domingo, 29 de enero de 2012

Cultura libre

El cierre de la página web “Megaupload” -dedicada al alojamiento de archivos- por parte del F.B.I., ha generado una gran polémica entre los internautas, quienes por razones obvias simpatizan con la “descarga libre”. Por medio de este -y otros portales virtuales- muchos usuarios podían “bajarse” películas, música y todo tipo de contenidos de forma gratuita no sólo en EE.UU., sino en todo el mundo, aunque la mayoría de ellos tuviera derechos de autor. Más allá de razones jurídicas discutibles, esta cuestión suscita una reflexión más extensa en sus implicaciones sociales. En primer lugar entra en cuestión la libertad “virtual” que ha de primar en Internet como un derecho a salvaguardar. La propiedad privada o personal (material o intelectual) ha sido el cordón umbilical que el neoliberalismo jamás ha cortado con el fin de mantener su subsistencia. Ya denunciado por Marx y por buena parte del pensamiento socialista, la propiedad individual ha marcado el grado principal de diferenciación entre las personas, así como la raíz de multitud de conflictos. Filosóficamente, metafísicamente incluso, el hombre es dueño de su cuerpo y de su alma, él la dirige y mantiene y a él, parece ser, le pertenece. En Occidente esto lo sabemos perfectamente desde Aristóteles, aunque en Oriente existe una cultura colectivista en la que el grupo suele prevalecer sobre el interés individual. No obstante, es históricamente común el afán de posesión del ser humano.

La otra importante cuestión se refiere de forma más concreta a la cultura y a si medidas como la “censura” en Internet acotan la riqueza cultural humana que, más allá de quién la elabore, pertenece a todos. Todo artista proclama que su obra, una vez terminada, no le pertenece. Incluso hasta hace no mucho las obras no se firmaban. La “Odisea” era cantada por -y pertenecía a- todos los griegos. El autor del Lazarillo no puso su firma al terminar de contar las aventuras de aquel joven pícaro nacido en el Tormes. La Historia de la Literatura no es más- afirmó Borges, citando a Valéry- que la Historia del Espíritu. (Un texto de Borges: “Pierre Menard, autor del Quijote”, inaugura el posmodernismo con una irónica y “memorable” ontología de la autoría). ¿De quién, entonces, es el “copyright”? Sin embargo, la postura aquí defendida no es la de que el artista no pueda vivir de “su” obra, pues de otro modo, ¿quién querría ser artista? o ¿quién siéndolo, podría permitirse el lujo de hacerlo por “amor al arte”? El tema es que si la cultura, como decimos, representa el patrimonio y el alma humana; un gobierno, que es la representación de la soberanía popular, ha de defender, divulgar y patrocinar la cultura y a sus productores, como un derecho y una obligación ética, social y política. A fin de cuentas, todo el dinero que generan en publicidad a través de Internet las subidas y bajadas de archivos podría sufragar perfectamente los gastos de todos los artistas del mundo. Pero sospechamos que son otros los que ven peligrar sus intereses, no los artistas. Acortar la libertad cultural, que es impedir el libre acceso a las obras creativas, hechas para enriquecer al ser humano, intelectual y sensiblemente, es acotar su libertad “individual”, impedir su desarrollo vital.

El siglo XXI, si no lo impedimos, puede ser un siglo afanado en ir acortando día tras día lo público –paradójicamente- como principal propósito político. Privatizar significa restringir, declarar que algo no te pertenece, obligándote en consecuencia a pagar por ello. Ese es el gran comodín del capitalismo. La cosa pública siempre sonó a utopía, la cosa privada a distopía. Y nuestro deber para con la utopía es caminar hacia ella. La ciudad, el gran espacio público de convivencia, se ha convertido en un horizonte de soledades tan frío como el universo nuestro en expansión. Ya lo escribió Thoreau hace más de siglo  y medio: “Vida ciudadana: millones de seres viviendo juntos en soledad”. Ese frío tan unido connotativamente a la soledad lo marca el hecho de que el afán de posesión pone de manifiesto la incapacidad de compartir. De lo que es difícil ser dueño en estos tiempos es de un propósito común y solidario. Porque todos somos extraños en un mundo constantemente en venta. El sueño de la propiedad privada, el espejismo de la posesión de algo, ausenta a los hombres de su más legítima posesión: ellos mismos. Y en el fondo, nadie es dueño ni de sí mismo. Si la esencia de la cultura es la libertad y ésta es la esencia de la vida, ¿quién puede poseerla? ¿Quién puede ser dueño de la libertad? A nosotros nos queda el privilegio único y pleno de amarla, de salvaguardarla para todos. “Blanca te quiero, / como flor de azahares / sobre la tierra. Pero no mía. / Pero no mía / ni de Dios ni de nadie / ni tuya siquiera”. (Escribió Agustín García Calvo en su célebre poema “Libre te quiero”). Así es la libertad.

Diario La Verdad, 29 de enero de 2012 

viernes, 27 de enero de 2012

Aporía del inmortal


Quiso hacer la cuenta de los siglos
que le quedaban para alcanzar
al fin la eternidad.
Y en ese mismo instante
un súbito silencio le llamó:
era la muerte. 

domingo, 15 de enero de 2012

Pronósticos para 2012



A estas alturas del siglo XXI, cuando la sombra del XX sigue siendo demasiado alargada, se da en muchas personas la curiosa sensación de que el tiempo pasa más rápido de lo normal, cosa que algunos atribuyen al aumento de las “ondas Schumann”, algo así como las vibraciones que emite la Tierra y que van sincronizadas con las de nuestro cerebro. A este respecto caben multitud de teorías conspirativas que afirman que este aumento es realizado de forma voluntaria por aquellos que mueven los hilos en la sombra. También podría deberse a la creciente contaminación de nuestro planeta, razón por la cual se daría este caos en el percepción interna (biológica) del tiempo. 

Es, precisamente, este año 2012, un período de predicciones caóticas, tal que lo fuera el 2000, debido en parte a que el 21 de diciembre finaliza el calendario Maya y para algunos estaríamos ante el fin de los tiempos, el juicio final, etc. Pero este afán milenarista ha sido una constante humana muy arraigada (en la época de Jesús se hablaba también de momentos críticos para la especie humana). Han sido siempre esos tiempos revueltos, de pánico y caos, paradójicamente, claves en la historia humana. El ejemplo de Jesús es el más paradigmático. Todo cambia y, de vez en cuando, nos preguntamos si todo cambio ha de cesar. Ante el miedo y la incertidumbre, como el que ocasiona una crisis económica, por ejemplo, ese fin apocalíptico representa una especie de salvación final para los justos, una esperanza frente a la cotidiana y deshumanizada desesperanza.

La venida del hijo de Dios, de una gran nave espacial o la apertura de una puerta dimensional con pasaporte al cielo, nos concilia con la posibilidad de un cambio radical hacia lo eternamente perfecto. En un mundo donde soñar la utopía se vuelve un caso grave de locura y desacato al neoliberalismo, soñar el paraíso o el más allá no es más que un inocente desahogo que no hace daño a nadie. Cuando la realidad asedia, el sueño acomoda un rato. O como diría Hölderlin, y de esto sabían muchos los románticos (quienes leyeron estupendamente “El Quijote”), el hombre pasa de sentirse un mendigo en sus reflexiones a ser un dios en sus sueños. Todo cielo o paraíso, así como todo infierno, es reflejo del infinito potencial de la mente humana. Y el hombre, en consecuencia, tiene ante sus manos la posibilidad de hacer de este mundo un cielo o un infierno.

Tiempos críticos. De gran caos existencial. Pero no por ello desesperanzadores. Decía Nietzsche con bello lirismo que “es preciso tener el caos dentro de uno mismo para dar a luz una estrella danzante”. La luz necesita de la sombra para crear tonos, pinceladas distintas, diferencias cromáticas, dimensiones y contrastes… La luz necesita de la sombra para que el pintor Georges de la Tour, por ejemplo, crease los claroscuros de su Magdalena junto a la calavera. El ser necesita del no-ser para reconocerse, así como la vida se aprehende al corroborar lo que sucede cuando ésta se ausenta de un cuerpo, mediante el pétreo semblante eternizado que lo caracteriza. La posmodernidad nos ha traído un imparable avance tecnológico que aparentemente ha revolucionado nuestras vidas. Ahora mismo, sabemos mucho mejor que hace unos cien años, cómo funcionan las ondas sonoras. 

Pero, ¿tenemos mejores respuestas para las preguntas realmente importantes de la vida? Tal y como se preguntaba el intelectual George Steiner: “¿Estamos afirmando algo ontológicamente ‘novedoso’? ¿Estamos encontrando soluciones que mejoran las de Platón o Kant?” Casi todas las cosas, incluso lo del fin de los tiempos, ya han sido tratadas, revisadas, pensadas y repensadas. ¡Cuántas veces se ha terminado el mundo y al día siguiente desayunamos lo mismo de siempre! No obstante, la muerte, verdadera razón de la obsesión por un fin, convertido en delirio al masificarse, como lo está todo hoy en día, es la gran frontera que enfrenta a la razón con lo que la supera. Y no vale con pasar de largo este tema o convertir el milenarismo en mera anécdota. Porque, ciertamente, el fin del mundo nos llega a todos en algún momento. 


Según muchos filósofos y psicólogos, la muerte es el tema central de todos los conflictos del hombre. Y, desde el punto de vista religioso o espiritual, solucionar el problema de la muerte supone la vida eterna. Quizás la utopía coleccione en sus mágicos ámbitos del cielo todo aquello que este mundo expulsó de sus fronteras: verdadera justicia basada en el bien común. Cada día comprobamos atónitos que no fue el hombre el expulsado del paraíso, sino que éste ha expulsado al paraíso de sus ámbitos. Pero nunca el hombre perderá la posibilidad de soñar, de hacer danzar a las estrellas, de ser un dios convencido de que solo es necesaria su voluntad para mover montañas, caminar sobre las aguas o simplemente intentar mejorar un poco este mundo.

Diario La Verdad,  15/01/2012

domingo, 8 de enero de 2012

Juventud robada


Amanecimos donde nadie pudo encontrarnos,
sacudidos como algas desvencijadas por la marea.
Quedamos tirados en la orilla del mundo,
abrasados por las olas de sus pasiones sin freno.
Nada somos salvo restos de su banquete, frutos de sus sobras, pequeños sueños rotos
en medio de paraísos saqueados.
Nada queda, la inocencia se ahoga y se consume.

Sólo quienes se atrevan a nacer de nuevo
conquistarán su presente.

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