domingo, 24 de mayo de 2009

Cine, ficción o realidad


El cine es un mundo de sueños, de ficciones, como la literatura, que imaginamos ciertos, reales. El cine es una pantalla en la cual nos adentramos, ya lo hizo Buster Keaton en Sherlock Jr. (1924), esencial referencia cinematográfica que explora la dicotomía ficción/realidad de una manera cómica y surrealista.

Cuando la realidad nos agota, la evasión de la gran pantalla sigue siendo, hoy, quizás, en este mundo hipermoderno: como lo define Lipovetsky, una de las mejores recetas para animar el espíritu y salir de nosotros mismos con el fin de abandonarnos al encuentro de lo que jugamos a creer que es.

Las buenas películas nos cogen de la mano y nos llevan a ese lugar donde el hombre se proyecta fuera del tiempo y del espacio ordinario.

Aunque, el cine no siempre nos reserva placeres, también nos pone a prueba e interroga, nos escandaliza y, en ocasiones, funciona como espejo de una realidad en crisis que la sociedad niega (o negaba). ¿Quién no se ha aterrorizado con los personajes deformes de Freaks (Tod Browning, 1932) o con las inmensas columnas de alemanes nazis dispuestos a dominar el mundo en El triunfo de la voluntad (Leni Riefenstahl, 1934)? Película ésta que el propio Hitler encargaría a su directora como documental para el VI Congreso del Partido Nazi y que, por supuesto, celebraba los ideales nazis con una técnica cinematográfica, no se puede negar, casi perfecta. Una cinta que ahora, sin embargo, nos pone frente al horror de ver a aquellas tropas de endemoniados wagnerianos cantar el triunfo de su raza: la aria. Una fantasía suicida, que finalmente, se quedó en eso, tras arrasar millones de vidas y esperanzas. ¿Y quién no se ha escandalizado con las violentas escenas cómico-crueles de La naranja mecánica (S. Kubrick, 1971)? Sublime sátira de la violencia, desde una mirada nietzscheana, proyectados en una sociedad amoral y deshumanizada.

Sí, el cine no sólo es diversión y una excusa para el ocio. Es también un ejercicio, el que debe realizar el espectador, de reflexión y juicio crítico, a veces muy molesto, de lo que se observa. Y las formas de contarlo son múltiples, en ocasiones desde la comedia paródica: Ser o no ser (Ernst Lubitsch, 1942) o, desde lo directamente trágico y explícito: El pianista (Roman Polanski, 2002) se nos puede narrar, en esencia, una misma realidad. Aunque sean otros los elementos y motivos que se desarrollan en los respectivos planos argumentales.

Y no sólo me refiero al cine que nos presenta la dialéctica hombre/sociedad, sino también la puramente metafísica del hombre/ser. Así, nadie podrá irse a la cama sin dar unas cuantas vueltas metafísicas a la cabeza tras ver aquella partida de ajedrez en la playa que juega Max Von Sydow en El séptimo sello (I. Bergman, 1957) con la mismísima Muerte. O también, y por qué no, irnos a la cama con una sonrisa metafísica tras ver El sentido de la vida, donde en este caso la Muerte, que interpreta un breve papel, es parodiada. (Monty Python's, 1983). O aquella de Frank Capra donde un hombre agotado y en crisis económica descubre ¡Qué bello es vivir! (1946).

En fin, un mundo de sueños, pero, también de pesadillas, porque las pesadillas forman parte de los sueños. Siempre un mundo que nos traslada a esa otra posibilidad de lo real -al mundo aludido, explícita o implícitamente- a través del espejo catártico que proyecta la cámara, cuando su realizador, como un literato, domina el lenguaje artístico y lo actualiza a través de propia creatividad.

Robert Luis Stevenson dijo estas palabras que refiero a continuación para referirse a la literatura, pero creo que podría trasladarse al caso del cine, que es, sin duda, la gran novedad narrativo-poética del siglo XX y del XXI: «Es éste el aspecto plástico [del cine], encarnar el carácter, el pensamiento, la emoción en algún acto o actitud que impresione notablemente al ojo de la mente».

Artículo publicado en el diario La Verdad de Albacete el domingo 24 de mayo de 2009

domingo, 10 de mayo de 2009

La revolución interior


No podemos concebir -ni mucho menos construir- un mundo perfecto en el que sus individuos no sean libres y tengan que acallar su pensamiento. No se puede partir de la base de un mundo más justo y solidario estableciendo un código de valores de lo que significa justicia, solidaridad o cualquier otra bella palabra que -a menudo- desvela sentidos ambiguos y difusos. La sociedad no puede -ni debe- construir al individuo, sino que es el individuo quien ha de construir a su sociedad.
"La mayoría de nosotros jugamos con ideas y creemos que somos grandes revolucionarios […] Lo importante es librarnos de las ideas. […] La libertad respecto a las ideas sólo puede resultar del darse cuenta y del conocimiento de sí mismo." Expresó Krishnamurti en 1950.
Las ideas bellas toman palabras bellas que incluso son decoradas de forma pomposa en los discursos políticos para incrementar la fuerza benévola del mensaje. El público, al escuchar tal deleite de razones nobles, aplaude a sus líderes como si lo que dijeran se fuera a cumplir en ese mismo instante, por arte de magia. Por experiencia sabemos que eso no es así. Pero el auditorio, quizá acostumbrado al engaño, finge un aplauso o guarda cierta esperanza famélica en que esta vez sea verdad lo que dice el conductor de su futuro.
Desde que nacemos, directa o indirectamente, consciente o inconscientemente, nos van programando. Conforme pasa el tiempo nos volvemos cada vez menos espontáneos hasta que un día hemos olvidado por completo en que consistía esa espontaneidad que alumbraba los lúdicos caminos del niño que fuimos.
Utopía, lugar imaginario o inexistente, es el no-lugar que, en su expresión teórica se acerca a lo ideal y cuya puesta en práctica resulta inviable, o así, empíricamente, nos lo ha demostrado la historia. Las utopías que pretendieron convertirse en realidades, amparándose drásticamente en el camino de la revolución social y política, no han sido más que grandes tragedias de las que la humanidad acaso se ha repuesto todavía. Algunos buscan un nuevo cambio, una utopía al alcance de la mano, cibernética y 'cibercrática', como nos propone el llamado 'proyecto Venus', un sueño futurista que no deja de recordarnos al distópico mundo feliz de Huxley, al anime Akira o a la famosa película Matrix. El mismo Krishnamurti tildó de hipocresía el pensamiento idealista, un vivir ajeno a la realidad, con la mente en el tiempo condicional, un 'podría ser' que tapa el ahora, como una evasión fruto de la imposibilidad del cambio revolucionario verdadero: el que se da con la vivencia del presente y su actuar consecuente con la realidad, que, aunque no nos guste, es la que nos ha tocado o la que hemos creado.
El individuo no quiere jugar su papel como tal, se esconde entre bastidores sociales que velan su identidad original, aquella que por medio de su intuición y creatividad inteligente logra que idea y realidad sean una misma cosa a través del quehacer cotidiano y excepcional de sus acciones. Damos solamente la alternativa al líder, a la máquina humana diseñada para conquistar mentes, y olvidamos nuestra capacidad de liderar nuestra propia mente para no dejarnos llevar por la corriente del pensamiento ajeno, que nos atrapa y confunde, haciéndonos defender una idea que está muy lejos de lo que ciertamente concebíamos como justo y necesario.
El 'yo real', e inconquistable, cede ante el 'yo condicionado', al que las circunstancias han creado y motivado. Una motivación manipulada, por unos y por otros, donde el individuo ha sido mutilado y sustituido por una sombra de sí mismo. Esta mutilación -lenta y dolorosa- es el pan de los dramas humanos de cada día, personas silenciadas, acorraladas económicamente y explotadas por su condición de simple eslabón de la cadena. De esta forma, todos somos eslabones, el río fluye por sí solo hacia el abismo de su decadente devenir y la revolución interior, aquella que no causa dolor y que se hace de forma natural, todavía es posible aunque parezca enterrada, ya que no se funda en un ideal futuro, sino en cada momento, ahora mismo, en la próxima acción que hagamos, solidarios y fieles a nuestra propia forma de ser, sin manipulación alguna, conformando, espontáneamente, la capacidad inherente, constructiva y creativa, que tenemos por el simple hecho de ser libres y humanos.

Publicado en el diario La Verdad de Albacete el domingo 10 de mayo de 2009

miércoles, 6 de mayo de 2009

Sin vivir en ti


Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero.
Santa Teresa de Jesús

Veo la estrella detrás del sol, en el último cielo de los amantes, bajo rocas de espasmo y silencio frío de acantilado. Tu nombre me agota de soñarlo, entre penumbras siempre repetidas, como un nunca llegar y haber llegado a la conquista y su recuerdo. Te sueño detrás de las rocas, bajo el calor de los amantes, en su muerte regalada.
Te canto, te espero, te inundo de ilusiones que vacían tu regreso. Te olvido, te beso, no te toco, pero te siento, en la voraz ascensión y en el descenso, te quiero, no te amo, no te diré nunca 'te amo', porque me muero, si vuelvo a caer en tu infinito de estrellas derramadas. No te quiero, sólo te amo, porque me muero.

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