miércoles, 20 de septiembre de 2006

La realidad significante (Microensayo poético)

¿Quién soy? ¿Qué voz guarda silencio

en este instante? Es tu voz, la voz

que nace del ser. Y el ser

escucha otras voces

que mueren

en el aire. Relámpagos brotando de las bocas,

agujas lanzadas al viento de la significación,

almas hechas de letras, vidas frondosas

expuestas al sol del entendimiento.

Una palabra es el abismo

de un sueño que se ilumina

al llegar a la conciencia

de lo que ella, inmóvil,

etérea, por sí misma,

representa.

Una palabra es siempre metáfora,

forzosa relación que el hombre establece

entre dos imágenes: el signo y la realidad significada.

Una palabra es voz callada de lo visible

y de lo invisible,

desvelamiento del símbolo que lo real siempre esconde.

Aunque pueda ser visto.

Puedo ver el cielo, pero sin la palabra

no podría darle un nombre.

No podría llevar el cielo conmigo,

en mi memoria.

Pleno de identidad

en el sonido que lo evoca.

Muchas veces sería mejor desconocer ciertas palabras

como muerte, sed, dolor o hambre. De todas maneras

sería imposible evitarlas aunque no fuéramos verbalmente

concientes de ellas.

Porque en el principio no fue la palabra sino el llanto,

la rabia, la intensa rabia que causa no poder comunicar lo que se siente.

sábado, 16 de septiembre de 2006

11-S

Ya han pasado cinco años desde aquella terrible tragedia que llenó de aire negro las calles de Manhattan y del mundo entero a través de las televisiones. Todo comenzó a las 8.46 h, cuando el vuelo 11 de American Airlines irrumpió estruendosamente en los pisos 94 a 98 de la torre Norte del World Trade Center. El país más seguro del mundo quedó puesto en evidencia ante un atentado que convirtió uno de sus grandes emblemas, las Torres Gemelas, en una inmensa nube de humo. Ese emblema representaba los ideales del sistema de vida americano, proyectado también en el resto del mundo. La primera potencia del Planeta, durante una hora y cuarenta cinco minutos, tiempo que transcurrió desde el primer impacto hasta la caída de la segunda torre, se vio sumida en el caos y en el terror, en el miedo y en la desesperación de no saber qué estaba ocurriendo.

Ese miedo es el que se ha mantenido y se sigue manteniendo todavía hoy como impulso que guía a un país en un destino común, con un antes y un después del 11 de septiembre de 2001. Y la razón es evidente, como ha señalado Mario Vargas Llosa: “el mundo es ahora, gracias a ellos [a los terroristas del 11-S], menos seguro y menos libre”. Esa es una de las conclusiones que sacamos de aquel terrible atentado contra los derechos y libertades de los ciudadanos. Y no cabe duda de que esa razón, la del miedo, fue suficiente para convencer a un pueblo de ir hacia una guerra. Si a un pueblo le aseguran que van a la guerra en defensa de sus libertades nadie se va a oponer a ello pues iría en contra de su propio pueblo.

El terrorismo islámico consiguió sus objetivos, esto es, provocar el terror. Y sigue siendo la gran amenaza del siglo XXI. Pues ya no sólo cuenta lo que ha pasado sino lo que puede llegar a pasar. Con el 11-S se ha visto que todo es posible, pues lo sucedido excedió los límites de lo imaginable. Mientras exista un Mohamed Atta dispuesto a entregar su vida a Alá cualquier cosa puede ocurrir. ¿Cómo luchar ante esto?

La guerra de Irak ha sido una de las respuestas que el pueblo americano, guiado por G.W. Bush, ha dado en defensa de sí mismo buscando un enemigo que aparentemente era invisible. ¿Pues, quién es el enemigo? Además de Ben Laden, desaparecido todavía, el enemigo puede estar en cualquier parte, en tu propio país. El integrista islámico puede surgir de la nada y coger un avión en cualquier momento. El Gobierno de EE.UU sabe, como explicó Michael Moore, que el argumento del miedo es suficiente para embarcar a un pueblo a una guerra. Pero las guerras de ahora ya no son como las de antes, como apunta Umberto Eco: “La guerra no enfrenta a dos patrias. Pone en competencia infinitos poderes”. E intereses, añado yo. Y así es, el mundo resulta dividido en dos. Y algunos países, conscientes de ello, hablan de sus armas nucleares, como Irán, para dejar claro que ellos también tienen “infinitos poderes”.

La guerra de Irak no ha servido para acabar con el terrorismo. El miedo continúa. Madrid (11-M: 192 muertos) y Londres (7-J: 56 muertos), por poner ejemplos cercanos, también han sido víctimas del terror fundamentalista.

El terror causado por los integristas sí que tiene un objetivo claro: las sociedades libres y democráticas. En definitiva, aquellas que no están del lado de una mentalidad más propia de la Edad Media que del siglo XXI. Sin embargo en España seguirá habiendo mezquitas al igual que seguirá habiendo iglesias, precisamente porque en Occidente hay libertad de culto, porque eso es lo que debe tener toda sociedad libre. Los únicos que no tienen cabida en una sociedad libre son los que atentan contra ella, los que se inmolan contra la democracia desde la ceguera del fanatismo. Y contra aquellos, desde la legalidad y la justicia, es contra los que hay que luchar, esos son los enemigos verdaderos. Por eso no hay que confundir ni meter a todos en un mismo saco. El escritor Juan Goytisolo, casi proféticamente, ya apuntaba esto solamente dos semanas después del 11 de septiembre de 2001: “¿podemos confiar en que aquellos [los responsables del 11-S] han sido correctamente identificados y no se golpeará a ciegas a Estados, poblaciones y personas ajenas a los hechos?” Y esa es precisamente una de las claves. Y no hay nada más inhumano y maquiavélico que aprovecharse del miedo y del dolor de un pueblo para llevar a cabo una guerra basada en otro tipo de intereses que no responden a mitigar el verdadero problema. Aquellos que murieron en las Torres Gemelas, en los trenes de Madrid o en el metro de Londres representaban a todas las razas y religiones, pero todas ellas eran inocentes. Víctimas del fundamentalismo. En estos momentos de desorientación, indica Umberto Eco, “nadie sabe de qué lado está”. Por eso los países amenazados de Occidente tienen que cuidarse de no librar su Guerra Santa particular, fomentando más odio, rencor y daños colaterales y, por el contrario, luchar desde el análisis, la prudencia, la crítica, y también desde la autocrítica, difundiendo los mismos valores de libertad y derechos que reclaman para ellos mismos, para evitar que tragedias como las del 11-S no se vuelvan a repetir.

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