domingo, 22 de noviembre de 2009

Filosofía cotidiana

¿Qué es el filosofar sino un acercamiento a la vida? Digamos que consiste en una cualidad innata al ser humano que le vincula con su ser y le pregunta por él y por todo lo que le rodea. Dando nombre a las cosas, en apariencia vacías, dando sentido al fenómeno captado, que necesita descifrarse. Dice Unamuno, que en la poesía como en la filosofía no vale solamente la erudición sino una implicación vital de lo que es suyo, «si un filósofo no es un hombre, es todo menos un filósofo». Porque en esa autenticidad de existencia se desenvuelve el valor de la vida. «La filosofía, como la poesía, o es obra de integración, de concinación, o no es sino filosofería, erudición seudofilosófica». Quizá sea ese el problema de la filosofía actual, que no viene ahora, Schopenhauer también lo denunció, y que marca una franja de distanciamiento imperdonable entre aquellos que buscan y otros que se hacen poseedores de la búsqueda. Vuelvo a citar a Unamuno, que para lo bueno o para lo malo bien expuso el siguiente axioma: «Para pensar cual tú, sólo es preciso no tener nada más que inteligencia». Que se convierta el filosofar en un juego de niños o en cosa seria que toque de lleno al alma, sólo será dependiente de la necesidad particular que cada cual derive de su existencia. A uno le importa lo que le compete, y le compete lo que pone en riesgo sus intereses, ya sean vitales, materiales, sentimentales, espirituales, etc. Así uno llega naturalmente a la pregunta filosófica, (o poética, que viene a ser lo mismo) cuando la vida misma se pregunta desde el fondo de su ser.
Quizá habría que partir desde la pregunta interna, y no desde lo que se preguntó Platón o Hegel, para llegar, si bien cruzando por ellos, pues la razón tiene ya algunas formas trazadas, a un destino epistemológico que pase por la necesidad de validez que el hombre haya de resolver desde sí. Digamos que sería necesario entender la filosofía en la educación no como una gris historia de las ideas de ciertos personajes muy inteligentes, sino como una enseñanza del filosofar partiendo de la íntima búsqueda que a todos aflige, en mayor o menor medida. Dirá Windelband: «Por filosofía en el sentido sistemático, no en el histórico, no entiendo otra cosa que la ciencia crítica de los valores de validez universal (allgemeingutigen Werten)». Y responderá Unamuno: «¿Pero qué valores de más universal validez que el de la voluntad humana queriendo ante todo y sobre todo la inmortalidad personal, individual y concreta del alma, o sea la finalidad humana del Universo, y el de la razón humana, negando la racionalidad y hasta la posibilidad de ese anhelo?». Es muy probable que así sea, tomémoslo como un ejemplo de esa innata voluntad de la filosofía. Comprendamos que ciertos pensamientos trascendentes corresponden al género humano, le son de radical importancia en su devenir y se aleja de su naturaleza cuando todo se convierte en un camino light de existencia, en ciego hedonismo, o en mera supervivencia.
Son necesarios una valores para dar valor a la vida. Y para que este valor tenga un sentido que la justifique, que se funda con la razón y el espíritu, como un reencuentro con la esencia perdida que todos buscamos para reconocernos. Pero, como apuntó Nietzsche, «todas estas cosas son únicamente condiciones previas de su tarea: la tarea misma quiere algo distinto, - exige que él cree valores». Esto sólo puede ser posible cuando el valor deslumbra su ser de una verdad que le motiva al movimiento libre e íntegro de la identidad reconocida en y por sí misma. Sólo uno puede entender «lo que debe hacerse», he ahí la creación del valor, y que ese deber armonice con su entorno, como signo creativo de la bondad de su expansión. Todo ser brilla con luminosidad propia, como los astros, conformando un cosmos vital, «nuestros actos brillan alternativamente con colores distintos, raras veces son unívocos, - y hay bastantes casos en que realizamos actos multicolores» (Nietzsche) y bueno es que así sea para el bien del hombre que aspira a crecer y a no estancarse en verdades ya sin fragancia. Esa existencia light y hedonista que lidera los valores presentes, es víctima de la caverna que toda la humanidad ha formado en torno a sí misma. Así, esta sombra que estanca la luz del hombre, que anestesia la voluntad de la evolución racional y espiritual nos puede conducir a una pérdida de valores antitética, esto es, donde todo vale. Como en la oración de Paul Celan: «Alabado seas, Nadie. Por ti queremos florecer. En contra de ti», corremos el riesgo de perdernos de nosotros mismos. Pero también hay la oportunidad de reencontrarnos, si atendemos honestamente al mapa interior de la conciencia, que todos llevamos inscrito en el ser que busca ser siempre.
Diario La Verdad, 22/11/2009

viernes, 20 de noviembre de 2009

Sabor

Paladar, está en ti tu sombra,
la huella de lo conocido
que ahora se borra,
como bocado de nadie
.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Sociedad y delirio

Es razonable que la personalidad de una sociedad describa la propia de un individuo. Este ha sido un método habitual -el de la psicología social, antropología, sociología- que ha servido para observar el comportamiento del individuo como fenómeno histórico-social de un determinado tiempo. Sobre todo desde el positivismo aplicado a este campo hemos asistido a la producción de distintas teorías que tomaban al sujeto como objeto de laboratorio y otorgaban debida cuenta del carácter y modos de actuar de las relaciones y fluctuaciones intrínsecas de unos con otros. De todo ello hemos concluido múltiples factores comunes que nos han ayudado a interpretar y criticar lo que fue y lo que es. Muchos han sido los enfoques, pero la mayoría de ellos han revelado la enorme complejidad que caracteriza al individuo como sujeto social en el entramado de su red de convivencias. Los puntos de vista del observador son ilimitados, el acercamiento al fenómeno depende tanto del observador, del instrumento de observación y de lo observado (todo ello siempre en constante mudanza). Se mira desde un presente cambiante, ya sea al pasado, al ahora o al futuro. Lévi-Strauss señaló lo siguiente: “En el microscopio, hay una plataforma con objetivos de distintos espesores. Según el espesor que uno elija, en una gota de agua, se ven cosas totalmente diferentes. O bien se ve solamente el agua si uno la mira sin lente, o bien polvillos y sales si utiliza un espesor delgado”. Lo fundamental sea, seguramente, más que el método, las razones que impulsan a querer observar, lo que motivará las conclusiones que extraigamos de lo observado. El relativismo científico o filosófico no conduce –por tanto- a una imposibilidad de conocimiento, eso es irrelevante, sino a todo un espectro de posibilidades que finalmente nos aportarán un panorama, una totalidad, cuando la mirada desea, necesariamente, el todo, cerrar el círculo, completar la búsqueda.

El sujeto es deseante por naturaleza, la búsqueda le sobreviene en su camino. No hay camino sin búsqueda por nimia que ésta sea. Desear es imaginar la posesión. Gilles Deleuze dirá que el mundo del deseo se configura mediante diversos “agenciamientos”. Un agente, define el DRAE, es el que “obra o tiene virtud de obrar” y agenciar consiste en “hacer las diligencias conducentes al logro de algo”. El agente es quien hace, quien logra algo. Para ello ha de haber el deseo de logro de algo. No se desean cosas abstractas sino concretas, no objetos de deseo externos y aislados, sino en un contexto o conjunto de cosas: hay un paisaje del deseo, como entendió Marcel Proust. El deseo es creativo, nace de un inconsciente que es fábrica de mundos. Dirá Deleuze –en este sentido- que “desear es construir un agenciamiento”. Verá este filósofo –en contraposición a Freud- el inconsciente –no como un teatro- sino como una fábrica de producción. Nos liberará Deleuze del drama freudiano de las determinaciones familiares, de la tragedia burguesa de la culpabilidad y el complejo; y nos mostrará el delirio del deseo en su sentido cósmico y engrandecido, trágico sí, pero trascendente, múltiple, potencial.

Ya el hombre o la sociedad experimentan siempre su particular delirio. El delirio romántico de lo sublime, la modernidad apocalíptica de la abstracción simbólica, el mundo de las sombras que nos atan al sino trágico y absurdo de la existencia, el precipicio del capitalismo. Altas y bajas pasiones que, en último termino, son víctimas de sus delirios de grandeza. Deseo material o espiritual, poco importa cuando entendemos que el problema nos es la razón en sí, sino la deshonesta búsqueda de legitimación de la sinrazón, donde el escenario se da la vuelta y la locura se convierte en el estado de cosas que fundamentan la cordura generalizada. Un doble delirio hay, el del falso cuerdo que ignora la verdadera cordura y el del verdadero cuerdo que enloquece ante la locura impuesta como normal (legítima y lógica).

El delirio del poder trae duras realidades. El deseo se abisma en su fábrica sin límites de imposturas fatuas, artificiales, de voraz consumo. La máscara asfixia -como el exceso de CO2- y se expande sin freno, llamando a la búsqueda de una cordura acaso irreconciliable con una razón difuminada por la carnavalesca huida de su centro. Así, algunos no tienen más remedio que instalarse afuera, para observar lo que hay dentro. “Comprendía el silencio del Éter, pero jamás entendí las palabras del hombre”, confesaría Hölderlin. El tiempo pasa ineludible, y, como también cantó el citado poeta alemán: “No nos es dado descansar en ninguna parte; desaparecen, sufren los hombres, caen ciegamente de una hora en otra, como agua, de roca en roca arrojada durante años a la incertidumbre”. Pero aún así, queda el optimismo, donde siempre está la posibilidad de levantarse, con más de una certezas que atesoren luces soñadas e inauguren nuevos caminos.

Diario La Verdad, 8/11/2009

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Viento cálido

Allí a lo lejos, donde el sueño alcanza,
el mundo parece eterno, milagroso.
Pero aquí las sombras del día
avasallan su esplendor
con óptica aciaga
de ficticio devenir.

Llaman, llaman a la puerta.
No quiero despertar. No abriré hoy.
La agonía del instante me avista
y caen las horas, vacías de tesoros.

Me llena lo ganado del tiempo perdido,
la esperanza de haber entrevisto
la noche que me sueña y me cerca.

Ya al menos, en la herida excelsa,
tus brazos toman mi alma breve
y la bañan, apurándola,
entre cálidos vientos
de sosiego y silencio.

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