miércoles, 20 de septiembre de 2006

La realidad significante (Microensayo poético)

¿Quién soy? ¿Qué voz guarda silencio

en este instante? Es tu voz, la voz

que nace del ser. Y el ser

escucha otras voces

que mueren

en el aire. Relámpagos brotando de las bocas,

agujas lanzadas al viento de la significación,

almas hechas de letras, vidas frondosas

expuestas al sol del entendimiento.

Una palabra es el abismo

de un sueño que se ilumina

al llegar a la conciencia

de lo que ella, inmóvil,

etérea, por sí misma,

representa.

Una palabra es siempre metáfora,

forzosa relación que el hombre establece

entre dos imágenes: el signo y la realidad significada.

Una palabra es voz callada de lo visible

y de lo invisible,

desvelamiento del símbolo que lo real siempre esconde.

Aunque pueda ser visto.

Puedo ver el cielo, pero sin la palabra

no podría darle un nombre.

No podría llevar el cielo conmigo,

en mi memoria.

Pleno de identidad

en el sonido que lo evoca.

Muchas veces sería mejor desconocer ciertas palabras

como muerte, sed, dolor o hambre. De todas maneras

sería imposible evitarlas aunque no fuéramos verbalmente

concientes de ellas.

Porque en el principio no fue la palabra sino el llanto,

la rabia, la intensa rabia que causa no poder comunicar lo que se siente.

sábado, 16 de septiembre de 2006

11-S

Ya han pasado cinco años desde aquella terrible tragedia que llenó de aire negro las calles de Manhattan y del mundo entero a través de las televisiones. Todo comenzó a las 8.46 h, cuando el vuelo 11 de American Airlines irrumpió estruendosamente en los pisos 94 a 98 de la torre Norte del World Trade Center. El país más seguro del mundo quedó puesto en evidencia ante un atentado que convirtió uno de sus grandes emblemas, las Torres Gemelas, en una inmensa nube de humo. Ese emblema representaba los ideales del sistema de vida americano, proyectado también en el resto del mundo. La primera potencia del Planeta, durante una hora y cuarenta cinco minutos, tiempo que transcurrió desde el primer impacto hasta la caída de la segunda torre, se vio sumida en el caos y en el terror, en el miedo y en la desesperación de no saber qué estaba ocurriendo.

Ese miedo es el que se ha mantenido y se sigue manteniendo todavía hoy como impulso que guía a un país en un destino común, con un antes y un después del 11 de septiembre de 2001. Y la razón es evidente, como ha señalado Mario Vargas Llosa: “el mundo es ahora, gracias a ellos [a los terroristas del 11-S], menos seguro y menos libre”. Esa es una de las conclusiones que sacamos de aquel terrible atentado contra los derechos y libertades de los ciudadanos. Y no cabe duda de que esa razón, la del miedo, fue suficiente para convencer a un pueblo de ir hacia una guerra. Si a un pueblo le aseguran que van a la guerra en defensa de sus libertades nadie se va a oponer a ello pues iría en contra de su propio pueblo.

El terrorismo islámico consiguió sus objetivos, esto es, provocar el terror. Y sigue siendo la gran amenaza del siglo XXI. Pues ya no sólo cuenta lo que ha pasado sino lo que puede llegar a pasar. Con el 11-S se ha visto que todo es posible, pues lo sucedido excedió los límites de lo imaginable. Mientras exista un Mohamed Atta dispuesto a entregar su vida a Alá cualquier cosa puede ocurrir. ¿Cómo luchar ante esto?

La guerra de Irak ha sido una de las respuestas que el pueblo americano, guiado por G.W. Bush, ha dado en defensa de sí mismo buscando un enemigo que aparentemente era invisible. ¿Pues, quién es el enemigo? Además de Ben Laden, desaparecido todavía, el enemigo puede estar en cualquier parte, en tu propio país. El integrista islámico puede surgir de la nada y coger un avión en cualquier momento. El Gobierno de EE.UU sabe, como explicó Michael Moore, que el argumento del miedo es suficiente para embarcar a un pueblo a una guerra. Pero las guerras de ahora ya no son como las de antes, como apunta Umberto Eco: “La guerra no enfrenta a dos patrias. Pone en competencia infinitos poderes”. E intereses, añado yo. Y así es, el mundo resulta dividido en dos. Y algunos países, conscientes de ello, hablan de sus armas nucleares, como Irán, para dejar claro que ellos también tienen “infinitos poderes”.

La guerra de Irak no ha servido para acabar con el terrorismo. El miedo continúa. Madrid (11-M: 192 muertos) y Londres (7-J: 56 muertos), por poner ejemplos cercanos, también han sido víctimas del terror fundamentalista.

El terror causado por los integristas sí que tiene un objetivo claro: las sociedades libres y democráticas. En definitiva, aquellas que no están del lado de una mentalidad más propia de la Edad Media que del siglo XXI. Sin embargo en España seguirá habiendo mezquitas al igual que seguirá habiendo iglesias, precisamente porque en Occidente hay libertad de culto, porque eso es lo que debe tener toda sociedad libre. Los únicos que no tienen cabida en una sociedad libre son los que atentan contra ella, los que se inmolan contra la democracia desde la ceguera del fanatismo. Y contra aquellos, desde la legalidad y la justicia, es contra los que hay que luchar, esos son los enemigos verdaderos. Por eso no hay que confundir ni meter a todos en un mismo saco. El escritor Juan Goytisolo, casi proféticamente, ya apuntaba esto solamente dos semanas después del 11 de septiembre de 2001: “¿podemos confiar en que aquellos [los responsables del 11-S] han sido correctamente identificados y no se golpeará a ciegas a Estados, poblaciones y personas ajenas a los hechos?” Y esa es precisamente una de las claves. Y no hay nada más inhumano y maquiavélico que aprovecharse del miedo y del dolor de un pueblo para llevar a cabo una guerra basada en otro tipo de intereses que no responden a mitigar el verdadero problema. Aquellos que murieron en las Torres Gemelas, en los trenes de Madrid o en el metro de Londres representaban a todas las razas y religiones, pero todas ellas eran inocentes. Víctimas del fundamentalismo. En estos momentos de desorientación, indica Umberto Eco, “nadie sabe de qué lado está”. Por eso los países amenazados de Occidente tienen que cuidarse de no librar su Guerra Santa particular, fomentando más odio, rencor y daños colaterales y, por el contrario, luchar desde el análisis, la prudencia, la crítica, y también desde la autocrítica, difundiendo los mismos valores de libertad y derechos que reclaman para ellos mismos, para evitar que tragedias como las del 11-S no se vuelvan a repetir.

jueves, 31 de agosto de 2006

Liberalismo y democracia


¿Está destinado el siglo XXI a ser la centuria de la libertad individual? Esta es una pregunta que suelen hacerse los neoliberales europeos, que han surgido con más fuerza después del consabido fracaso de la Constitución Europea. El sociólogo Francis Fukuyama señala que ya a partir de la segunda mitad del siglo XX sucedió lo que él denomina la “Gran Ruptura”, caracterizada por un “desmoronamiento del orden social” y por una cultura de “individualismo intensivo” que acarrea serios problemas en el terreno de las relaciones sociales, lo cual conduce al aislamiento y ruptura de los lazos entre las familias, barrios e incluso naciones.

El liberalismo lucha por la libertad e igualdad individual, y la creación del estado liberal, desde la Ilustración, ha supuesto un esfuerzo más que considerable en el desarrollo de las naciones, pero una cultura de individualismo desenfrenado, señala Fukuyama, convierte la infracción de las normas en la norma; y la objeción a una cultura de liberalismo intenso “es que acaba por verse privada de comunidad”. El problema de una sociedad individualista es, por tanto, que no sabe cómo administrar su libertad y se convierte en asunto necesario la cohesión por medio de valores y normas sociales. Las palabras de Fukuyama son claras: “Una sociedad dedicada a la destrucción constante de normas y reglas en aras de un aumento de la libertad individual de elección se verá cada vez más desorganizada, atomizada, aislada e incapaz de llevar a cabo objetivos y tareas comunes”.

Este es el problema fundamental al que debe enfrentarse el siglo XXI, y que consistirá en la búsqueda de un equilibrio y armonización entre ambos extremos: norma y libertad. Internet es el símbolo, la gran metáfora, que representa nuestra sociedad actual, donde la libertad es absoluta y depende exclusivamente del uso que el usuario haga de ese recurso inagotable de información y servicios. Vivimos en una democracia liberal y de capitalismo de mercado donde es difícil diferenciar a la persona del número y la libertad individual se domestica y “aliena” con la televisión y la publicidad, que esclaviza, creando la necesidad de consumo que una vez satisfecha proporciona la libertad anhelada.

Para Ramón Pérez de Ayala las sociedades occidentales se han organizado sucesivamente en torno a una norma superior a la cual ha quedado supeditado el individuo “como fin en sí mismo”. Así, por orden cronológico, tenemos, la ciudad (Grecia), el Estado (Roma), la Iglesia (Edad Media), la nación (Edad Moderna), el pueblo (período revolucionario). El gran debate, indica Pérez de Ayala, a lo largo de más de veinticinco siglos, no ha cesado en torno a si “la ciudad, el Estado, la Iglesia, la nación y el pueblo han de estar al servicio del individuo o si el individuo ha de estar al servicio de la ciudad, el Estado, la Iglesia, la nación y el pueblo”. Nuestra era, la era democrática-posmoderna, ha de hacerse la misma pregunta.

El liberalismo encarna una generosidad social del poder con respecto al individuo, la sociedad progresa gracias a la libertad individual. Y es frecuente la exhortación al gobierno de “laissez faire, laissez passer”, de dejar pasar y dejar hacer, tanto en los sentidos de tolerancia religiosa y étnica-cultural como en los económicos de libre-comercio y Gobierno limitado, sometido a una Constitución de carácter liberal. Numerosos pensadores han formulado ideas en torno al pensamiento liberal como David Hume, Adan Smith o Montesquieu, llegando a establecerse la famosa división de liberalismo económico y liberalismo social. Para Maquiavelo el príncipe liberal era el generoso, y este era un vicio a evitar. “Un príncipe se debe guardar de ser despreciable y odioso, y la liberalidad le lleva a las dos cosas”. Eran otros tiempos.

El siempre interesante pensador Aquilino Duque hace una distinción entre el pueblo, que ora, la masa, que embiste, y el hombre, que piensa. “El ascenso de las masas al protagonismo de la vida política”, como Ortega apuntó, es, en definitiva, la democracia. Mucha razón llevaba el premio Nobel José Saramago cuando concretó que la democracia es un medio, pero no un fin. Sí, el mejor de los sistemas hasta la fecha pero, no por ello, un sistema perfecto. Pues la democracia, en definitiva, es cuestión de números. En este sentido cabe aludir al maestro Borges, que señalará que la democracia es el abuso de la estadística. Aquilino Duque recuerda con nostalgia la Institución Libre de Enseñanza, donde se enseñaba al hombre, como ser individual, a pensar por sí mismo, así apunta que “la oración y la embestida pueden ser actos colectivos [pero que] el pensamiento es siempre individual”, “para el pueblo la libertad es el derecho a orar, para la masa el derecho a embestir y para el hombre el derecho a pensar […] los hombres de la Institución [Libre de Enseñanza] constituyen una minoría de hombres para los que la libertad es el derecho a pensar”. Pero esto es ya una “ilusión liberal” en la forma en que Croce la abordó, que no deja de ser eso, una ilusión… un espejismo. La idea de la crisis del Humanismo viene de Nietzsche y de Heidegger y todavía ahora, filósofos como Sloterdijk, traen a debate estas cuestiones, que no dejan de ser un problema de minorías, debatido por minorías y que por tanto la democracia, al servicio de la masa, desoye. En este sentido sería interesante la lectura de “El desprecio de la masas” del filósofo citado, o “Masa y poder”, de Canetti. Y por supuesto “La rebelión de las masas”, libro fundacional de este concepto orteguiano. En definitiva, una sociedad masificada y un hombre que reclama su individualismo. ¿El hombre se debe a la sociedad o la sociedad al hombre? ¿O es la masa la que embiste y gobierna arrastrando consigo y callando, de este modo, la voz del extinto individuo, pensante por sí mismo y, condenadamente, para sí mismo, en el silencioso abismo de la minoría aislada que, a duras penas, representa?

lunes, 28 de agosto de 2006

VIVIR SU VIDA



Ella vendió su cuerpo pero nunca su alma. Pese a su juventud poseía una madurez especial, otorgada por la experiencia de la vida. Ella pensaba que el lenguaje representa una trampa, que cuanto más se habla menos quieren decir las palabras. Ella fue al cine a ver “La pasión de Juana de Arco” y terminó, emocionada, con lágrimas en los ojos al terminar la película. Su nombre es Nana, personaje principal de “Vivir su vida”, dirigida por Jean-Luc Godard y otra vez en cartelera, cuarenta y cuatro años después de su estreno, en 1962. Sin embargo esta película no ha envejecido y sospecho que nunca lo hará, porque los clásicos no envejecen.

Está dividida en doce partes en las que se narra cómo Nana vive su vida, cómo se queda sin casa y sin dinero, cómo, ante la necesidad, tiene que dedicarse a la prostitución, aunque ella realmente quiere ser actriz y cómo, a pesar de su deshonroso oficio, ella sigue soñando la vida y buscando respuestas a todos sus misterios. “¿No debería ser el amor lo único verdadero?” pregunta la joven a un filósofo (interpretado por Brice Parain) con el que casualmente coincide en una cafetería. “Sí, pero sería necesario que el amor fuese siempre verdadero”. Contesta el filósofo, casi respondiendo lo mismo que ella ha preguntado, casi, a pesar de su saber y longevidad, sin conocer la respuesta. Buscando la esencialidad de lo inconcreto.

En ciertos momentos tenemos la sensación de que es el destino el que elige por nosotros y en otras ocasiones somos nosotros, quienes sujetos a nuestra libertad, nos vemos obligados a elegir nuestro destino, acaso de una manera angustiosa. La libertad, el miedo a ella, es también en cierto sentido nuestra cárcel, pues toda elección nos condena. En las películas de Godard, salpicadas del más puro existencialismo sartreano, esta idea queda sugerida a menudo. Nana elige ser prostituta y al final esta es su condena. El azar, lo fortuito, es otro elemento esencial en el cine de Godard. La muerte de Nana así lo corrobora, al recibir un disparo que no iba dirigido a ella. “Nana se queda sola, yaciendo en el asfalto”, se glosa en el guión, en la acotación final. Las cosas suceden, sin más, sin otra explicación. Sin ningún sentido.

La bellísima Anna Karina interpreta este papel. La película es, en sí misma, un cuidado y magistral retrato de este personaje. Numerosos planos de Nana y, mientras, la lectura de un texto de Poe, realizada por el mismo Godard, en los minutos finales, revela la propia intencionalidad de la película como obra de arte: “Vi así, vívidamente un cuadro incompletamente inadvertido antes. Era el retrato de una joven muchacha que empezaba a madurar como mujer. […] Había encontrado el hechizo del cuadro en una absoluta ‘apariencia de vida’ de expresión.” Y así, cuando el espectador observa a Nana la encuentra totalmente vivificada y llena de verdad expresiva. Godard ha trazado con su cámara una obra de arte. La cámara está ahí, moviéndose, mirando, captando lo más sugerente e impenetrable. Y el espectador se siente libre porque observa justamente lo que desea observar, la cámara es su propio ojo, se dirige hacia donde debe dirigirse, casi espontáneamente. El propio Godard lo dijo: “La película fue hecha por una especie de segunda presencia”.

Viendo esta obra uno tiene la sensación de que el cine de aquel tiempo era un milagro. La magia estética del blanco y negro nos trasporta a ese mundo irreal, que es el cine, en el cual soñamos, fascinados, con la visión de escenas cargadas de belleza y significaciones. “Vivir su vida” así lo demuestra. Tanto su tema como su forma configuran un todo perfectamente articulado. La película empieza con una cita de Montaigne: “Hay que prestarse a los demás y darse a sí mismo”. Y eso es lo que hace Nana, ser ella misma, vivir su vida, a pesar de vender su cuerpo, de prestarlo, para sobrevivir. Y como Juana de Arco su liberación fue la muerte. Pero Nana no comprende cuál es su condena. “¿Y de qué soy culpable?”, le pregunta a Raoul. “Debes aceptar a todo el mundo, siempre y cuando paguen”, le responde. “No, no a todo el mundo. ¡A veces es repugnante!”, exclama ella. Y él concluye: “¿Ves de qué eres culpable?”. En la prostitución no hay libertad. Ella es culpable de no querer aceptar ciertas cosas, pero la profesión que ha elegido le obliga a ello. Ha elegido vivir su vida pero ya no es dueña de su cuerpo, sólo de su alma.

Jean-Luc Godard ha realizado en “Vivir su vida” un retrato excepcional de este personaje. El rostro de Anna Karina, que llena y desborda la pantalla, parece tener vida propia como en el relato de Poe. Merece la pena volver la mirada a esta película, porque supone rescatar una intiligente y original obra, la cual ocupa un lugar destacado en la ya dilatada y memorable Historia del Cine. El espectador saldrá de la sala totalmente en armonía con el cine y consigo mismo, con su vida. Godard explica mejor que nadie lo que he tratado de plantear: “’Vivir su vida’ ha sido el equilibrio que hace que de pronto uno se sienta bien en la vida, durante un día o una semana”. Por eso no nos puede extrañar que casi medio siglo después de su estreno vuelva a estar en cartelera una obra así. Y no podemos dejar pasar la oportunidad de ver, en la gran pantalla, esta suma de arte y vida, de sensibilidad visual y creación inteligente.

miércoles, 23 de agosto de 2006

Dos sentencias y un haiku


I.- Dos sentencias

El nivel de grandeza se mide con la humildad.

El nivel de estupidez se mide con la prudencia.


II.- Haiku


Sí, era bella:
ojos llenos de luz.
Nunca me vio.




jueves, 17 de agosto de 2006

Dos 'amoradas'

I

¿Qué es el tiempo,
sino un volver a ti,
constante?


II

Al tocarte
podría haber muerto,
pero sobrevivir
fue condenarme a ti,
para siempre.

martes, 15 de agosto de 2006

La muerte de Dios

-Si mantuvieses un encuentro casual con Dios y éste te prometiese concederte un deseo. ¿Qué le pedirías?

-Le pediría que se suicidara.

-¿Y qué harías después?

- Ir a ver una buena película.

miércoles, 9 de agosto de 2006

El rayo de luz que habita en las palabras (Sobre el fenómeno poético)


La virtud del poeta no es otra que saberse herido por la palabra. No es otro el placer que siente: la resurrección de la música en el silencio, la palabra herida por el viento. Sus versos quieren salpicar al mundo, quieren doler al sacrificio estéril de la belleza. Sus versos no son otra cosa que vida, vida constante que deviene de la voluntad de permanencia. 'Poesía', 'noche', 'soledad'…, palabras que designan lo inabordable y que unidas, misteriosamente dispuestas, son algo más que nombres y conceptos. La poesía eterniza, con sagrado ritmo, la fugacidad inconmensurable de la vida. Trata de captar lo inmediato y a veces lo consigue. Se aproxima a lo indecible y a veces lo define. Esto es poesía: la revelación en verso de lo que permanece, visible o invisible, en la humana conciencia universal. La luz que habita en las palabras resplandece mediante el fenómeno poético, es un acto eléctrico de magia verbal, de energía creadora. El poeta es el conductor de esa energía y el poema, pleno en sí mismo, realiza el milagro de la luz simbólica, rodeando a los significantes de entes con significado pleno y expansivo. El fenómeno del verbo poético lo registra cada lector, susceptible de recibir esa descarga eléctrica que desprende toda poesía digna de llamarse poesía.

sábado, 5 de agosto de 2006

Coches de juguete


Juraría que fue cuando yo tenía quince años,

las amapolas exhalaban su aroma perturbador

y nosotros, como dos gotas de deseo, nos mirábamos,

sin comprender todavía el ruido que el amor desprende

de dos cuerpos entregados a la pasión, repletos

de violento y dulce ímpetu adolescente.


Tus cálidas mejillas amparaban mis labios

en la noche sagrada y erótica del rito

y los arcos vivos de tus senos alumbraban

impuestos ante mí:

como fieles simetrías del placer

en que yo era perdido.


Y fue colmándose de cantos

la noche ancestral de nuestra unión.


Y partimos de la adolescencia

como dos héroes sin destino,

apabullados de vida,

perdidos en ella

apasionadamente.


Ahora no soy más que la sombra

de ese adolescente,

el niño se pierde

en la memoria

triste y cotidiana

de los días.


Ojalá hubiera seguido jugando

con mis alegres y veloces

coches de juguete.


Ojalá la vida hubiese sido menos seria.


Herido me amparo en la noche perpetua

a un rostro perdido, manantial de felicidad,

que solloza hoy en su eterna putrefacción.


Con qué serena impavidez te recuerdo,

con qué amarga ebriedad intento olvidarte,

con qué horrible nocturnidad te persigo.


Y ya nunca amanece.

martes, 1 de agosto de 2006

Canto de la muerte serena

La ceguera del tiempo nos recoge, vive.

En el mar no hay párpados de tierra

que confundan la sustancia del origen.

El canto asciende desde la voz a las estrellas

y no regresa ni depone su aliento

para dar morada al sol, que ya no quema.

Fuiste prisionero una vez del reposo,

abolido ahora como un muro de viento.

Fuiste prisionero y serás recóndito dios…

y en la espera callarás el vacío

como un ángel remontado de las tinieblas,

para dar morada al frío, que ya no cesa.

jueves, 27 de julio de 2006

Crónica de un encuentro


A pesar de la televisión y de otras muchas cotidianas distracciones que casi por inercia consumen nuestro valioso tiempo, hay otros momentos que se ofrecen propicios para el cultivo de una enriquecedora tarea llamada 'lectura'. Bien es cierto que aquello que entendemos por lectura comprende un panorama sumamente amplio o sumamente estrecho, según el lector, habitado generalmente por revistas y magacines, periódicos, novelas, cómics, etc.
Cada día salen al mercado un número elevadísimo de libros y da la sensación de que actualmente hay más escritores que lectores. Pero verdaderamente son pocos los buenos libros que podemos encontrar y la mayoría de ellos no se exhiben en los escaparates sino que duermen en las segundas o terceras filas de las estanterías.
Así es como doy comienzo a la crónica de mi encuentro con uno de esos libros, quasi secreto, en una de esas grandísimas superficies de libros o también llamados 'mercadillos de best-seller'. De nuevo descubro que un libro nos invita a abandonar por un tiempo la realidad, que nuestros quehaceres y preocupaciones quedan atrás y es otra voz, no la de nuestra conciencia, la que escuchamos, siempre con incertidumbre y confiada esperanza.
El libro que encontré es de género filosófico. Su autor: Cioran. Y una frase en el 'incipit' del transcurso del texto ya sobradamente lo justifica en su conjunto: “Sólo se libera el espíritu que, puro de todo contubernio con seres u objetos, se ejerce en su vacuidad”. Esta máxima nos traslada a la clásica oposición de formas de vida entre Oriente y Occidente. Frente al trasiego y desbordamiento de nuestra civilización se sitúa el quietismo o vacuidad del Tao chino, del Zen japonés o de las doctrinas búdicas de la India, verbigracia. Cioran nos dice que en nuestra civilización los que verdaderamente asumen el modo de vida oriental son los mendigos. Estoy deacuerdo con ello salvo en el hecho de que la mayoría de los mendigos no son lo que son por perseguir un fin espiritual sino porque no les queda más remedio que asumir su desesperada condición de mendigos, la cual aborrecen y calman con su prolongado y amargo alcoholismo. Es decir, no hay una elección consciente en el mendigo de vida espiritual y la mayoría de ellos, como en el poema de Espronceda, son forzosamente cínicos.
Otro estilo de vida occidental que trata de asumir, ya consicentemente, modos de vida espirituales, éticos y/o filosóficos, religiosos o culturales (gastronomía, música, vestimentas..) venidos de Oriente se ha definido como 'New age'. Pero este movimiento en la mayoría de los casos alumbra superficialmente la vida de sus practicantes y pocos son los que viven con verdadera fidelidad el significado profundo de las doctrinas con que simpatizan. Apunta Cioran que “Estar a la altura de la eternidad es también vivir al día”.
Este modo de vida, de liberación absoluta y desapego, invita a asumir una ética radical en la cual, ligeros de equipaje, nuestra vida, tal que serenos 'budas', fluyese en el día a merced del instante. Se pregunta Cioran, y vaya esta pregunta destinada a aquellos simpatizantes y practicantes de la 'New Age', si ¿“es concebible el Buda fiel a sus verdades y al mismo tiempo a su palacio”?
¿Es posible alcanzar un equilibrio, me pregunto yo, entre el modo de vida oriental y occidental? ¿Sería posible que nosotros, los occidentales, optásemos sabiamente por mirar a Oriente con la capacidad suficiente de aplicar e integrar aquello que complementase y llenase las carencias de nuestra agitada y desorientada civilización?Yo creo que sí. Que esto podría lograrse de una manera razonable, sin caer en cinismos ni hipocresías.
Mi excursión por la librería ha resultado ser enriquecedora, este hallazgo extraordinario llamado 'La tentación de existir' de E.M. Cioran me ha permitido volver a reflexionar acerca de un asunto sumamente interesante y que merece la pena pensarlo detenidamente en más de una ocasión. Y ya sea desde alguna librería o presencialmente (desde la India, Cnina o Japón, p.ej.) resultaría muy grato hacer una visita a nuestros vecinos de Oriente, los cuales tienen, sin lugar a dudas, mucho que enseñarnos.
Artículo publicado en el periódico El Pueblo de Albacete
27-07-2006, José Manuel Martínez Sánchez ©

jueves, 6 de julio de 2006

No aire

Manantial de preguntas sin respuesta
Es mi vida de ahora
Piedra auditiva
Privada
De luz

Mi palabra como el tacto
Invoca placeres que llegan:
Brisa, abrazo, suspiro de belleza,
Lamento de amor sin
Respuesta.

Placeres que se colman solitarios
Ruinas que se levantan y nuevamente
Mueren.

Como un árbol en la llanura del desierto
Como un cuadro en el abismo del espacio
Como una nube en los ojos del ciego
Mi deseo te busca y se expande
Fatigado
Entre arbustos
Donde no sopla
Ni siquiera
El no aire

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