domingo, 25 de abril de 2010

Ideología o unidad

Es destacable que la masificación urbana, que representa el carácter de nuestras sociedades actuales, necesite reafirmar algún tipo de identidad distintiva, confirmar de algún modo la propia existencia con el fin de no vagar en la indiferencia común, que impone el propio sistema con su variopinta y confusa idiosincrasia. Es posible –más que posible- que sean los medios de comunicación los que decidan fijarse en ciertas individualidades, asentar protagonismos, modas y estilos actuales. En ellos, y también en las jóvenes y populares redes sociales de Internet, está la última palabra en la decisión de confirmar la existencia o no de algo, existencia entendida en términos de números, que puede contrastarse en la cantidad de resultados dada al insertar una búsqueda en Google, por ejemplo. Los políticos, como los futbolistas, gozan de gran popularidad, en la mayoría de los casos por sus desfalcos y otras por sus decisiones políticas. La ideología, como la religión, se convierte en seña de identidad, en rostro, crédito o descrédito de unos y de otros.

La ambición sectaria cala en nuestra sociedad más que nunca, quizá por esa necesidad ya apuntada de marcar la diferencia frente a la masificación, de ser distinto al resto; ya sea en territorios: una comunidad autónoma que quiere ser país; en partidos políticos: anhelando reivindicar la supremacía de sus ideales; en pueblos marcados por la religión: donde su sentimiento de identidad delimita una franja con el pueblo vecino, etc. En todo ello musita un rumbo desolador y ya no sorprende tanta banalización de aquel ideal llamado ‘individuo’. En una sociedad –como diagnosticó Octavio Paz- marcada por su “indiferencia pasiva”, nos encontramos con incoherencias propias de un entendimiento a destiempo, pues la militancia en un credo implica en ocasiones relegar a la conciencia, mutilar lo propio para difuminarse con el ideario, posiblemente por el temor a perder la legitimidad moral que se le concede como partícipe del emblema que representa. Jorge Luis Borges comparó su noción de utopía a “un Estado como Suiza, donde no se sabe cómo se llama el presidente”. Y con clara ironía continúa: “Propondría que los políticos fueran personajes secretos. Este Estado que no se nota es posible. Sólo es cuestión de esperar doscientos o trescientos años”.

Ante unos pueblos que viven más allá de los políticos, éstos se proclaman el centro del mundo, el timón de nuestros destinos y libertades, y quizá por indiferencia (pasotismo) miramos hacia otro lado mientras ellos se tiran los trastos, entre revanchismos históricos, sordos diálogos y rencillas cotidianas en la ciega lucha por llegar al poder o mantenerlo. En estados donde verdaderamente gobiernan las empresas (el poder económico), convendría que la función política tomase un papel casi invisible pero de justo arbitrio, buscando por mandato ético el interés de todos los ciudadanos (no sólo de la mayoría, que siempre olvida a las minorías), sino de todos y cada uno. En una democracia, donde el gobierno es del pueblo y para el pueblo, ¿dónde está el pueblo?, ¿acaso los “mass media” ocultan, nublan, la posibilidad del individuo feliz más allá de su bienestar económico?, ¿qué doctrina se nos vende diariamente que no sea la conquista del consumo? Quizá el diagnóstico encierra esta raíz patológica.

Fue en China, hace ya muchos siglos, donde se dijo que en el no-hacer se obtiene todo. No en el sentido nihilista, de inerte presencia, sino en la superación de la limitación del egoísmo, del sentimiento de diferencia y competencia y de la lucha continua del trabajo para sí mismo, insaciable. En un gobierno que practicase ese no-hacer nos evitaríamos los caprichos del poder individualista, de los intereses propios en oposición a los de la otra mitad de los individuos (o a cada uno). En el no-hacer no existen diferencias sino unidad. El buen gobernante habrá de pasar sin ser advertido por el pueblo y así, como expresa el clásico Tao Te King, “a la obra acabada sigue el éxito [y] el pueblo cree vivir según su propia ley”. Este sería el afán de la obra duradera y de todos, la conquista de la libertad plena, el acto creativo de una sociedad que necesita saberse útil y, sobre todo, viva.

Diario La Verdad, 25/04/2010

sábado, 17 de abril de 2010

Si el tiempo nos ama

Si el tiempo nos ama, nos dejará salir de él,
nos permitirá convertirnos en eternidad,
como el sol o las estrellas en sus confines,
nos traerá la paz antes que el círculo nos ciegue
y miremos las mismas horas agotados
en la espera de nadie.
Si el tiempo nos ama, será nuestro amante
en su ausencia infinita, abrazados al viento
que no termina, intenso, en su honda caricia
conmoviendo todo pasar.
Si el tiempo nos ama, nos dejará trascender
aquella ilusión guardada, recobrar
la despedida o dar el beso primero
a quien nunca nos atrevimos, huyendo.
Amar el desamor, tomar la mano o el corazón
que creíamos perdido. Arrancar la pena de ayer,
sin más ayeres, promesas, recuerdos o aguijones.
Vencer a lo lejano; ser -en este ahora
que no conoce el nunca-
lo posible. Ser por siempre
el abrazo eterno,
si el tiempo, de verdad,
nos ama.

domingo, 11 de abril de 2010

Los valores ante el cambio

Acaso ya declina la existencia de valores impermeables, de arraigadas construcciones interiores del carácter que debieran avanzar inquebrantables por el sino de sus vicisitudes. Nuestro tiempo, tan frívolo y frenético, acostumbra a desacostumbrarse del valor tan eficazmente que apenas subsiste memoria alguna de cualquier base previa. Como en la dialéctica de Hegel, las ideas contrapuestas pueden fácilmente intercambiar sus posiciones, y los que antes defendían unos argumentos ahora pueden luchar contra esos mismos, dando las razones que antes rechazaban, esto es, las que sus oponentes antes dieran. Allí donde no hay libertad no puede haber valores; y aquellos que como Fidel Castro combatieron por la libertad ahora son justamente combatidos por el mismo motivo. Más allá de las ideologías quedan las personas, la cruda condición humana más primitiva, en sus afanes de poder, de soberbio dominio, de implacable adoctrinamiento, de vanidosa lealtad a un ideal manchado de sangre, en el delirio histórico de quienes se han perdido a sí mismos.

Karl Marx arrojó el arma del comunismo como puño en alto y las clases oprimidas lo reivindicarían hasta el silencio de su nueva opresión, por ese mismo puño capaz de adocenar naciones enteras bajo la bandera de un espejismo nunca alcanzado hasta ahora en toda la historia. Marx comprendió –antes que nadie- el inmenso poder de la burguesía, de su carácter revolucionario de los propios instrumentos y sistemas de producción. ¿De quién ha sido verdaderamente la revolución global? Como en la extraordinaria película Gigante (1956), de George Stevens, si el dinero (el capital) lo exige, un oficio de ganadero puede ser sustituido (y con él los viejos valores) rápidamente por el de petrolero, como le ocurre a Jordan Benedict (Rock Hudson), tentado por Jett Rink (James Dean) y por la riqueza potencial que podía dar el suelo que pisaban. Por suerte Jordan Benedict sobrevive a la vanidad y comprende el valor de ser solamente humano. No así el personaje de James Dean, el claro ejemplo del ‘nuevo rico’, que sucumbe en el delirio de su grandeza.

En nuestro tiempo la causa de la gran neurosis global es la del dinero, la constante actualización del modelo de obtener ganancias (la clara revolución del capital). Así como en su momento el vapor revolucionó la economía en su sentido más amplio ahora las nuevas formas de obtención de energía (o cualquier otra cosa) pueden ser susceptibles de asentarse si entrañan posibilidad de riqueza. Internet –no cabe duda- ha supuesto un cambio substancial en nuestra forma de entender el mundo y actuar en él, para bien y para mal. Marx expuso que el mundo capitalista vivía en constante agitación –produciendo “la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales”-, trastornando y reformulando todos los modelos, de producción y –por tanto- de consumo y convivencia. Con el peligro –“todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma”- de que finalmente no quede ninguna base sólida en la que asentar el hecho humano, convirtiéndonos casi en sustancias virtuales a expensas de lo que provea el consumo para nosotros, como sostenidos por una energía que nutriera y diese un nuevo traje e identidad al alma en cualquier momento. Entenderá Marx, con todo esto, el peligro que conlleva, la gran desilusión que entrelaza tanto cambio de raíz, lo que conducirá al hombre “a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás”. Marx hablaba de su tiempo. Pero hoy, en sus palabras, habla nuestro tiempo.

Como dijera otro Marx, fue Groucho: “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”. Frase que podría ser el lema subconsciente del capitalismo, de la publicidad, de los políticos, de las clases dominantes, del –en definitiva- único juego basado en la obtención de poder por encima de lo que sea. ¿Quién sabe si detrás de todo esto no hay más que un punzante temor metafísico, una oleada de inseguridad que desquebraja todo valor sentido como eterno? Como dijo Montaigne: “En ocasiones el huir de la muerte nos hace correr como esos que, de puro miedo al precipicio, se arrojan a él”. ¿Estamos arrojando –perdiendo- la esperanza en el hombre, en su sentido, en su forja de sí mismo? ¿Estamos siendo arrastrados por no se sabe qué hacia no se sabe dónde? ¿Es posible aquietar el rumbo antes de que la maquinaria sea irrefrenable? ¿Tiene la sociedad, el pueblo, el timón de su destino? ¿O lo soltó, cansado y desilusionado, hace ya mucho? ¿Quién, qué “fuerza” oculta, en forma de ese espíritu hegeliano de la historia, dirige nuestras vidas sin pedir permiso alguno? Empecemos preguntando y posiblemente llegaremos a obtener muchas respuestas. Es el esfuerzo último y primero que cada uno tiene el compromiso de hacer con el fin de proclamar su libertad insoslayable.

Diario La Verdad, 11/04/2010

viernes, 9 de abril de 2010

Lejos, más allá del tiempo


(Versión de un poema de Li Po)

Ellos me pregutan

por qué habito

las verdes montañas.

Yo sólo les entegro mi sonrisa,

un corazón sereno que penetra

la claridad del arroyo y los duraznos

de la primavera.

Yo, amigos, no resido

el mundo vuestro,

y otro lugar

libre del tiempo,

tal que eterno,

me contempla.


Del libro "Concierto de esperanzas. Poesía reunida (2002-2008)", de José Manuel Martínez Sánchez.
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