domingo, 27 de septiembre de 2009

La otra crisis

Algunos coinciden en afirmar que la crisis global por la que está pasando nuestra sociedad capitalista es en su base una “crisis de valores”. Los valores que motivan al hombre a emprender ciertas acciones de acuerdo consigo mismo y sus creencias han estado fuertemente en dependencia de lo que la sociedad ha exigido del hombre, esto es, una especie de convención de modos de actuar que atan y esclavizan ciertas libertades con el miedo de perder otras que se suponen más importantes. La competencia en todos los ámbitos de la vida crea un sentimiento de lucha individualista que forzosamente nos separa de intereses comunes y nos vincula hacia una ética egocéntrica y privada. Los valores pierden su rostro esencial y se dividen en imágenes ilusorias como las que habitualmente nos presentan en los anuncios publicitarios, cuando vemos a unos niños compitiendo por ver cuál de sus padres tiene un coche mejor, o que la clave del éxito y de la felicidad es tener una figura física baja en calorías y deslumbrante. Los anuncios publicitarios son escaparates virtuales que van forjando ideales que únicamente pueden ser alcanzados con dinero. De una virtualidad (la del dinero) a otra (la del consumo) el hombre habita un mundo irreal, frío y contaminado que poco tiene que ver con ese otro tipo de individualidad que ya reclamaban los antiguos filósofos griegos, esa parcela de libertad verdadera que nada ni nadie puede quebrantar: el respeto a la inteligencia.

Si en la televisión nos tratan como tontos, empezaremos a creer que realmente somos tontos. Si en el trabajo nos tratan como máquinas, empezaremos a creer que somos máquinas. Si el estado nos manipula como números sin identidad humana, no tardaremos en pensar que somos simples números y como tal, habremos de sumar y sumar valores huecos y estériles para sentirnos útiles en el engranaje inhumano que la propia humanidad, en contra de sí misma y de su naturaleza, ha creado. Dijo Nietzsche: “Las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado lo que son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas sino como metal”. Pero no nos engañemos más con lo de “crisis de valores”; una crisis de valores se da cuando realmente había valores que defender. Sin embargo, el único valor era la moneda, ese metal metafísico hoy en día, y la única crisis que ha habido es el miedo a la pérdida real del valor monetario. Si no hay monedas no hay valores, porque hemos dado todo el valor a una voluntad de poder gastar, consumir, tener, poseer, etc. Esas verdades que creíamos tan auténticas eran una ilusión al igual que la moneda es un simple metal. ¿Qué valores realmente se han puesto en crisis? ¿No estaban ya en crisis desde mucho antes? O, quizá, poniéndonos todavía más drásticos y posiblemente realistas, ¿no ha sido siempre el valor monetario lo que ha prevalecido en la historia moral y ética del ser humano por encima de su propio valor ético? Hay quienes dicen que esta crisis no va a traer sino más ansiedad, más necesidad de ganar y poseer, más ferocidad a esta gran máquina llamada capitalismo. ¿Qué está significando salir de la crisis? Encontrar desesperadamente nuevas formas para volver a ganar dinero. Así de sencillo. En verdad, no puede haber otro camino cuando la bestia está hambrienta y necesita urgentemente seguir comiendo. Para muchas religiones el ayuno es una forma de purificación, de limpieza del alma, pero para el capitalismo supone la amenaza a sus valores, a su religión sin tregua de unión con el consumo como símil de felicidad o paraíso. Probablemente conocer los valores que han de regir a un individuo o a una sociedad en sí misma como ideal humano integrado sea irse a una inalcanzable utopía que no lleve a ninguna parte. Hemos de darnos cuenta que la sociedad cuenta con un instrumento que en gran parte tiene esa responsabilidad, y es lo que se llama política. Y la política no es algo aislado de la sociedad que rige su destino en la sombra sino la suma de todos trabajando, implicándose, en la organización de su polis. Hace mucho que se dijo aquello de ‘gobierno del pueblo’, esa otra especie de utopía que de forma realista denominamos como ‘democracia’ y de forma irresponsable dejamos al libre albedrío de unos pocos que cada cuatro años el pueblo unido cruza la calle para echar una papeleta que los ratifique o castigue. ¿A eso se reduce la democracia? ¿Eso es la política? Al menos tomemos en consideración ciertas reflexiones que nos incumben. Ya Kant afirmó una posibilidad de la razón necesaria cuando escribió: “Aunque no podemos conocer [los objetos de la experiencia] como cosas en sí mismas, sí ha de sernos posible, al menos, pensarlos”. ¿Realmente, me pregunto yo, acaso, como una forma de deber coherente, ‘pensamos’ un poco en todo esto? ¿Realmente sentimos que nos concierne el mañana? ¿Cuándo y por qué la sociedad tiró la toalla?

Diario La Verdad, 27/09/2009

lunes, 21 de septiembre de 2009

El ego y el ser

La realidad interior está esperando a ser descubierta. Todo lo visible e invisible tiene vida propia y se articula como vibración exacta de la experiencia. Todo se construye creando a su vez un orden propio que da sentido al yo en su consecuente despliegue coordinado de identidad. Cuando el hilo se rompe, lo llamamos caos, desorden, incluso locura. Pero la identidad no dista mucha diferencia con el vacío. El sueño no difiere demasiado de la realidad. La muerte no es la sombra de la vida, sino el motivo de la posibilidad luminosa.

Cuando miramos dentro de nosotros, dispuestos a descubrir tanto el caos como el orden, dispuestos a la no disposición, entregados al espacio -sea cual sea- en que ir derramando el ser, exhalando la voluntad, deteniendo la inamovible gravedad hacia el logos, podemos entender, aunque sea una mínima parte, ese gran misterio que todo lo circunda, que supera cualquier acercamiento y que, sin embargo, envuelve a la materia y al espíritu en la expresión más pura del conocimiento: la desnuda visión de lo invisible.

No quedan convicciones, no sobran razones ni certezas, ni entusiasmos ni dichas ni esperanzas. Apenas queda nada salvo la vida que se da, tras cientos de batallas y quebrantos, tras rotas heridas encubiertas de sonrisas o derrochadas en lágrimas sinceras sin consuelo. Es innecesario empujar lo que es por lo que queremos que sea, siempre ha sido el gran error del ego, ese inútil sufrimiento que nos alcanza.

Pero, ¿quién puede hablar de dolor cuando la palabra se ha entregado al silencio? Cuando la vida se es y se descubre sin finalidad alguna. ¿Por qué nunca llegamos a parte alguna y acaso siempre empezamos a volver? ¿Qué más quiero poseer? ¿Qué mas deseo desear? ¿Qué más sueño sin vivir? Nada. La vida ya es el sueño. La muerte no existe. O quizás no la advertimos, pues morimos a cada instante. Y en cada muerte surge la consecuencia necesaria del renacer, de la vuelta al ser sin término ni principio. ¿Es el ego quien vuelve? ¿O es el ser? ¿O es la vida solamente?

Habrá que escuchar lo inaudible para que la voz recobre su logos, y que el orden nos ordene, navegando, sin meta, sin trayecto, sin origen, por ninguna parte y por todas, a la vez. Más allá del desencanto está el encanto del no saber.

El descanso del logos no cansa a la razón, porque duerme en huída el misterio de su no entender. Y en toda esa ausencia aparece la presencia, esencialmente despierta y lúcidamente dormida. Luz en reposo como ventanas entreabiertas que sosiegan la jornada y relatan al ego, en un baño de silencio, que ya no lo necesitan para ser.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Imagina

Han pasado ocho años desde el 11-S, aquel momento de angustiosa incertidumbre para todos aquellos que, delante del televisor, vimos tambalearse y finalmente caer dos de las torres más altas del mundo, ubicadas en el país más rico y poderoso de la Tierra. Muchos fueron los que perdieron sus vidas en aquellos trágicos actos de absurda crueldad. Ciertamente la crueldad sólo puede ser absurda. La violencia, la maldad, el asesinato… todo ello sólo puede ser absurdo, es decir, que no entra en los parámetros lógicos y racionales humanos. Digamos algo todavía peor: es aquello que se corresponde con lo inhumano. También hay otra palabra que define este tipo de acto del que ahora hablamos, el 11-S, y del que en España tenemos sobrada y desgraciada memoria por culpa de ETA, me refiero, claro está, al acto terrorista, al acto consistente en provocar terror, sangre, muerte, oscuridad, desasosiego, drama, lágrimas, desolación, heridas, traumas, desesperanza, miedo, pánico, incomprensión…

Sí, la última palabra es muy significativa: incomprensión. Nadie humanamente humano puede comprender el acto de infligir dolor a otro ser humano. Y si lo siente -el impulso de hacer daño- tratará, éticamente, de evitarlo por encima del odio que motive ese sentimiento violento. Como hombres, tenemos la posibilidad de experimentar por nosotros mismos sentimientos tan contradictorios como el amor o el odio. Son sentimientos que pueden despertar, aflorar, más allá de nuestra voluntad, en nosotros. Pero, y aquí entra en juego la conciencia -el entendimiento, la razón- de nosotros depende que esos sentimientos nos dominen o podamos ser capaces de dominarlos a ellos.

La historia de la humanidad ha sido sangrienta, luego algo nos lleva a deducir que las personas son violentas, al menos, que esa parte sombría de la persona, está muy presente en su ser. Ortega y Gasset, con gran elocuencia, argumentó lo siguiente: “Yo sospecho que esa historia, para la cual la realidad es lucha, y sólo lucha, es una falsa historia, que se fija sólo en el pathos y no en el ethos de la convivencia humana; es una historia de las horas dramáticas de un pueblo, no de su continuidad vital; es una historia de sus frenesíes, no de su pulso vital; en suma no es una historia, sino más bien un folletín”.

Una falsa historia, un folletín, sí, pero sumamente real. Una falsedad muy real. La etimología griega de la palabra persona tiene mucho que decirnos al respecto. Persona significa máscara. En las tragedias griegas los actores usaban máscaras para representar las obras, se les identificada por el sonido, oculto tras la máscara. Que hace mucho ruido: per (superlativo) sona (sonido), y así la persona era el individuo que hacía mucho ruido tras la máscara. Curiosas las etimologías, son capaces hasta de desenmascararnos.

Qué terrible interpretar ciertos papeles, ciertas tragedias en el escenario real de la vida. Qué terrible reconocer, por ejemplo, que Europa es lo que es, gracias a las guerras, a las muertes de miles de personas, de millones. Desde las guerras médicas contra los persas, que de haberlas perdido seríamos otra zona más de Oriente, hasta no sé sabe ya dónde. Pero, ¿no hay evolución de las especies, como propugnó Darwin? Dejaremos entonces, por razones de esta evolución, algún día de matarnos? ¿Llegará el ser humano a descubrir otras formas de crecer en sociedad, y convertir el instinto de supervivencia en un instinto de convivencia? Parece que sí, que estamos mejor que antes, pero las películas de terror no sólo se encuentran en las pantallas de los cines de los centros comerciales, sino en las libros de historia, esos libros que generación tras generación de jóvenes en edad de educarse tendrán que leer y estudiar. Letras de sangre para comprender lo que son, lo que han sido: la historia de su especie. La memoria de su identidad social.

Por suerte, hay otras historias -más bellas, más afortunadas, más humanas- que leer, o que escuchar o que imaginar en versos utópicos, como aquellos de John Lennon: “Imagine there's no countries / It isn't hard to do / Nothing to kill or die for / And no religion too / Imagine all the people / Living life in peace...” (Imagina que no hay países / no es difícil de hacer / nada por quien matar o morir / ni tampoco religión / imagina a toda la gente / viviendo la vida en paz...) Quizá estemos a tiempo de comenzar a escribir la antítesis a la tesis de la historia, esto es, de comenzar a ser humanamente humanos.

Artículo publicado en el diario La Verdad de Albacete el domingo 13 de septiembre de 2009

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