jueves, 21 de noviembre de 2013

Humana ciencia


No hay conocimiento más genuino que el que nos brinda la propia experiencia, y el resultado de este conocimiento es lo que llamamos sabiduría. Recordando aquella máxima de Quintiliano en la que decía que “es la ciencia la que crea la dificultad”, hemos de preguntarnos hasta qué punto se ha sustituido el conocimiento humanista, el que aboga por la creación de ideas, por otro de laboratorio o de estadística que relega el desarrollo de nuevos paradigmas por la religión de los datos y los números exactos. Sin embargo, esa ciencia que se denomina “exacta” se sorprende cada día ante la imprevisibilidad de la realidad y se da cuenta de que el conocimiento de ésta precisa de nuevos modelos de investigación más allá de lo cuantitativo, pues todo lo que consideramos medible no se puede aplicar a lo que no lo es: como son las emociones, el comportamiento e incluso la materia. ¿O acaso podemos cuantificar objetivamente –una a una- las neuronas y demás células que recorren nuestro cuerpo más allá de una mera ecuación teórica? Al igual que una religión que asume dogmas anticuados en los que la sociedad actual ya no se reconoce, así la ciencia y su dogmática visión del mundo se está quedando obsoleta al no integrar en su investigaciones esas variables que simplemente descarta, cuando son, digamos, lo más importante del fenómeno.

Esa ciencia que crea la dificultad es aquella que no se actualiza con los cambios presentes, siempre en proceso. Cuando se asumen dogmas y leyes mecánicas que aplicamos metodológicamente por decreto, olvidando mirar en fenómeno en sí, nos estamos poniendo una venda en los ojos, la venda de los prejuicios científicos, la venda de lo aceptado por comunidades académicas que exigen adaptar todo estudio a sus requerimientos limitados de elaboración científica. Pero, ¿por cuánto tiempo seguiremos observando el vasto universo desde unos viejos prismáticos? Y este no es un problema que sólo concierna a la comunidad científica –esto es, la que se desarrolla en las universidades y en institutos financiados por grandes empresas con intereses particulares, como las farmacéuticas- sino que se da también en la religión o incluso en la política. Pues la cuestión a la que nos referimos tiene que ver con la mentalidad, con la forma en la que interpretamos y concebimos el mundo. Y un cambio de mentalidad pasa primero por poner en duda esos viejos valores que asumimos como verdades intocables. 


Parece que nuestras viejas ideas son un tesoro que hay que defender para no perder la identidad. Pero nos olvidamos de los efectos secundarios, de esas variables que apartamos. Y nos olvidamos también de que una identidad cerrada al cambio ralentiza y deteriora nuestra capacidad de evolución y adaptación. Quizá esta crisis económica y de valores sea el espejo de ello, la evidencia de la dificultad de una sociedad para adaptarse al cambio. Y es que un grupo –o civilización- que se guíe por valores individualistas remará siempre a contracorriente de la evolución colectiva. Los intereses del mercado no son los intereses de todos, y una verdadera democracia necesita asegurar que el pueblo navegue a buen puerto sin ir dejando a flote a sus tripulantes. No hay ciencia que conozca el futuro, pero sí sentido común que sabe que hay un presente que puede ser mejorado, que debe ser más solidario, más humano y más abierto al cambio.


La Tribuna de Albacete, 20-11-2013

jueves, 7 de noviembre de 2013

El sentido de la educación


A menudo conviene preguntarse: ¿qué entendemos por educación? Es una pregunta obligada donde la sociedad ha de tomar parte en su intento de responderla. De lo que entendamos por educación y de cómo se lleve a cabo esta vital empresa dependerá el futuro de nuevas generaciones destinadas a configurar una población capaz o no de enfrentarse a los retos de un mundo en constante cambio y evolución. Hoy día se valora preeminentemente la llamada 'excelencia académica', que no supone más que la capacidad de almacenar datos para volcar en un examen. Apenas se tiene en cuenta el valor, a mi entender, más esencial en toda tarea educativa: incentivar la capacidad creativa y crítica, esto es, la capacidad de pensar por uno mismo y el desarrollo de nuestras capacidades humanas. Para aprender hay que comprender, y para comprender es necesario aprender a cuestionar las cosas. Sólo así la inteligencia puede brillar; cuando uno, además de ser un mero 'copista' de información, descubre que también es capaz de encontrar herramientas en su propio intelecto para resolver problemas vitales y no solamente los problemas que se formulan en un libro de matemáticas. 

La educación no sólo ocurre en las escuelas, sino que nunca deja de estar sucediendo a cada paso que damos en la vida. Si se consigue despertar esa actitud, de constante mirada abierta ante la vida, una mirada que busque comprender su mundo, cuestionarlo y tratar de mejorarlo. Si la tarea educativa consigue dejar un legado mayor que el que se refleja numéricamente en un expediente académico. Si, más allá de un título que nos facilite desarrollar una determinada profesión, la tarea educativa consigue que el alumno sepa qué es lo que realmente quiere, no porque tenga más 'salidas', sino porque es capaz de amar lo que hace, creer en lo que hace y tener la voluntad de mejorar con su capacidad creativa lo que encuentra en su camino, entonces la educación puede tener un sentido. 

Si educamos en unos valores que son los mismos que nos han llevado a esta actual crisis de valores, como son la competitividad y el materialismo, estaremos olvidando el verdadero sentido de las palabras 'humanidad' y 'humanismo', donde la cooperación, la solidaridad y la búsqueda de la libertad de pensamiento y de acción son sus fuentes de inspiración. Sólo así es posible un desarrollo humano que no olvide que somos seres productores, no sólo de dinero y de mercancía, sino de cultura, de belleza y de inteligencia creativas. Necesitamos de estos valores para poder respirar, y una verdadera revolución siempre aspirará a alzar el vuelo recobrando las alas perdidas que otorgan belleza al recorrido de su libertad. Como escribió Albert Camus, ahora se cumple el centenario de su nacimiento: "La belleza, sin duda, no hace las revoluciones. Pero llega un día en que las revoluciones tienen necesidad de ella. [...] Manteniendo la belleza, preparamos ese día de renacimiento en el que la civilización pondrá en el centro de su reflexión [...] esa virtud viva que cimenta la común dignidad del mundo y del hombre, y que tenemos que definir ahora frente a un mundo que la insulta." Y la educación sólo puede ser bella si entendemos que con ella lo que hacemos es comprender el mundo en que vivimos, adquiriendo las herramientas necesarias, que se encuentran dentro de uno mismo, para mejorarlo.

La Tribuna de Albacete, 6-11-2013

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