miércoles, 23 de diciembre de 2015

Política

Tras la resaca de las elecciones generales ha quedado todo revuelto, mostrando la diversidad que aglutina nuestro país y que sugiere, sin duda, nuevas maneras de entender la política y la gestión de un gobierno. Una manera, a mi entender, donde ya no prima el pensamiento único ni el imponer a todos los españoles lo que ha votado una sola mitad. El arte de la política consiste, y cada vez más, en saber lograr el ensamblaje perfecto, tanto en la teoría como en la práctica, capaz de aglutinar la voluntad de una mayoría. Y si eso no es posible desde un único partido –lo que tampoco sería del todo deseable- es necesario que sean varios los que consigan dialogar y entenderse, dejando las rencillas particulares, para unir y no enfrentar, a los votantes respectivos que han confiado en ellos. Escuchar la idea del otro e intentar sumarla –integrarla- no significa traicionar el propio ideario, sino ser capaces de añadir flexibilidad a nuestro proyecto dejando que otros puedan acompañarnos, otras voluntades populares, aunque no piensen como nosotros. Es hora de que el orgullo individualista y endogámico se deje a un lado, sabiendo mirar ampliamente y también de cerca a todos los españoles, pues eso es gobernar para el pueblo, sin rechazar, sin condenar el pensamiento ajeno solamente por llevar otras siglas. Evidentemente hay valores que uno no está dispuesto a defender, pero entonces quizá debe plantearse si es capaz de capitanear un equipo en el que todos cuentan. Y si no, y he ahí la grandeza de la política y el liderazgo, es hora también de saber convencer, mover y conmover a un pueblo que necesita urgentemente volver a hallar sus auténticos valores robados.

La Tribuna de Albacete, 23-12-2015

miércoles, 19 de agosto de 2015

Sobre crisis y utopías

La utopía es posible porque la capacidad de soñar no se perderá mientras perdure el género humano. Un buen gobernante ha de aspirar a un proyecto claro en el que se vean reflejadas las voluntades de la mayoría. Pero esta mayoría debe saber lo que quiere, debe dictar de alguna manera su destino a través de su acción participativa en la sociedad. Una sociedad sana y sostenible debe velar por su propio mantenimiento y negar con contundencia que se la trate como un mero objetivo para el consumo y otros intereses del mercado. Hoy día, lamentablemente –este es uno de los rasgos del capitalismo- un sinónimo para el individuo es el de consumidor. En realidad, la palabra individuo está perdiendo su valor, el sujeto se está evaporando, está dejando de respirar ese preciado valor conquistado por la modernidad y el humanismo llamado “individuo libre”. El consumidor sólo tiene una característica: su nivel adquisitivo. Difícil es saber hoy día, en esta crisis también –o sobre todo- de valores, para quién se gobierna y para qué. Ese objetivo, ese proyecto social que el humanismo aportó se está desintegrando hoy. No podemos pretender que un sistema intoxicado de capitalismo nos siga ofreciendo todas las garantías a las que un auténtico estado de bienestar aspira. Un sistema enfermo no sabe procurar salud, su sino es degenerar, envilecer la igualdad, hiperbolizar las desigualdades, jugar a la descarnada competencia. No hay otra cosa, no es otro el mal, no es otro el germen del problema que el egoísmo, eso tan primario que se bifurca con el tiempo en un sinfín de senderos. Esperemos pues, confío en que sí, creamos en las utopías, que vengan pronto tiempos más generosos.

La Tribuna de Albacete, 19-08-2015

miércoles, 22 de julio de 2015

El futuro de la democracia

Recordemos que para Aristóteles, que con Sócrates y Platón son simiente del pensamiento europeo, dicho ahora que peligra la estancia de Grecia en Europa, un buen sistema político era la aristocracia, entendido como un gobierno plural donde gobernaran los más capaces, en contraposición al reinado o la tiranía. Comenta Aristóteles en su Política, que son mejores los gobiernos plurales y que buscan la igualdad, y que cuando gobiernan unos pocos, por ejemplo una falsa y reducida aristocracia (oligarquía) o gobiernos tiránicos y autoritarios, siempre suele mezclarse con corrupción y demagogias. “La vergonzosa codicia de los gobernantes [comenta Aristóteles] que tendía sin cesar a limitar su número, dio tanta fuerza a las masas, que pudieron bien pronto sacudir la opresión y hacerse cargo del poder ellas mismas.” Y ahí venimos a parar, al nacimiento de la democracia. Pero, he aquí la paradoja, el caso de Grecia, que no quiere someterse a los dictados de una línea de poder que contamina toda Europa, pone en entredicho si realmente vivimos en una democracia, o en una democracia ficticia y tiránica. Conviene no olvidar a los griegos. Conviene no pasar por alto que tratados como la Política de Aristóteles pueden ser guías actuales. Estamos ante los mismos problemas, ante las mismas vicisitudes. Quizá la palabra democracia pueda seguir usándose, pero hay que darle otra vuelta de tuerca. Hay que volver a cargarla de sentido. Hay que resemantizar, en definitiva, nuestro futuro como sociedad, y dejar claro que libertad o igualdad han de ser equiparables a la palabra democracia, y que bajo ningún otro concepto se pueden pisar. 

La Tribuna de Albacete, 22-07-2015

martes, 14 de abril de 2015

Colón y el capitalismo


Tal y como hoy está el mundo, pensar en el futuro -en uno muy lejano- puede sonar a ironía; pues si es evidente lo difícil que resulta convivir en el presente, cuánto no lo será dentro de unas décadas o siglos. Esta sociedad del día de hoy, regida de modo demente por esa ley del ‘máximo beneficio’ que ha precipitado al hombre a desocupar las tierras de la cordura, apenas tiene perspectiva desde la que divisar un horizonte distinto al actual, que hoy amenaza la posibilidad de un futuro sostenible para la humanidad. Parece que no hay otro modo de imaginar el paraíso de mañana que no sea eliminando de él las causas que han dado lugar al infierno de hoy, lo que conllevaría a borrar toda la historia del tirón. Eduardo Galeano, en memorable artículo, escribe lo siguiente: “El 12 de octubre de 1492 América descubrió el capitalismo. […] En su diario del Descubrimiento, el almirante escribió 139 veces la palabra ‘oro’ y 51 veces la palabra ‘Dios’ o ‘Nuestro Señor’.” Escribió así Colón de las Américas: "Tendrá toda la cristiandad negocio en ellas". A partir de entonces las cosas fueron muy deprisa. Todo el mundo ya ha sentido los colmillos del capitalismo, de ese lobo para el hombre que nunca se queda satisfecho, de ese valor al que tanta sacra importancia se le da: el dinero. Un invento para la convivencia que ya es el eje y motor, sentido y referencia, de la misma. Y en estas seguimos, en la incansable búsqueda de El Dorado. Si éste pudo ser origen del capitalismo nos preguntamos cuál será su destino; si está ya agotado o necesita agotar todos nuestros recursos. Dejo aquí esta cuestión para su reflexión. Ojalá la sociedad pueda responderla pronto, antes de que sea demasiado tarde.

La Tribuna de Albacete, 08-04-2015

miércoles, 4 de febrero de 2015

Podemos soñar


Hace unos días pudimos ver en la Puerta del Sol de Madrid la multitudinaria manifestación convocada por la fuerza política “Podemos”. Recordó a aquellas reuniones masivas del 15-M, donde los gritos por el cambio, contra el bipartidismo esa “casta” política actual que nos gobierna por turnos, nos inspiraban y hacían reflexionar sobre qué sistema estamos alimentando y si es viable un cambio de rumbo en España que resulte sustancial e ilusionante. Volví a recordar el famoso libro ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel, creyendo en una transformación verdadera, en la participación y el compromiso ciudadano. Valores que, por supuesto, no pertenecen a un único partido, sino a un pueblo. Y ha de ser el pueblo el que encuentre a sus dignos representantes, confiando siempre en que los ideales, los sueños, la utopía… no son ingenuidad, sino la premisa más realista que existe para un cambio. Como escribió Hessel: “Buscad un poco, encontraréis. […] La peor actitud es la indiferencia”. No podemos, pues, tirar la toalla de nuestra libertad y hemos de sentir, sobre todo, que es posible lo imposible. Al igual que en el ámbito de la fe, creer es una acción adecuada: una creencia llena de esperanza. De esta manera puede suceder lo que ahora necesitamos, una revolución pacífica, una vuelta al control del pueblo de su propio destino. Recordemos de nuevo las palabras de Hessel: “Hay que dotar a la esperanza de confianza, la confianza en la no violencia.” Esa es la clave de nuestra evolución como especie, para que podamos llamarnos civilización en su sentido más legítimo, “la confianza en la no violencia”. Esa ha de ser, sin duda, la única y verdadera fe que nos ha de unir y mover siempre.

La Tribuna de Albacete,  4-2-2015

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