miércoles, 8 de noviembre de 2006

Capitalismo


Leer a Benjamin me conduce a un especial placer en las horas intempestivas que preceden al sueño de la noche. Las lecturas de madrugada casi siempre resultan tentadoras. La prosa de Benjamin encarna lo más puramente poético en el decir instantáneo de las cosas, cifrándolas en un devenir de tesis, síntesis y antítesis oportuno y relevante. Mediador de contextos necesarios de aclarar a la hora de establecer una comprensión adecuada del fenómeno que nos propone analizar, mediante pinceladas y soberbias relaciones de elementos atractivos para un estudio histórico-filosófico cualquier tema es susceptible de convertirse en panorámica a través del mirar benjaminiano, como, por ejemplo, la llegada de la modernidad en el siglo XIX, desde el centro mismo de todo este cosmos: París. En su genial texto “París, capital del siglo XIX” aparece desplegado todo ese pensamiento, casi como borrado en el tiempo, tal que si hubiera sido recompuesto por un especialista a partir de fragmentos encontrados.

“Todo deviene en mercancía”, diría poéticamente Baudelaire expresando lo que hubo de manifestar Kart Marx: “La condición de lo moderno es mercancía”. Puesto que todo sentido es histórico, según Marx, la historia de lo moderno simboliza su sentido en la mercancía. En el siglo XIX, con la Revolución Industrial, asistimos históricamente a una gran eclosión, nace la fotografía, la locomotora y el uso del hierro como principio constructivo. Los grandes pasajes del XIX están coronados por una gran cúpula de cristal, los locales y las viviendas conviven en ese microcosmos que parece recordar a las utopías de Fourier.

En el texto de Benjamin aprendemos estas cosas, desde su complejidad llegamos a abordar, finalmente, la cuestión central: la formación del capitalismo. Esa especie de futurismo, que literariamente formularon Marinetti y otros, tuvo en el XIX un despliegue sensacional, sólo hemos de pensar en las locomotoras, la construcción de las máquinas, los nuevos medios de producción, los inacabables raíles de hierro de las locomotoras, el uso de vidrio como material de construcción. La “Arquitectura de cristal” de Scheebart, como nos sugiere Benjamin, “aparece en contextos de utopía”.

Pero ante el creciente desarrollo de la economía mundial, predicho por Saint-Simon y luego por los saintsimonianos, está la lucha de clases. No es de extrañar que durante las Exposiciones Universales, lugar que sirvió para la “entronización de la mercancía”, las delegaciones de obreros francesas defendieran sus intereses propiciando la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores de Marx.

Las Exposiciones Universales son el marco donde la mercancía adquiere un estatuto. El objeto, inorgánico, adquiere un sex-appeal, se vuelve fetiche, tanto en la moda como también en el arte. El dandi colecciona objetos y se disfraza, se maquilla de artificios, con el fin de mostrarse. Lo decorativo imprime una razón de ser, una identidad, y así llegamos a la, definida por Benjamin, “fantasmagoría de la cultura capitalista”.

Frente a la inmensidad de las Exposiciones Universales y dentro de ellas tenemos al hombre, al individuo, esto es, al hombre privado: el burgués. El último rey del Estado francés fue un burgués que servía a los burgueses. Luis Felipe será el prototipo de hombre privado que lleva los negocios de la burguesía. El hombre privado, dirá Benjamin, se proyecta en el interior, en su casa y en su oficina, logrando así su ansiado individualismo. El modernismo contribuirá a extremar la identidad mediante la decoración, tan importante, de interiores. El interior es donde el arte se refugia y también el individuo. El individuo deja sus huellas en el interior, y como veremos en las novelas detectivescas, a partir de Poe, el hombre privado, el burgués, será descubierto a través de las huellas que ha ido dejando. El burgués es el criminal en los relatos detectivescos y deja demasiadas huellas.

Para el hombre privado “su salón es una platea en el centro del mundo”. En nuestro tiempo, con la televisión, ese salón se convierte con más fuerza en centro neurálgico del mundo del hombre. La historia nos va dando el sentido. Nosotros solamente lo recomponemos, armamos el puzzle, como en el texto de Walter Benjamin. Posiblemente esta historia explique nuestro presente. Posiblemente dar con él sea como salir un poco de la caverna, pero inevitable será volver atrás, para no cegarnos, desconociendo de nosotros la imagen que el mundo implica que proyectemos. Porque salir del sistema equivale a dejar la caverna, a perder una identidad, pues no la veremos proyectada. Pero, como escribiera Borges: “¿Quién serás esta noche en el oscuro / sueño, del otro lado de su muro?”. Alguien y nadie. Posiblemente todos si ese sueño es el de la Historia, que a los ojos del profundo mirar, como el de Benjamin, promete ser iluminador, pero sin llegar a cegarnos.

Artículo publicado en el periódico 'El Pueblo de Albacete' el jueves 26 de octubre de 2006.
José Manuel Martínez Sánchez

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