domingo, 11 de abril de 2010

Los valores ante el cambio

Acaso ya declina la existencia de valores impermeables, de arraigadas construcciones interiores del carácter que debieran avanzar inquebrantables por el sino de sus vicisitudes. Nuestro tiempo, tan frívolo y frenético, acostumbra a desacostumbrarse del valor tan eficazmente que apenas subsiste memoria alguna de cualquier base previa. Como en la dialéctica de Hegel, las ideas contrapuestas pueden fácilmente intercambiar sus posiciones, y los que antes defendían unos argumentos ahora pueden luchar contra esos mismos, dando las razones que antes rechazaban, esto es, las que sus oponentes antes dieran. Allí donde no hay libertad no puede haber valores; y aquellos que como Fidel Castro combatieron por la libertad ahora son justamente combatidos por el mismo motivo. Más allá de las ideologías quedan las personas, la cruda condición humana más primitiva, en sus afanes de poder, de soberbio dominio, de implacable adoctrinamiento, de vanidosa lealtad a un ideal manchado de sangre, en el delirio histórico de quienes se han perdido a sí mismos.

Karl Marx arrojó el arma del comunismo como puño en alto y las clases oprimidas lo reivindicarían hasta el silencio de su nueva opresión, por ese mismo puño capaz de adocenar naciones enteras bajo la bandera de un espejismo nunca alcanzado hasta ahora en toda la historia. Marx comprendió –antes que nadie- el inmenso poder de la burguesía, de su carácter revolucionario de los propios instrumentos y sistemas de producción. ¿De quién ha sido verdaderamente la revolución global? Como en la extraordinaria película Gigante (1956), de George Stevens, si el dinero (el capital) lo exige, un oficio de ganadero puede ser sustituido (y con él los viejos valores) rápidamente por el de petrolero, como le ocurre a Jordan Benedict (Rock Hudson), tentado por Jett Rink (James Dean) y por la riqueza potencial que podía dar el suelo que pisaban. Por suerte Jordan Benedict sobrevive a la vanidad y comprende el valor de ser solamente humano. No así el personaje de James Dean, el claro ejemplo del ‘nuevo rico’, que sucumbe en el delirio de su grandeza.

En nuestro tiempo la causa de la gran neurosis global es la del dinero, la constante actualización del modelo de obtener ganancias (la clara revolución del capital). Así como en su momento el vapor revolucionó la economía en su sentido más amplio ahora las nuevas formas de obtención de energía (o cualquier otra cosa) pueden ser susceptibles de asentarse si entrañan posibilidad de riqueza. Internet –no cabe duda- ha supuesto un cambio substancial en nuestra forma de entender el mundo y actuar en él, para bien y para mal. Marx expuso que el mundo capitalista vivía en constante agitación –produciendo “la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales”-, trastornando y reformulando todos los modelos, de producción y –por tanto- de consumo y convivencia. Con el peligro –“todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma”- de que finalmente no quede ninguna base sólida en la que asentar el hecho humano, convirtiéndonos casi en sustancias virtuales a expensas de lo que provea el consumo para nosotros, como sostenidos por una energía que nutriera y diese un nuevo traje e identidad al alma en cualquier momento. Entenderá Marx, con todo esto, el peligro que conlleva, la gran desilusión que entrelaza tanto cambio de raíz, lo que conducirá al hombre “a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás”. Marx hablaba de su tiempo. Pero hoy, en sus palabras, habla nuestro tiempo.

Como dijera otro Marx, fue Groucho: “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”. Frase que podría ser el lema subconsciente del capitalismo, de la publicidad, de los políticos, de las clases dominantes, del –en definitiva- único juego basado en la obtención de poder por encima de lo que sea. ¿Quién sabe si detrás de todo esto no hay más que un punzante temor metafísico, una oleada de inseguridad que desquebraja todo valor sentido como eterno? Como dijo Montaigne: “En ocasiones el huir de la muerte nos hace correr como esos que, de puro miedo al precipicio, se arrojan a él”. ¿Estamos arrojando –perdiendo- la esperanza en el hombre, en su sentido, en su forja de sí mismo? ¿Estamos siendo arrastrados por no se sabe qué hacia no se sabe dónde? ¿Es posible aquietar el rumbo antes de que la maquinaria sea irrefrenable? ¿Tiene la sociedad, el pueblo, el timón de su destino? ¿O lo soltó, cansado y desilusionado, hace ya mucho? ¿Quién, qué “fuerza” oculta, en forma de ese espíritu hegeliano de la historia, dirige nuestras vidas sin pedir permiso alguno? Empecemos preguntando y posiblemente llegaremos a obtener muchas respuestas. Es el esfuerzo último y primero que cada uno tiene el compromiso de hacer con el fin de proclamar su libertad insoslayable.

Diario La Verdad, 11/04/2010

1 comentario:

Agustin Fernandez Del Castillo dijo...

Hola Jose Manuel,

Creo que la frase de Groucho Marx con su humor, da un toque estupendo para ver la flojedad del mundo de las ideas intercambiables.

Creo que mientras la humanidad no abra ventanas, no habrá aire limpio y ahora que ya la sexualidad ha salido de todos los armarios, el calor que seguimos sin soltar, por no abrir ventanas, seguirá reflejando lo que es la codicia de retener en el ser humano, que es algo que todos llevamos con nosotros y que estando escondido, ahora está en auge y en ebullición.

Un saludo,
Agustin

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