeres de salón con palomitas de maíz y coca-colas, vamos pasando el tiempo, esperando a que pongan el próximo programa.

Publicado en el diario La Verdad el domingo 14 de diciembre de 2008

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