jueves, 10 de octubre de 2013

El hombre y la máquina


Son ya clásicas las comparaciones entre el ser humano y la máquina, ya sobre todo a partir de la Revolución Industrial el hombre se ha visto cada vez más unido a la máquina y ésta ha sido el elemento clave de la industrialización. Una máquina puede hacer el trabajo de veinte personas, por poner un número, en menos tiempo y con menor coste. Sin embargo, hay papeles que sólo puede llevar a cabo un ser humano, empezando por el control y dirección de la maquinaria. Pero –aún así- es difícil saber a día de hoy si realmente la máquina sirve al hombre o el hombre a la máquina, ya que la relación de dependencia es tan fuerte que no sabemos quién toma el control de quién. Más allá de la Revolución Industrial, con la que podríamos denominar Revolución Tecnológica, a partir de la segunda mitad del siglo XX, el debate ha ido abriendo un nuevo terreno que podríamos resumir con la dicotomía cerebro-ordenador. El ordenador se ha ido convirtiendo en una proyección del cerebro, en un reflejo capaz de darnos datos, números, previsiones y mapas mentales que han ido acompañando el desarrollo del potencial humano. Pero el debate final viene a ser el mismo, llevándonos a hacer la pregunta de: ¿en qué medida el hombre tiene el control del ordenador o si es –por el contrario- controlado por éste? Para que un ordenador funcione, ha de ser programado, va a ser incapaz de tener iniciativa propia, a no ser que programemos esa iniciativa, por lo que no sería una iniciativa espontánea, como la humana, sino programada, a fin de cuentas. Toda simulación es una ilusión de realidad, nunca la realidad misma.

Ha salido recientemente una noticia en los medios de comunicación que nos informa de un proyecto con el superordenador MareNostrum, el proyecto se llama Human Brain, y se invertirán más de 1200 millones de euros para que, mediante modelos de programación diseñados en el Barcelona Supercomputing Center (BSC), este ordenador sea capaz de imitar las neuronas humanas. El empeño por conseguir tal logro es incesante. Algo que nos recuerda a ese nuevo Prometeo del siglo XIX, Frankenstein, ideado por Mary Shelley, y que como vimos se quedó simplemente en un intento fallido. ¿Puede una máquina sentir como un humano? ¿Pensar, imaginar, soñar o amar como una persona? La tarea es homérica. Como dijimos, cuando programamos, introducimos las órdenes que deseamos se ejecuten, lo que impide diseñar algo con vida propia, quedando sometida la máquina a los mandatos de sus creadores. No obstante, conviene no apresurarse en los juicios de valor, dejando un interrogante que nos pueda llevar a la sorpresa, a la desafiante capacidad humana de crear, como en el arte, algo que pueda ser nuevo y, por ello, revolucionario. La principal función del científico es observar, ver lo que sucede tratando de interferir lo menos posible, para así conocer la naturaleza, el objeto de su investigación, tal como ella es. Esta nueva ciencia, la neuroinformática, tiene mucho que decir. Y conforme el ser humano vaya ampliando su conocimiento de la realidad, irá también adquiriendo y creando nuevos recursos que le permitan relacionarse con su mundo desde actualizados planos y objetivos. Un ordenador no deja de ser un reflejo de nuestras propias capacidades. Pero un reflejo que asombra.

"La Tribuna"  de Albacete, 9-10-2013

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