jueves, 5 de septiembre de 2013

Por la igualdad social


Unos datos de actualidad, basados en la estadística, son capaces de darnos una información crucial sobre nuestro mundo, mostrándonos las profundas desigualdades económicas que se dan a día de hoy, como consecuencia de un neoliberalismo insaciable consistente en amasar capital sin límites ni control real por parte de los Estados. Me refiero a unos datos que nos informaban de que el 20 por ciento de la población posee el 82 por ciento de la riqueza mundial, según Naciones Unidas. Otro dato era que los más pobres, unos mil millones de personas, han de sobrevivir con solamente el 1,4 por ciento de la riqueza mundial. Y, en contraste, una élite de 29 millones de personas (0,6 por ciento de la población adulta) posee el 39,3 por ciento de la riqueza en el mundo. Estos datos no dejan de ser alarmantes, aunque aparentemente pasen desapercibidos para la opinión pública. Exponen una situación de riesgo para el sistema y la mayoría de sus habitantes, pues parece que hay una tendencia hacia la desigualdad, ocupada por una minoría de privilegiados que, como antes de la Revolución Francesa, indica una clase social muy reducida que ostenta, dicho claramente, el poder y control económico del mundo. Esta minoría poderosa no sólo posee dinero sino todo lo que se puede comprar con él, esto es, el sistema armamentístico, petrolero, financiero, político… En definitiva, todo es lo mismo hoy día, poder monetario que equivale a poder absoluto. Sin duda, estos datos, para cualquiera que conozca la Historia y sepa prever su dinámica evolutiva, nos habla de posibles revoluciones, es decir, de posibles movimientos sociales que, no motu proprio sino por imperativa necesidad de supervivencia, busquen y exijan un nuevo orden, un nuevo cosmos social algo más coherente, solidario y equitativo.

Quizá el Estado también se vea en la necesidad de esa búsqueda igualitaria y sepa responder a las exigencias de un pueblo que únicamente anhela que la mayoría no sea esclavizada y explotada cada día. El miedo que imponen las estructuras de poder neoliberales por medio de su control del capital, pues de ellos depende y dependerá dar o quitar: trabajos, dinero, educación, seguridad social… hace que el silencio y el conformismo se impongan, acrecentando una situación que sólo da alas a los poderosos para continuar con sus planes de dominación. Y, esa máxima del filósofo Spinoza que decía que: “El fin del Estado es verdaderamente la libertad”, nos hace soñar –sin caer en mero utopismo- en un Estado capaz de procurarnos, no un privilegio sino un derecho, no una inalcanzable meta, sino una garantía que sea una premisa continua para un mundo nuevo que pueda ser habitado dignamente. El libre pensamiento es necesario, tanto en los políticos como en todos los ciudadanos, más allá de estructuras ideológicas inflexibles, para que cada persona sea capaz de expresar su opinión y así contribuir a nuevos modelos que sustituyan los viejos paradigmas. Si nuestra voz sigue el guión del poder para pronunciarse, del miedo a la libertad, no habrá conquista de verdaderos derechos humanos. Es necesario impulsarse decididamente a expresar nuestros ideales cuando sentimos que son justos, nobles, que siguen el bien común… que, en definitiva, pueden ser amados por todos los hombres.

"La Tribuna" de Albacete, 04-09-.2013

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