domingo, 18 de diciembre de 2011

El espíritu del rebelde


En esta época nuestra en que la cultura de la imagen prima sobre todas las cosas, donde la publicidad es un estudiado método para convertir en objeto de deseo cualquier producto, la revista americana Time –como viene haciendo desde hace décadas- ha retratado en la portada de este mes de diciembre a su personaje del año. Este retrato, o manufacturación de un nuevo producto, no ha sido alguien en concreto, sino un personaje anónimo: “The protester”, esto es, “el manifestante”, o traducido un poco más: “el indignado”. Es propio de la juventud, en la mía lo fue, y en la de muchos otros, sentir un especial atractivo por ese personaje romántico y rebelde, luchador hasta la muerte por una buena causa, que personalizó el “Che” Guevara, cuya fotografía ya vemos impresa en la camiseta de muchos jóvenes como un diseño más de vestimenta. Cuando un símbolo auténtico, vivo, temblando aún en la pasión de su sentido, es capitalizado, convertido en mercancía, se le esteriliza, castra, vulgariza. Ahí reside el peligro de tomar “iconos”, de convertir en vulgar lo que brilló por ser único y original. Cuando vemos una imagen repetida por todos lados, el significado de lo que representa se va desvaneciendo, haciéndose cada vez más abreviado hasta el punto de perder el interés, llegando a pasar por mera anécdota o referencia descontextualizada. 

Sin embargo, lo que no podrá morir nunca es el espíritu del rebelde, ese que nace y vuelve a renacer, durante los siglos, allí donde una sociedad o grupo ha de proclamar el derecho de lo que es suyo, su libertad. Ningún rebelde, ni James Dean, lo es sin causa. La rebeldía es en sí la causa, la necesidad siempre imperante en todo tiempo y lugar, pues las sociedades están estrictamente fijadas por prejuicios, normas sociales y de comportamiento, clases, estatus, tabúes, mandatos implícitos y explícitos, obligaciones éticas, morales, etc. No quiere esto decir que cierto orden social y moral no sea necesario. Lo es. Vivir en grupo requiere ciertos preceptos de convivencia. Pero eso no significa que una sociedad se escude temerosa en esos preceptos negando todo atisbo de espontaneidad, creatividad y renovación. Y ha sido el rebelde quien ha encarnado esa función social, desde el rebelde artista (Oscar Wilde, Dalí, The Beatles…) al rebelde político, como el citado Guevara. Filósofos como Sócrates, Marx, o Nietzsche también lo fueron. La rebeldía no es sólo una causa, ni una moda, sino una forma de ser, necesaria y vital inclusive.

El rebelde nos muestra una alternativa, nos hace ver que hay otro camino. En este sentido es una figura optimista y positiva. Nietzsche hace hablar a Zaratustra mostrándonos el camino del nuevo hombre. Dios nos lo explicó mediante Jesucristo. Marx con “El Capital”. Hoy en día somos manejados por el “dios mercado” y el rebelde está ahí para hacérnoslo saber abiertamente. Escribe Michel Onfray, un intelectual indignado, que es necesario “terminar con esta religión de la economía que hace del capital su Dios y de los hombres sus simples devotos, objetos de expoliación a voluntad”. Hemos regresado a una nueva Edad Media, pero por suerte sabemos que después llegó una luz rejuvenecedora llamada Renacimiento. Hoy día la economía tal y como la entendemos ya no nos sirve, ha dejado de ser un instrumento de convivencia y organización; ahora la servimos a ella, nos organizamos y convivimos según sus exigencias. Esta economía que hemos creado y que se llama capitalismo está devorando un mundo al que debería servir. Ese es el mensaje que hoy día necesitamos escuchar, que necesitamos saber. Añadiendo siempre una esperanza, una alternativa. 

El rebelde, pues, sólo procura que despertemos del sueño de la razón, de la razón demente que subyuga a este sistema. El rebelde no es un “icono”, ni una imagen que llevar en la camiseta hasta que olvidemos lo que significaba o la lavadora la destiña y definitivamente borre su silueta. Este año, sin duda, y para nuestra fortuna, ha sido el año del manifestante, en Túnez, Egipto, EE.UU., España…, se ha oído o, mejor dicho, se ha hecho oír su voz. El mensaje que precisa recordarse más que nunca es que tenemos derecho a vivir dignamente, todos. Y no perder la esperanza al difundir este mensaje. Porque, como escribió el gran poeta lituano Czestaw Mitosz: “La esperanza existe si alguien cree / que la tierra no es un sueño, sino un cuerpo vivo.” Y este cuerpo es el nuestro, es de los árboles y ríos, ciudades, océanos, pájaros y mesetas… La tierra nos pertenece porque somos esa tierra, porque estamos hechos de la misma materia que el mundo. Justo es reivindicar la justicia. Necesario es pedir lo necesario. Y ser rebelde es proclamar el derecho de poder ser uno mismo. Digna y libremente. Hoy, más que nunca, todos necesitamos ser rebeldes.

Diario La Verdad, 18/12/2011

domingo, 4 de diciembre de 2011

Paradojas de la felicidad


Ser feliz es el gran objetivo humano, la razón de ser y el impulso con el que se mueven todas las emociones. Felicidad, entendámosla así, como un deseo o motivación hacia la consecución del placer. Toda acción, incluso una altruista que parezca que en nada beneficia al que la comete, es el resultado de una expectativa de logro de algo. El altruista sentirá su deseo de dar satisfecho, y el egoísta su deseo de recibir. Hasta aquí parece que la cuestión de la felicidad se ha resumido en algo muy sencillo: una sensación de satisfacción. Vemos, según este punto de vista, que ser feliz es entonces una consecuencia, pues si fuera un fin –como en la paradoja de Aquiles y la tortuga, partiríamos siempre de la desventaja de una insatisfacción ‘que desea’ ser satisfecha: donde la ilusión de esa necesidad  impediría –por su condición deficitaria- el vislumbre de una ausencia real de necesidad. Partiendo de estos postulados concluimos que la felicidad de ningún modo puede ser un fin y que, precisamente, cualquier estado de felicidad consistiría en no necesitar de ella (como ya concluyó Séneca).

Un lúcido filósofo y economista francés, Serge Latouche, ha realizado una afirmación que, tal y como hemos visto, no dejaría de sorprendernos según cualquier precepto de sabiduría clásico; pero sí a la luz de nuestro antagónico mundo capitalista. El citado filósofo –entre otras cosas- ha afirmado que “la gente feliz no suele consumir”. Por esta razón nos invita a ‘vivir con menos’ y ha considerado el “decrecimiento” como una alternativa al capitalismo. Ir hacia atrás de algún modo en contra del engañoso “desarrollo sostenible” que no deja de ser otra forma de referirnos a un consumo imparable. La ansiedad colectiva del desarrollo puede apreciarse con los aparatos electrónicos, cuya obsolescencia es cada vez más veloz. Casi todo lo que consumimos viene ya con fecha de caducidad inmediata. El masivo consumo no es el mal en sí, lo es la causa de éste: la creciente insatisfacción patológica que sufre el ser humano.

El referido Séneca y otros estoicos, empezando por su fundador Zenón, afirmaron que una persona feliz es quien acepta completamente lo que es y, en ningún modo, desea ser lo que no es. Sin embargo, pasados los siglos, hemos constatado que nuestra sociedad ha preferido jugar a ser lo que no es, a alejarse de la naturaleza, de la vida espontánea y sencilla, escogiendo un escenario de artificialidades fútiles. Hemos ido adquiriendo necesidades cada vez más antihumanas, hasta el punto de que muchas enfermedades son el resultado de este modo de vida (contaminado). La raíz de este problema es que realmente uno no sabe ya lo que quiere, que la sociedad ha establecido un modo de vida, autodestructivo, del que es inevitable participar. Por eso, la aseveración de Latouche así como cualquier otra que nos haga tomar una pausa para respirar y pensar detenidamente acerca del modo de vida que llevamos, es de agradecer en estos tiempos de absentismo moral. Hoy en día cualquier postulado moral serio y decente parece ir en contra de los intereses del mercado y del sistema, lo que es razón de más para estimar la gravedad del asunto, para reflexionar sobre el laberinto en que nos hemos metido. Cito de nuevo a Latuoche: "Vivimos fagocitados por la economía de la acumulación que conlleva a la frustración y a querer lo que no tenemos y ni necesitamos".

El deseo es el pecado original de la falsa felicidad. El autoengaño en que más incurrimos los humanos en nuestra búsqueda común e innata de la felicidad. Orientar esta búsqueda hacia dentro en vez de hacia fuera sería el primer paso hacia un encuentro real con nosotros mismos. De no ser así, es probable que vaguemos todo el tiempo por la vida en busca de una sombra que nunca conseguiremos atrapar o a través de un sueño del que jamás despertaremos. Aterrizar en la verdad supone concluir un imaginario vuelo a los abismos de un deseo infinitamente insatisfecho. “Despertar (ha escrito el Premio Nobel de Literatura Tomas Tranströmer) es un salto en paracaídas del sueño”. Una vez que se despierta el sueño ha quedado atrás para siempre, comprendiendo su ilusoriedad. Aterrizar en la verdad, tomar tierra en uno mismo, es ya presenciar la felicidad. Comienza así el camino no hacia la felicidad, sino del hombre feliz.


Diario La Verdad, 4-12-2011

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