sábado, 30 de octubre de 2010

Playa del ocaso

He dormido en tu mirada una vez más,
hacía frío y todo era ausencia
menos tus ojos despertando
que a veces confundo con el mar.
En tu silencio hay un camino
que me lleva a la calma,
a un sosiego de nadie
que se funde con el todo.
Soy habitante fiel de tu llegada,
amante profundo buscador de las huellas
que puedan descubrirte, acaso un poco,
como estela que avanza
hacia tu plenitud.
Me acaricia el viento
que pasa al mirarte
como soplo de eternidad en los párpados
de mi solitaria devoción por ti:
ojos de amor
y de arena desprendida.

domingo, 24 de octubre de 2010

Educar y aprender

Hoy más que nunca educar es un reto. Ello incluye el ser capaces de guiar en el aprendizaje de la vida, el valor de conducir a alguien hacia sí mismo. Educar a otros conlleva también educarse uno, tener muy en cuenta lo que sabemos, los valores que nos han acompañado y que se han conciliado con el vivir. En ningún modo puede darse luz a este camino basándose en la estricta sujeción de una serie de datos, informaciones y referencias ajenas, impuestas por el sistema y cuyos resultados prácticos no conocemos. En el educar aparece el camino de la sabiduría, del saber mirar lo que la vida es, en su sentido más ético y existencial. Valores profundos como la felicidad, el bien o la verdad, no son meras acepciones que consultar en un diccionario filosófico, sino aquello que aparece espontáneamente en el escenario de la conciencia, en el hecho de pensar lo que somos, en el interés por descubrir aquello que llevamos dentro y que perfila nuestras acciones, comportamiento, carácter, destino… En resumen, lo que somos es lo que llevamos dentro para ser.

Educar significa sacar fuera lo que está dentro, implica, por tanto, saber conducir a otros a que extraigan lo que se guarda dentro, aquello que es llamado la virtud, lo intrínseco humano. Significa enseñar a otro a que se guíe a sí mismo. El valor del educador reside en su habilidad para estimular la virtud del que es educado en el sendero de su autoconocimiento. Aprender es recordar lo esencial nuestro y todo aprendizaje se aloja en el hallazgo de la puesta en práctica de nuestras propias capacidades, pues aquello de lo que somos capaces viene implícito en nosotros. Cuando aprendemos hacemos explícita, deducimos, esa herencia innata que es la facultad del saber. Aprender supone un nacimiento a través de lo aprendido, algo cambia en nosotros cuando el conocimiento aparece, nos transformamos en algo más, en alguien más completo, más entero.

A partir de un solo conocimiento nuestra interpretación del mundo adquiere un matiz diferente, una nueva gama de colores y sabores brotan del intelecto. Alguien que no existía, como dijo John Ruskin, aparece. El criterio natural del buen conocer son la memoria y el olvido, se queda lo que nos es valioso, pervive lo que nos llega dentro, lo que nos transforma de algún modo; y se olvida lo superfluo, aquello que no nos era necesario para vivir. La sabiduría no se puede aprender de memoria, sino que hay que asomarse a uno mismo y a las cosas que nos acontecen para descubrir lo que éstas significan. Cuando descubrimos de verdad lo que las cosas son, éstas ya pasan a formar parte de lo que somos nosotros; y esto, sin duda, permanece.

Al igual que cuando se aprende danza hay un instructor que va delante conduciendo, en el aprendizaje en general el educador guía los pasos del aprendiz: aquel que posteriormente tendrá que bailar solo, que dejarse llevar por el ritmo de su cuerpo, por el fluir de su pasos en comunión con la danza del vivir. Y esto no sucede si los oídos no oyen, si el cuerpo entero no siente el baile de las notas musicales, si el espíritu no se hace uno con la melodía que lo sobrevuela. En el Liceo, la escuela de Aristóteles, se acostumbraba a dar las clases paseando, esto es, moviendo las piernas y todo el cuerpo acompañando a la razón, caminando y respirando las ideas, discurriendo al ritmo del pensar, del mismo modo que un paso encamina el siguiente. La materia de la educación, del aprendizaje, es el vivir. De ahí parte y ése es el fin de toda enseñanza. Son las experiencias vitales las que nos hacen presentes las cosas, las que ponen de manifiesto aquello que sabemos y aquello que no sabemos, aquello que es mejor olvidar y aquello otro que es indispensable saber. Fue Aristóteles quien dijo: “Enseñar no es una función vital, porque no tiene el fin en sí misma; la función vital es aprender”. Enseñar es sólo señalar el camino, aprender es recorrerlo. Y aprender, en conclusión, no puede ser otra cosa que un camino hacia uno mismo. Alguien que verdaderamente ha aprendido algo, es alguien que sabe vivir un poco mejor en este mundo.

Diario La Verdad, 24/10/2010

lunes, 18 de octubre de 2010

Amanecer de dos amantes

Te busco en el encuentro de tu mirada.
Recojo el instante tuyo
que se entrega a luz diversa,
haciéndose una y pura
la llama profunda que tu amor desvela.
Entre visitas furtivas
nuestro encuentro de amantes
regala tu voz al día,
saliendo de nosotros
para entrar en el yo-nuestro,
yendo hacia el sueño encumbrado
de dos labios que se funden
en la luz de la mañana.
Y entonces amanezco,
amanece, amanecemos,
acariciados por el aire
que mece nuestras almas.

domingo, 10 de octubre de 2010

La crisis globalizada

Una crisis consiste en un momento crucial donde es necesario tomar una decisión, donde hace falta un juicio estimativo de la situación para saber si es posible hacer algo o nada, si hay solución o fatalidad. Esperar, seguir soportando los achaques, pasivamente, puede suponer el abandono a la suerte de las acontecimientos, como quien deja un barco sin control en medio de una gran tempestad. En una crisis, siguiendo sus significados primitivos, ocurre una separación, un rompimiento, que trae necesariamente un esfuerzo por volver a unir. Y este esfuerzo supone un criterio, una lucha o combate que ha de entablar la inteligencia para resolver su encrucijada. Es, pues, obligado, el tiempo del análisis, de la consideración atenta del problema, del discernimiento consecuente, si se desea dar paso a resoluciones acertadas. No obstante, el problema mayor parece residir en el sujeto del análisis, en los actores que han de discernir la cuestión. ¿Quiénes son? ¿Dónde están? ¿Y si están en alguna parte, podemos confiar en ellos? La sociedad en que vivimos comporta una cualidad espeluznante al mirarla con cierta frialdad y perspectiva; me refiero a su carácter virtual. Hablamos de sociedad pero no hablamos de nadie en particular, hablamos de fenómenos de la globalización, pero nos referimos al efecto de un todo, donde lo particular ha quedado absorbido por la regla, por la norma, por la masa. En ese lugar común, todo es de todos y nada es de nadie, todos participan pero virtualmente, nadie hace nada realmente, solamente está previsto que se haga, otorgando al individuo la etiqueta de autómata.

En una crisis así, la de este punto de la historia que nos concierne presencialmente, nadie sabe qué hacer, porque todos solamente saben hacer lo que ya hacían, aquello para lo que habían sido educados, esto es, programados. Lo nuevo no puede aparecer cuando la norma implica seguir la norma, cuando el paso siguiente está marcado por el paso anterior y así sucesivamente, al igual que un reglamento o un mapa del laberinto. Si el laberinto queda destruido, o vemos cómo se desmorona lentamente, difícil es que el mapa pueda servirnos de ayuda en muchos de sus tramos, ya quebrados. Quizá haya más salidas, pero el mapa sigue marcando muros inviolables. La globalización, ese inmenso parque temático que nos venden las agencias de viajes en sus circuitos de relax, ese mercado virtual que nada significa, donde hoteles de cinco estrellas disfrazan la pobreza de países moribundos, es sólo una imagen hedonista, como toda la publicidad que nos hacen tragar por los ojos, donde la búsqueda del placer se iguala a felicidad, convirtiéndose en felicidad una adicción donde es necesario más placer (más consumo, como un calmante) para tratar de frenar un dolor in crescendo. Quizá sea el dolor de no ser nada -de saber en lo más íntimo del inconsciente que todo lo que nos dicen que somos no son más que envolturas y bisuterías que ocultan el alma- lo que ha aglutinado este exceso de banalidad, poder y consumo en una crisis global. La crisis de aquellos que son todos y nadie.

Para salir de una crisis hemos hablado de la necesidad de la inteligencia. Palabra ésta cuyo significado etimológico es “leer dentro” (intus legere). Lo cual nos lleva de nuevo al principio. También esta palabra comporta, por eso de ‘legere’, un sentido más, el de ‘escoger’. Al igual que en ‘crisis’ aquí se nos invita al análisis, y aún con mayor profundidad, se nos invita a “leer -escoger- interiormente”. ¿Puede ser éste el problema fundamental? ¿Se nos ha educado a mirar afuera constantemente, en la televisión, en las aulas, en el ocio, cerrando siempre la posibilidad de consultar con la conciencia y sin que nadie nos enseñara a hacerlo? Como buenos autómatas, lo importante es la capacidad de almacenar correctamente la información. Ha sido secundario entender, saber escoger interiormente. La consecuencias estaban servidas. Los valores quedaron invertidos, erosionados, evaporados en muchos casos. Ser era tener. Quien más tenía más era. A más consumo, más felicidad. Felicidad para los que venden y para los que compran. Una realidad ficticia. Un escenario de cartón piedra, prefabricado. Y una crisis que siempre ha estado presente, siendo la norma del sistema. Ahora es el sistema el que está en crisis y son los individuos los únicos que pueden salir de ella, lo único real de todo esto. Por tanto, la cuestión fundamental, el primer paso, ha de ser preguntarse, sinceramente: ¿Sabemos por qué hacemos lo que hacemos?

Diario La Verdad, 10/10/2010

domingo, 3 de octubre de 2010

Amor al fondo de la luz

Una sílaba sin labios, un devenir
perdido entre señales de humo,
entre brotes de conciencia.

Un día, un día para vernos los dos
sin espejismos, sin la sombra-reflejo
de tantas inquietudes. Un día
que se fue tras el aire del instante.

Fuimos algo que alumbró detenido
un despertar acaso, una onda
naufragada de secretos latiendo.
Fuimos el sol y la palabra vencida,
la precipitación del aire y la insolación
de la esperanza. Quedamos en lo ido
como en un destino ajeno, como en aquello
que fue visto sin nosotros, en cualquier parte.

Quedó una memoria, en el corazón,
sonando, que todavía nos despierta
a medianoche, como a dos extraños
que no olvidan que siempre
se han amado.

Quedó una memoria,
en el corazón, sonando…

El margen de la luz es el aura de la nada.

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