miércoles, 18 de diciembre de 2013

La homeopatía como alternativa


Muchos son los debates que se originan en torno a la sostenibilidad del planeta y sobre qué medios son las más adecuados usar para contribuir a que el mundo en que vivimos mejore con nuestras actuaciones humanas sin que lo deterioremos continuamente. Las energías renovables se ven como una solución a largo plazo que ayudaría a satisfacer nuestras necesidades de transporte, consumo, alimentarias, tecnológicas, etc., al tiempo que no dañaríamos los recursos vitales del organismo terrestre. El petróleo, por ejemplo, que es la sangre del planeta, no puede ser continuamente succionado de la tierra, ya que ponemos en peligro y desequilibramos esa estructura orgánica que nos sostiene, lo cual aumenta la probabilidad de terremotos u otros desastres naturales, por ejemplo; al tiempo que es altamente contaminante. El uso de este combustible, sin duda, es eficaz, funciona para el fin que se le emplea, y permite que un coche se mueva o que una casa disponga de calefacción en invierno y así no se pase frío. Pero este principio activo, esta eficacia en su función no quita los enormes riesgos y daños colaterales, efectos secundarios, que produce.

El Ministerio de Sanidad ya ha regulado la homeopatía, y sin duda es una noticia positiva. Pero el debate no ha tardado en iniciarse y la Organización Médica Colegial (OMC) se ha posicionado en contra de esta medicina natural. Uno de los argumentos que declaran es que los médicos "están obligados por las normas del Código de Deontología Médica a emplear preferentemente procedimientos y prescribir fármacos cuya eficacia se haya demostrado científicamente" y añaden que no son éticas las prácticas carentes de base científica que prometen la curación. Como dijimos antes, no es lo mismo eficacia aplicada a algo en concreto –a corto plazo- que lo que conlleva esta aplicación en un nivel más profundo y sus efectos secundarios. Habría que plantearse si es ético atajar síntomas, bloquear y matar expresiones patológicas y llamarlo a eso curación. El paradigma científico actual, sería humilde afirmarlo, no tiene toda la verdad, y no debe llamar solamente ciencia a sus métodos, pues la ciencia es algo mucho más que un estudio estadístico –que también es, sin duda, una buena herramienta- o meras comprobaciones de causa y efecto: hay mucho más implicado. Para restablecer la salud –equilibrio- hay que actuar con medidas que equilibren, no que ataquen al organismo aunque silencien temporalmente sus síntomas. Quizá no sea ético el uso de ciertos medicamentos “oficiales” y con “base científica”, que todos sabemos producen multitud de efectos secundarios y que abren una cadena de nuevas patologías, en muchos casos cronificando las presentes, haciendo del medicamento, no un remedio puntual, sino una dependencia progresiva para paliar lo que no se ha sabido curar.

Albert Einstein escribió que “podemos considerar la materia como constituida por zonas de espacio en las que el campo es sumamente intenso… No hay lugar en este nuevo tipo de física para el campo y la materia a la vez, porque el campo es la única realidad.” La materia, en definitiva, es energía; lo que vemos, es, a su vez, un misterio invisible. La pila, materia, se recarga con fuerza invisible. Y la fuerza vital de nuestros cuerpos es otro misterio que anima lo que somos. Quizá conviene mirar otros caminos, e investigar en nuevas direcciones. Llevando una mirada más profunda, no sólo paliativa, sino con voluntad sanadora, integral y, por supuesto, verdaderamente ética.

"La Tribuna" de Albacete, 18-12-2013

jueves, 21 de noviembre de 2013

Humana ciencia


No hay conocimiento más genuino que el que nos brinda la propia experiencia, y el resultado de este conocimiento es lo que llamamos sabiduría. Recordando aquella máxima de Quintiliano en la que decía que “es la ciencia la que crea la dificultad”, hemos de preguntarnos hasta qué punto se ha sustituido el conocimiento humanista, el que aboga por la creación de ideas, por otro de laboratorio o de estadística que relega el desarrollo de nuevos paradigmas por la religión de los datos y los números exactos. Sin embargo, esa ciencia que se denomina “exacta” se sorprende cada día ante la imprevisibilidad de la realidad y se da cuenta de que el conocimiento de ésta precisa de nuevos modelos de investigación más allá de lo cuantitativo, pues todo lo que consideramos medible no se puede aplicar a lo que no lo es: como son las emociones, el comportamiento e incluso la materia. ¿O acaso podemos cuantificar objetivamente –una a una- las neuronas y demás células que recorren nuestro cuerpo más allá de una mera ecuación teórica? Al igual que una religión que asume dogmas anticuados en los que la sociedad actual ya no se reconoce, así la ciencia y su dogmática visión del mundo se está quedando obsoleta al no integrar en su investigaciones esas variables que simplemente descarta, cuando son, digamos, lo más importante del fenómeno.

Esa ciencia que crea la dificultad es aquella que no se actualiza con los cambios presentes, siempre en proceso. Cuando se asumen dogmas y leyes mecánicas que aplicamos metodológicamente por decreto, olvidando mirar en fenómeno en sí, nos estamos poniendo una venda en los ojos, la venda de los prejuicios científicos, la venda de lo aceptado por comunidades académicas que exigen adaptar todo estudio a sus requerimientos limitados de elaboración científica. Pero, ¿por cuánto tiempo seguiremos observando el vasto universo desde unos viejos prismáticos? Y este no es un problema que sólo concierna a la comunidad científica –esto es, la que se desarrolla en las universidades y en institutos financiados por grandes empresas con intereses particulares, como las farmacéuticas- sino que se da también en la religión o incluso en la política. Pues la cuestión a la que nos referimos tiene que ver con la mentalidad, con la forma en la que interpretamos y concebimos el mundo. Y un cambio de mentalidad pasa primero por poner en duda esos viejos valores que asumimos como verdades intocables. 


Parece que nuestras viejas ideas son un tesoro que hay que defender para no perder la identidad. Pero nos olvidamos de los efectos secundarios, de esas variables que apartamos. Y nos olvidamos también de que una identidad cerrada al cambio ralentiza y deteriora nuestra capacidad de evolución y adaptación. Quizá esta crisis económica y de valores sea el espejo de ello, la evidencia de la dificultad de una sociedad para adaptarse al cambio. Y es que un grupo –o civilización- que se guíe por valores individualistas remará siempre a contracorriente de la evolución colectiva. Los intereses del mercado no son los intereses de todos, y una verdadera democracia necesita asegurar que el pueblo navegue a buen puerto sin ir dejando a flote a sus tripulantes. No hay ciencia que conozca el futuro, pero sí sentido común que sabe que hay un presente que puede ser mejorado, que debe ser más solidario, más humano y más abierto al cambio.


La Tribuna de Albacete, 20-11-2013

jueves, 7 de noviembre de 2013

El sentido de la educación


A menudo conviene preguntarse: ¿qué entendemos por educación? Es una pregunta obligada donde la sociedad ha de tomar parte en su intento de responderla. De lo que entendamos por educación y de cómo se lleve a cabo esta vital empresa dependerá el futuro de nuevas generaciones destinadas a configurar una población capaz o no de enfrentarse a los retos de un mundo en constante cambio y evolución. Hoy día se valora preeminentemente la llamada 'excelencia académica', que no supone más que la capacidad de almacenar datos para volcar en un examen. Apenas se tiene en cuenta el valor, a mi entender, más esencial en toda tarea educativa: incentivar la capacidad creativa y crítica, esto es, la capacidad de pensar por uno mismo y el desarrollo de nuestras capacidades humanas. Para aprender hay que comprender, y para comprender es necesario aprender a cuestionar las cosas. Sólo así la inteligencia puede brillar; cuando uno, además de ser un mero 'copista' de información, descubre que también es capaz de encontrar herramientas en su propio intelecto para resolver problemas vitales y no solamente los problemas que se formulan en un libro de matemáticas. 

La educación no sólo ocurre en las escuelas, sino que nunca deja de estar sucediendo a cada paso que damos en la vida. Si se consigue despertar esa actitud, de constante mirada abierta ante la vida, una mirada que busque comprender su mundo, cuestionarlo y tratar de mejorarlo. Si la tarea educativa consigue dejar un legado mayor que el que se refleja numéricamente en un expediente académico. Si, más allá de un título que nos facilite desarrollar una determinada profesión, la tarea educativa consigue que el alumno sepa qué es lo que realmente quiere, no porque tenga más 'salidas', sino porque es capaz de amar lo que hace, creer en lo que hace y tener la voluntad de mejorar con su capacidad creativa lo que encuentra en su camino, entonces la educación puede tener un sentido. 

Si educamos en unos valores que son los mismos que nos han llevado a esta actual crisis de valores, como son la competitividad y el materialismo, estaremos olvidando el verdadero sentido de las palabras 'humanidad' y 'humanismo', donde la cooperación, la solidaridad y la búsqueda de la libertad de pensamiento y de acción son sus fuentes de inspiración. Sólo así es posible un desarrollo humano que no olvide que somos seres productores, no sólo de dinero y de mercancía, sino de cultura, de belleza y de inteligencia creativas. Necesitamos de estos valores para poder respirar, y una verdadera revolución siempre aspirará a alzar el vuelo recobrando las alas perdidas que otorgan belleza al recorrido de su libertad. Como escribió Albert Camus, ahora se cumple el centenario de su nacimiento: "La belleza, sin duda, no hace las revoluciones. Pero llega un día en que las revoluciones tienen necesidad de ella. [...] Manteniendo la belleza, preparamos ese día de renacimiento en el que la civilización pondrá en el centro de su reflexión [...] esa virtud viva que cimenta la común dignidad del mundo y del hombre, y que tenemos que definir ahora frente a un mundo que la insulta." Y la educación sólo puede ser bella si entendemos que con ella lo que hacemos es comprender el mundo en que vivimos, adquiriendo las herramientas necesarias, que se encuentran dentro de uno mismo, para mejorarlo.

La Tribuna de Albacete, 6-11-2013

jueves, 24 de octubre de 2013

Licencia para espiar


Es de sobra conocida la dudosa legalidad de las prácticas que, en pos de la seguridad nacional y mundial, Estados Unidos ha llevado a cabo durante décadas. Saltan a la luz en primera plana noticias sobre casos de espionaje masivo, por parte de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) de Estados Unidos, ocurridos en Francia, donde en sólo treinta días se interceptaron más de setenta millones de comunicaciones. No sabemos si al pasear por la calle un satélite estará siguiendo meticulosamente nuestros pasos o si todos los correos electrónicos que hemos enviado están registrados en los archivos de alguna de estas agencias de seguridad. Es difícil conocer lo que está considerado como "alto secreto" y si realmente toda la información que se maneja -y que posiblemente nos incluya a nosotros- va más allá de los fines de la seguridad nacional y puedan ser usados con otras intenciones, como por ejemplo averiguar nuestros hábitos de consumo o nuestros excesos de libre pensamiento. Esta impune invasión de la privacidad, falsamente regulada por los gobiernos, pone en cuestión el propio sistema democrático y las garantías que éste ha de procurar a sus ciudadanos.

La red de espionaje Echelon, controlada por la ya citada NSA, intercepta alrededor de más de tres mil millones de comunicaciones cada día, datos que hacen dudar de que sólo se investiguen casos de sospecha de terrorismo, corrupción, narcotráfico u otros delitos, ya que estaríamos hablando de un número exagerado de comunicaciones "sospechosas", un número que nos lleva a pensar que un porcentaje alto de la población mundial estaría implicada en asuntos delictivos. Nadie está libre de las garras del poder cuando éste decide saltarse la ley alegando intereses de Estado. La libertad no puede llevar consigo un ojo que nos esté mirando y controlando constantemente, pues psicológicamente esto sin duda puede coartar nuestras acciones. Y lo realmente cuestionable de esta situación es desconocer lo que se oculta tras la máscara de un espionaje de seguridad, principalmente por motivos de terrorismo. ¿No habrá un espionaje estimulado por otros motivos? Quizá les interese saber lo que pensamos, cuáles son nuestros sueños y temores, nuestros amores o desamores, nuestras luces y sombras, con el fin de sofisticar su herramientas de control y poder. En la actualidad el gobernante ve al pueblo como su enemigo, pues nunca querría manipular, controlar o domesticar a quien quiere bien. Una frase de estilo maquiavélico puede ser la de conocer muy bien a tu enemigo para saber mejor sus puntos débiles y carencias. Y partir de ahí actuar, jugar a saciar esa hambre con instrumentos que favorezcan al Poder.

Lejos de querer convertir esta reflexión en un ejercicio conspiratorio, han de considerase sin embargo estas cuestiones, pues quizá no suene tan descabellado como parece que Estados Unidos, acostumbrado a protagonizar guerras sucias, juegue con cortinas de humo su particular partida de dominación mundial. "Ellos, que, incluso si no adujeran ninguna razón, me convencerían por su sola autoridad", escribió Cicerón refiriéndose a las palabras de los sabios. Pero este no es el caso, y la autoridad de los poderosos, cuando carecen de razones honestas y coherentes, ya no convence a nadie, pues no nos han dado motivos suficientes para creer en ellos. Sólo la trasparencia puede ennoblecer el arte de un buen gobierno.

"La Tribuna" de Albacete, 23-10-2013

jueves, 10 de octubre de 2013

El hombre y la máquina


Son ya clásicas las comparaciones entre el ser humano y la máquina, ya sobre todo a partir de la Revolución Industrial el hombre se ha visto cada vez más unido a la máquina y ésta ha sido el elemento clave de la industrialización. Una máquina puede hacer el trabajo de veinte personas, por poner un número, en menos tiempo y con menor coste. Sin embargo, hay papeles que sólo puede llevar a cabo un ser humano, empezando por el control y dirección de la maquinaria. Pero –aún así- es difícil saber a día de hoy si realmente la máquina sirve al hombre o el hombre a la máquina, ya que la relación de dependencia es tan fuerte que no sabemos quién toma el control de quién. Más allá de la Revolución Industrial, con la que podríamos denominar Revolución Tecnológica, a partir de la segunda mitad del siglo XX, el debate ha ido abriendo un nuevo terreno que podríamos resumir con la dicotomía cerebro-ordenador. El ordenador se ha ido convirtiendo en una proyección del cerebro, en un reflejo capaz de darnos datos, números, previsiones y mapas mentales que han ido acompañando el desarrollo del potencial humano. Pero el debate final viene a ser el mismo, llevándonos a hacer la pregunta de: ¿en qué medida el hombre tiene el control del ordenador o si es –por el contrario- controlado por éste? Para que un ordenador funcione, ha de ser programado, va a ser incapaz de tener iniciativa propia, a no ser que programemos esa iniciativa, por lo que no sería una iniciativa espontánea, como la humana, sino programada, a fin de cuentas. Toda simulación es una ilusión de realidad, nunca la realidad misma.

Ha salido recientemente una noticia en los medios de comunicación que nos informa de un proyecto con el superordenador MareNostrum, el proyecto se llama Human Brain, y se invertirán más de 1200 millones de euros para que, mediante modelos de programación diseñados en el Barcelona Supercomputing Center (BSC), este ordenador sea capaz de imitar las neuronas humanas. El empeño por conseguir tal logro es incesante. Algo que nos recuerda a ese nuevo Prometeo del siglo XIX, Frankenstein, ideado por Mary Shelley, y que como vimos se quedó simplemente en un intento fallido. ¿Puede una máquina sentir como un humano? ¿Pensar, imaginar, soñar o amar como una persona? La tarea es homérica. Como dijimos, cuando programamos, introducimos las órdenes que deseamos se ejecuten, lo que impide diseñar algo con vida propia, quedando sometida la máquina a los mandatos de sus creadores. No obstante, conviene no apresurarse en los juicios de valor, dejando un interrogante que nos pueda llevar a la sorpresa, a la desafiante capacidad humana de crear, como en el arte, algo que pueda ser nuevo y, por ello, revolucionario. La principal función del científico es observar, ver lo que sucede tratando de interferir lo menos posible, para así conocer la naturaleza, el objeto de su investigación, tal como ella es. Esta nueva ciencia, la neuroinformática, tiene mucho que decir. Y conforme el ser humano vaya ampliando su conocimiento de la realidad, irá también adquiriendo y creando nuevos recursos que le permitan relacionarse con su mundo desde actualizados planos y objetivos. Un ordenador no deja de ser un reflejo de nuestras propias capacidades. Pero un reflejo que asombra.

"La Tribuna"  de Albacete, 9-10-2013

jueves, 26 de septiembre de 2013

Educación y nuevos valores


Para que una sociedad pueda cambiar desde sus propias raíces, entendiendo que urge un cambio necesario como respuesta a una crisis sistémica creciente, hay que poner en tela de juicio los valores predominantes y considerar si realmente esa base de adaptación social y aprendizaje que llamamos educación sigue unas pautas adecuadas o está orientada a que transite un sendero que es alimentado por el mismo motor fallido que está ocasionando el estado crítico actual de nuestra civilización. Varias preguntas emergen. ¿Para qué está diseñada la educación actual? ¿Cuáles son sus metas y de qué forma las está llevando a cabo? Hoy día observamos unos valores materialistas que impregnan todo modo de progreso social. Unos valores que se enfocan en instruir para ser elementos activos de un sistema de fines productivos, maquinariamente eficientes y predeterminados por un complejo orden capitalista de producción y consumo exponencial.

El psiquiatra y humanista Claudio Naranjo, quien trabajó en Harvard sobre estudios de la personalidad, ha tratado este tema arrojando clara luz al respecto, señalando que: “Debemos volver a las raíces de la educación como autoconocimiento, en la búsqueda de ese conócete a ti mismo de Sócrates.” Es de vital importancia procurar que la educación sea un fin en sí mismo y consiga independizarse de las necesidades que el sistema impone, para así instruir en valores verdaderos, que motiven una educación humanista, considerando ésta como el medio idóneo para que la persona adquiera sólidas capacidades de libre pensamiento y no caer en el adoctrinamiento colectivo. Dejar de considerar la educación como un medio que procure el fin de obtener un certificado aceptado por el mercado para servir a los intereses económicos, convirtiéndonos en maquinas de ganar dinero, de producción y de esclavos de ese mercado que juega con las vidas de las personas a cambio de salarios precarios, de vivir en la ansiosa competitividad y en el continuo miedo de ganar más o de ascender en los trabajos para ser más, obtener un mayor estatus, etcétera. Volvemos a Claudio Naranjo: “Los padres aspiran a que sus hijos triunfen en este mundo de competencia económica, no importa que también sea un mundo de pobreza creciente mientras que no les toque a ellos. Prefieren la educación que sirve como una máquina de certificación. No les interesa educar sino servir al mundo del trabajo. Insisten en que desean el bien de los hijos, pero en realidad no les interesa el bien de los hijos más que como eficacia en los negocios. Tenemos el mundo que tenemos por el tipo de conciencia que se desarrolla a través de la educación, que es una educación implícitamente explotadora.” Palabras claras, sinceras, lúcidas y duras, ya que señalan una realidad presente que evitamos cambiar, mirando para otro lado, eludiendo una conciencia social y solidaria a cambio de un individualismo competitivo y egoísta.

Sin duda, no es ese el camino, y se hace patente la necesidad del cambio, de hallar nuevos valores, que no son más que los genuinos valores humanos que han quedado perdidos por el miedo y la batalla liberalista. Urgen nuevos valores que transformen desde la raíz y consigan sembrar las semillas de una humanidad que se reconozca en un destino común realmente humano,  realmente espejo de lo que somos, realmente fieles y solidarios con nuestra especie.


"La Tribuna" de Albacete, 25-09-2013

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Días felices


Es a menudo el vivir cotidiano, cuando las prisas empujan nuestro paso y el tiempo nos aleja del aquí y ahora, un modo de existencia que nos va restando verdaderos placeres y sumando necesidades internas de sosiego, ocio o simple reposo, lejos de todas nuestras preocupaciones mundanas, buscando ese instante, ese lugar perdido y anhelado, que llamamos felicidad. Escribió Nietzsche en un bello libro de aforismos, El viajero y su sombra, que “Casi todos los estados del alma y todas las etapas de la vida poseen un solo instante auténticamente feliz”. Un pensamiento muy romántico, que convierte un momento concreto del tiempo en un bello paisaje idealizado, capaz de aunar el estado más sublime del alma en un instante de dicha inolvidable. Con frecuencia anhelamos ese instante completo, ése por el que muchos serían capaces de vender su alma a la manera del Fausto de Goethe, un momento que muchos ya atesoran como una reliquia del pasado que recordar para siempre o como una búsqueda vital proyectada en el futuro, que encamina los pasos hacia nuevos senderos y destinos soñados. La búsqueda de El Dorado del alma, una embarcación hacia el interior de uno mismo para encontrarse definitivamente en el corazón de la vida y poder así acariciar, descubrir, esa palabra tan grandiosa y capaz de producir recelo en ocasiones por su utopismo semántico, la felicidad.

Sin duda la felicidad va unida al amor, a la experiencia más subjetiva y conmovedora del hombre, esa experiencia de unión con el otro o con el todo. Pues la experiencia del amor siempre significa una unión con el todo, con el todo desde el otro, o con el todo desde el todo. Un instante de amor que, como pronunciase Dante en el Canto V de la Divina Comedia: “Infundió en mí placer tan fuerte que, como ves, ya nunca me abandona”. Tras esa sensación intensa, donde el amor se presenta, éste es buscado ya para siempre, como un paraíso perdido que esperanzados pidiéramos su regreso. Y, hoy más que nunca, necesitamos de esa motivación por abrazar instantes únicos, para no dejar que nos arrastre un tiempo presente que siembra desesperanzas, pesimismos, negatividades crónicas -en definitiva- que sólo sirven para infundir mayor pesadez de ánimo y acidez de espíritu. Pues no es el futuro más que una proyección que dependerá de cómo la representemos y afrontemos, de cómo la interioricemos y decidamos vivir, en busca de la felicidad o asumiendo la derrota y el fatalismo de las circunstancias. El hombre puede cambiar su destino, puede remontar tempestades y aligerar y salvar su aflicción si así lo quisiera. Solamente necesita creerlo y quererlo, y hacerlo. Es necesario confiar en las posibilidades que son eso, posibles siempre, realizables. No hay otro camino para el cambio que verdaderos actores dispuestos a llevar a cabo ese cambio, no hay otra manera de conquistar nuevas formas de vida deseables que un deseo certero de reformar la convivencia en auténtica vivencia con el otro. Y así, el instante de felicidad, de amor compartido y convertido, no será solamente uno en exclusiva, aislado y resguardado en la memoria de los días, sino que se convertirá en un aroma ilimitado, derramándose con frescura en todos los instantes del día.

"La Tribuna" de Albacete, 11-09-2013

jueves, 5 de septiembre de 2013

Por la igualdad social


Unos datos de actualidad, basados en la estadística, son capaces de darnos una información crucial sobre nuestro mundo, mostrándonos las profundas desigualdades económicas que se dan a día de hoy, como consecuencia de un neoliberalismo insaciable consistente en amasar capital sin límites ni control real por parte de los Estados. Me refiero a unos datos que nos informaban de que el 20 por ciento de la población posee el 82 por ciento de la riqueza mundial, según Naciones Unidas. Otro dato era que los más pobres, unos mil millones de personas, han de sobrevivir con solamente el 1,4 por ciento de la riqueza mundial. Y, en contraste, una élite de 29 millones de personas (0,6 por ciento de la población adulta) posee el 39,3 por ciento de la riqueza en el mundo. Estos datos no dejan de ser alarmantes, aunque aparentemente pasen desapercibidos para la opinión pública. Exponen una situación de riesgo para el sistema y la mayoría de sus habitantes, pues parece que hay una tendencia hacia la desigualdad, ocupada por una minoría de privilegiados que, como antes de la Revolución Francesa, indica una clase social muy reducida que ostenta, dicho claramente, el poder y control económico del mundo. Esta minoría poderosa no sólo posee dinero sino todo lo que se puede comprar con él, esto es, el sistema armamentístico, petrolero, financiero, político… En definitiva, todo es lo mismo hoy día, poder monetario que equivale a poder absoluto. Sin duda, estos datos, para cualquiera que conozca la Historia y sepa prever su dinámica evolutiva, nos habla de posibles revoluciones, es decir, de posibles movimientos sociales que, no motu proprio sino por imperativa necesidad de supervivencia, busquen y exijan un nuevo orden, un nuevo cosmos social algo más coherente, solidario y equitativo.

Quizá el Estado también se vea en la necesidad de esa búsqueda igualitaria y sepa responder a las exigencias de un pueblo que únicamente anhela que la mayoría no sea esclavizada y explotada cada día. El miedo que imponen las estructuras de poder neoliberales por medio de su control del capital, pues de ellos depende y dependerá dar o quitar: trabajos, dinero, educación, seguridad social… hace que el silencio y el conformismo se impongan, acrecentando una situación que sólo da alas a los poderosos para continuar con sus planes de dominación. Y, esa máxima del filósofo Spinoza que decía que: “El fin del Estado es verdaderamente la libertad”, nos hace soñar –sin caer en mero utopismo- en un Estado capaz de procurarnos, no un privilegio sino un derecho, no una inalcanzable meta, sino una garantía que sea una premisa continua para un mundo nuevo que pueda ser habitado dignamente. El libre pensamiento es necesario, tanto en los políticos como en todos los ciudadanos, más allá de estructuras ideológicas inflexibles, para que cada persona sea capaz de expresar su opinión y así contribuir a nuevos modelos que sustituyan los viejos paradigmas. Si nuestra voz sigue el guión del poder para pronunciarse, del miedo a la libertad, no habrá conquista de verdaderos derechos humanos. Es necesario impulsarse decididamente a expresar nuestros ideales cuando sentimos que son justos, nobles, que siguen el bien común… que, en definitiva, pueden ser amados por todos los hombres.

"La Tribuna" de Albacete, 04-09-.2013

miércoles, 28 de agosto de 2013

El camino de la paz


Es difícil identificar los motivos que dan lugar a que el ser humano siga infringiendo violencia, tanto a su misma especie como también al planeta que habita. La especie humana genera problemas de comprensión al valorar la complejidad de sus comportamientos, aquellos que se hacen visibles en sus contradicciones más profundas. La evolución verdadera de los hombres debiera ir unida a un descenso considerable del uso de la violencia, llegando –es posible que suene a utopía- a su completa disolución. Sólo así pueden corresponderse evolución e inteligencia, dos conceptos que se requieren mutuamente, dos ideas que forman una sola y que habríamos de llamar ‘humanidad’, en su sentido más coherente y exacto. En el Tao Te King se nos recuerda que “cuando ganes una guerra, has de celebrarla haciendo duelo”. Pues no es deseable ese medio y toda sabiduría, digna de llamarse sabiduría, negará el camino de la guerra como medio para cualquier fin. Como señala incluso el famoso tratado chino llamado El arte de la guerra: “Es mejor ceder antes que luchar, y presentar batalla sólo cuando no hay otra elección posible”. Gandhi iba más allá incluso, adoptando la doctrina yóguica de ahimsa (no-violencia), una resistencia pacífica como medio para un fin en sí mismo: la paz. Ninguna guerra puede ser medio para la paz, es una gran contradicción, una derrota del mutuo entendimiento, un motivo de dolor que no debe ser alimentado.

Las guerras han sido, como la roca de Tántalo, una constante amenaza que ha mantenido a la humanidad atemorizada, alejándola del sueño de una paz que se ha tornado, en ocasiones, ajena a nuestra naturaleza. La violencia se ha logrado imponer, dejando en entredicho al hombre y su capacidad de amar al prójimo y al entorno en el que vive. Se ha dicho que no somos buenos por naturaleza, que hay un gen egoísta que nos lleva a actuar de formas poco ejemplares. Pero intuimos que eso no es así y la búsqueda de la paz también ha sido una constante. El ser humano no ha hecho únicamente culto y uso de la violencia, también la ha condenado, ha sabido hallar nuevos caminos alternativos para solucionar los problemas, esto es, ha intentado llegar a acuerdos y se ha esforzado por escuchar y dialogar, por confiar en sus semejantes en vez de desconfiar como norma. Ha buscado colaborar en vez de dominar y explotar, ha aspirado a crecer en comunidad en vez de buscar el máximo beneficio a costa de una actitud nociva con los demás. El ser humano, a menudo, demuestra su humanidad. Y confiemos en que siga así, si de verdad existe eso que llamamos evolución. Esperemos que evolución sea equivalente de pacifismo, de buena voluntad en definitiva. Pues no hay otro modo de crecer; no de ganar más, no de ser más ricos, no de incrementar exponencialmente nuestra capacidad insaciable de poseer y consumir. Solamente crecer, en el sentido que la vida ofrece, crecer para comprender, para averiguar una forma de existencia que nos sea apetecible, coherente y sana. Una vida que pueda sostenerse en valores comunes que nos unan, día a día, en el camino de la paz.

"La Tribuna" de Albacete, 28-08-2013

miércoles, 14 de agosto de 2013

Razones para la convivencia


Estamos ante un sentido, y el sentido nos llena de aparente verdad: creemos ser lo que el sentido nos dice que somos. De vuelta a la idea, al preconcepto, al eterno retorno de las formas, aquellas que quieren perseverar en la posesión nuestra de algo que nos justifique. “Es más fácil desintegrar un átomo que un preconcepto”, apuntó Einstein. El preconcepto o prejuicio nos "predivide". Ya estamos divididos antes de que tenga lugar la división, por lo que nos hacemos cada vez más pequeños y pequeños conforme miramos el mundo. A veces nos parecemos a un átomo que quisiera desintegrarse buscando su expansión, como si la meta fuera el eterno retorno causado por temor hacia el vivir incierto. Es más fácil el bullicio que la paz, el fervor que el sosiego sin búsqueda, las apariencias que la mirada transparente, sencilla, honesta. ¿Hasta cuándo las apariencias, el continuo juego del escondite de nosotros con nosotros? ¿Quién se esconde, quién juega? ¿De qué nos escondemos? Siempre hubo las revoluciones violentas, trágicas, pasionales, que sólo sembraron injusticia y ahogo, fugitivos cambios utópicos que finalmente sustituyeron una pesadilla por otra. ¿Cuándo la revolución interior? ¿Cuándo la revolución que no lucha sino que preserva su virtud, que mira dentro y halla el tesoro que ofrecer al que nada tiene? ¿Cuándo compartir al tiempo que buscamos la verdad para todos? 

Hay quienes señalan que vivimos tiempos críticos e inciertos, donde sólo es posible el tumulto sin retorno, la rebelión desbordada que en su desenfreno y hambre de justicia asalta todo atisbo pacífico de evolución conjunta. ¿Pero, cuándo la solución por fin será vislumbrada como un quehacer constructivo y no destructivo, como una tarea que sume y no que reste? Pues el ser humano tiene ante sí el reto de enfrentar su destino colectivo no ya sólo como una cuestión de supervivencia personal sino como un trabajo en equipo. Hoy día vemos que la búsqueda del beneficio propio se adentra incluso en las fronteras de lo público, y es ya incontable el número de políticos que, abusando de la confianza depositada en ellos, se ven fascinados y corrompidos por las tentaciones del poder. Como expresó el filósofo Theodor Adorno: "Quien quiera conocer la verdad sobre la vida inmediata tendrá que estudiar su forma alienada, los poderes objetivos que determinan la existencia individual hasta en sus zonas más ocultas." En este sentido, las relaciones de poder dirigen esa existencia individual, esa vida cuya realidad profunda tiene la vista puesta en objetivos que atienden al juego del dominio materialista e interpersonal. Es, por tanto, un deber el tomar conciencia en la sociedad de dos aspectos fundamentales para un adecuado avance cívico y ético. Por un lado es recomendable sostener un sentido crítico como ciudadanía, rebelde y firme en sus convicciones, pero siempre desde una mirada y acción constructiva y pacífica, creativa y humanista. Y, por otro lado, unida a esta actitud rebelde y cívica, no renunciar al afán cooperativo y solidario, que, por encima del interés propio, ve y busca el bien común de sus integrantes. Porque una sociedad solamente puede crecer desde sus propios cimientos cuando prevalece un afán humanista, donde en vez de motivos para el conflicto se encuentren razones para la convivencia.

"La Tribuna" de Albacete, 14-08-2013

jueves, 1 de agosto de 2013

Individualidad y cultura

 Afirmó Marcel Proust en una ocasión que su ocupación preferida era amar, amar no sólo sus recuerdos, acontecimientos perdidos en algún lugar de la memoria y del tiempo, evocados por el alma en momentos de silencios y epifanías, sino también los instantes que aparecen en el lúcido ahora de los días, esos lapsos de tiempo que quedan guardados para siempre sin saberlo; acompañándonos, haciéndonos ser lo que somos, pincelando nuestros sueños, deseos y quejares. La vida es una suma de instantes que responden a una identidad, nosotros mismos. Un conjunto de imágenes, sonidos y sabores que recogen lo que esperamos que siempre nos acompañe, aquello de lo que difícilmente podríamos separarnos pues constituye con genuina fidelidad, una idiosincrasia, una esencia que nos configura como entidades matizadas por el tiempo, con la cultura propia del carácter, ese conjunto de rasgos singulares que hacen de cada ser un mundo, un universo especial y digno de ser transitado. No hay mayor gloria, pues, que las patrias individuales, que los mundos personales, que los ecosistemas propios que saben a uno mismo.

Lejos quedará, para el alma que busca la originaria frescura del conocimiento, el intento de sostener una identidad cultural masificada y separatista, pues toda pertenencia que no suma sino que diferencia y excluye, nunca llega a ser cultura, en el sentido civilizado de la palabra. Nunca el orgullo patrio, cuando niega la validez del prójimo territorio y no respeta su constitución cultural, podrá construir un lugar que evolucione por y para la libertad de sus individuos. Esperemos que no muy tarde desaparezcan las fronteras culturales como forma de separación y confrontación humana, y seamos capaces de mirar a los ojos en vez de a la vestimenta, al corazón en vez de a las armaduras que lo protegen, al alma en vez de a la fría voz que excluye de su lenguaje palabras como respeto, mutua comprensión, amor o compasión sincera.  

El ser humano se define como una particularidad sincrética, tanto como individuo concreto como especie histórica universal. Ningún ser humano, si analizamos sus rasgos físicos, por ejemplo, es exactamente igual a otro y, por encima de la identidad grupal, predomina una individualidad conquistada que enriquece y contribuye a la heterogeneidad y multiplicidad del grupo. Un grupo homogeneizado es como un organismo anestesiado, esto es, incapacitado para ejercer el movimiento consciente de sus facultades sensitivas e intelectivas. Como expresó Claude Levi Strauss: "Salvaje es quien llama a otro salvaje", y nadie sobra en el amplio espectro de lo humano, ningún individuo o comunidad tiene legitimidad para excluir, menospreciar o intervenir en el ideario interno y germinal de un organismo creado, como todo ser viviente, para ser libre. Los valores de una comunidad nunca pueden violar la búsqueda individual, no pueden mermar el libre albedrío de uno mismo en su mundo, la capacidad de hallar caminos, destinos inexplorados, no trazados por un canon o dogma sino espacios que son descubiertos en el ascenso del alma al conocimiento más allá de unos confines establecidos. Eso es evolución, progreso. No seguir al dictado lo que marca el sistema, sino inventar el camino, recorrer la senda del milagro inabarcable y virgen que es siempre la vida.

"La Tribuna" de Albacete, 31-07-2013

miércoles, 17 de julio de 2013

Miedo y libertad


No sólo la violencia física es enemiga de la paz, sino que hay una violencia implícita muy reconocible para quien sea capaz de observar con cierta objetividad, y difícil de ver para quien vive completamente sometido a sus mandatos. Me refiero al miedo. Quienes son víctimas del miedo a menudo son incapaces de darse cuenta de que la mayoría de sus actos son guiados por esta emoción y que, por consiguiente, cuando uno es presa de ese estado emocional la expresión de los actos responde a dicho clímax patológico interior. Hay quien por miedo deja de actuar o quien lucha contra otros, hay quien se defiende, ataca o simplemente se paraliza.

Se dice que el miedo es un recurso adaptativo necesario, una emoción básica capaz de protegernos y de garantizar así nuestra supervivencia. Cuestión muy discutible y discutida. Lo que sí es cierto es que hoy día esta emoción se ha convertido en un mal social ampliamente extendido, que otorga al poder una ventaja: dominar a un pueblo paralizado, atemorizado por unas circunstancias presentes aparentemente determinantes. Y sabemos que el origen de las revoluciones ha venido de una superación de ese miedo, de una liberación masiva que ha permitido el cambio, la recuperación de unos derechos progresivamente usurpados ante el silencio e indiferencia de un pueblo pasivo por temor a las consecuencias de la acción, pues, como escribiera Kant: “Quien tiene una vez el poder en las manos no se dejará prescribir leyes por el pueblo”, ya que supondría renunciar a las leyes de gobierno y control que el Estado ha dictado. Se crea, de esta manera, un conflicto, propio de una situación de dominación. El miedo y la pasividad resultante, en este caso, parecerían ser los mejores medios de supervivencia para la sociedad gobernada, con el fin de no despertar la ira del Estado, portador de ejércitos y de armas sin fin, pero, sin duda, a la larga, esta actitud iría contra sí misma, al negar la posibilidad de su libertad.

Si revolucionarios como Dolores Ibarruri o Ernesto Guevara fueron capaces de pronunciar aquellas famosas palabras que decían que preferían morir de pie a vivir de rodillas, y donde la historia nos da la razón en que el progreso social ha sido posible gracias al valor del pueblo, a su no sumisión, a su madurez y voluntad de expresión…, podemos afirmar que el camino de la paz requiere valor y confianza, una fuerza capaz de desterrar todo miedo y una legítima convicción natural en el bien común capaz de guiar esa fuerza en la consecución de nuestras acciones, para el pueblo y con el pueblo, logrando, en palabras de Kant: la “unidad colectiva de la voluntad unificada”. Pues no hay otra forma de justicia. Pero no por indiferencia o temor, sino por apasionado sentido de la libertad y de la igualdad humanas. Y quien cae con valor, como sentenció Séneca: “si cae, lucha de rodillas”, y bien puede que haya caído en el empeño, pero no ha sido vencido; y un nuevo camino se abrirá tras él.

La Tribuna de Albacete, 17-07-2013

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