sábado, 5 de agosto de 2006

Coches de juguete


Juraría que fue cuando yo tenía quince años,

las amapolas exhalaban su aroma perturbador

y nosotros, como dos gotas de deseo, nos mirábamos,

sin comprender todavía el ruido que el amor desprende

de dos cuerpos entregados a la pasión, repletos

de violento y dulce ímpetu adolescente.


Tus cálidas mejillas amparaban mis labios

en la noche sagrada y erótica del rito

y los arcos vivos de tus senos alumbraban

impuestos ante mí:

como fieles simetrías del placer

en que yo era perdido.


Y fue colmándose de cantos

la noche ancestral de nuestra unión.


Y partimos de la adolescencia

como dos héroes sin destino,

apabullados de vida,

perdidos en ella

apasionadamente.


Ahora no soy más que la sombra

de ese adolescente,

el niño se pierde

en la memoria

triste y cotidiana

de los días.


Ojalá hubiera seguido jugando

con mis alegres y veloces

coches de juguete.


Ojalá la vida hubiese sido menos seria.


Herido me amparo en la noche perpetua

a un rostro perdido, manantial de felicidad,

que solloza hoy en su eterna putrefacción.


Con qué serena impavidez te recuerdo,

con qué amarga ebriedad intento olvidarte,

con qué horrible nocturnidad te persigo.


Y ya nunca amanece.

6 comentarios:

LOLA GRACIA dijo...

He leído hace poco que el ser humano es sólo feliz en la adolescencia, cuando cree que cumplirá sus sueños. Algo amargo hay en este poema tuyo y creo que, conforme pasan los años, ansiamos ese espíritu adolescente, ingenuo y crédulo de una felicidad que conseguiremos si luchamos. La vida nos demuestra que no siempre llega esa felicidad por mucho que la peleemos...O acaso la encontramos donde menos la esperamos. A veces, creo, se trata de no vivir con esa ansiedad...y al relajarse las cosas llegan. Aunque a veces llegan tan tarde que ya casi no las disfrutamos...Desde luego nunca serán tan sorprendentes ni tan maravillosas como cuando las vivimos una vez, con 16 o 17 años..incluso si estos sucesos que nos llegan puedan ser, objetivamente, mucho más grandiosos y hermosos. Perder la ingenuidad nos hace perder, creo, el entusiasmo por la vida. Imagino que habrá algún método de cultivarla, de tenerla en forma, como si de una gimnasia se tratara. Me encantan tus poemas.

José Manuel Martínez Sánchez dijo...

Creo que llevas razón en lo que dices. Después de la adolescencia empezamos a madurar y las cosas dejan ser tan trascendentes e irrepetibles. Pero la experiencia también resulta valiosa.

Muchas gracias por tu lectura y comentario.

Saludos. JM.

Irena de O dijo...

Como sea, no dejes ir tu espíritu de niño,el te puede salvar de las garras del hombre.
me gustó leerte
saludos

jorge angel dijo...

reflexivo y algo triste, el remate del poema es insuperable.

abrazos

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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