martes, 23 de mayo de 2006

Soñar despierto



SUEÑO el sueño de la vida, su luz interminable
agita lo más hondo, ciega el instante
que precede al ahora y un segundo
lo da por alcanzado.
Cada minuto que pasa es el tiempo que me falta,
inútil recuperar las señas,
los matices cotidianos:
la incertidumbre o la idea se van alejando
como un lento eco que se pierde en el aire.
En lo más hondo
tu cuerpo
fundiéndose
con el mío
y un sueño que lo recubre,
sueño de otro sueño que fue vida
o deseo.
Ilusión de luz aplacada que nombra mi memoria
en la soledad de la noche, que fiel
como las aguas de Heráclito, ya se aleja
y se pierde con las pasadas noches
que alguna vez moré y que ahora,
olvidadas en lo más hondo del presente,
habitan fugitivas el territorio recobrado
que ya no les pertenece.
Un día esa luz daba sentido y nombre al espacio,
nunca la claridad debió abrazar la noche,
como se abraza una jarra de vino
en la tristeza.

jueves, 18 de mayo de 2006

Paradoja



Cada vez que alguien muere
una estrella sube al firmamento.
Y cada vez que alguien nace
la noche se vuelve más oscura.


sábado, 6 de mayo de 2006

Historia de una escalera



Hace unos días volví a leer, y a recordar, la estupenda obra 'Historia de una escalera', de Antonio Buero Vallejo. En toda relectura de un texto literario nos encontramos con una obra nueva que parece haber cambiado, como nosotros. 'Historia de una escalera' me llegó a gustar más que la primera vez que la leí, tal vez porque he descubierto en ella ahora, pasados los años, ciertos matices que antes se me habían volado imperceptiblemente. Este hecho ocurre en la mayoría de las obras que releemos, sobre todo en las buenas obras, aquellas que uno podría llamar 'clásicas'.

En 'Historia de una escalera' vemos pasar las vidas de unos personajes unidos por un destino único: 'formar parte de una comunidad de vecinos' y por una condición social, que como en la picaresca española, llega a ser un tanto determinista.

Fernando es un soñador pero un vago. Un joven y guapo seductor enamorado de su vecina Carmina, pero que se casa con su otra vecina, Elvira, porque su padre tenía dinero y se suponía que iba a asegurar su ascenso social, lo cual nunca sucede. Carmina, al mismo tiempo, enamorada también de Fernando, decide quedarse soltera de por vida, pero al final cede ante las súplicas de Urbano, un obrero muy trabajador y de la misma condición humilde que Carmina. Fernando y Elvira ocupan una escala algo más alta, aunque en Fernando esto sólo sea por apariencia.

Lo que podría haber sido -el famoso posibilismo de Buero- no llega a ser y los hechos parecen volver a desencadenarse (como al final de la obra se aprecia) en los hijos respectivos de Fernando y Elvira.

El tiempo pasa para toda la comunidad de vecinos, el único cambio que sucede en sus vidas es el de la muerte, los casamientos y las descendencias, pero por lo demás todo parece seguir igual: la misma pobreza, las mismas riñas y enfrentamientos entre los vecinos, una realidad mediocre donde los personajes son víctimas de su propia mediocridad...

Los sueños de juventud de Urbano y Fernando se quedan en nada, la realidad es implacable -como la realidad político-social de la época- y la utopía se queda en eso: en utopía.

Al final de la obra los padres miran a sus hijos, se reconocen en ellos, y el espectador reconoce que es la misma historia la que se profetiza, una historia que nunca fue lo que se esperaba que hubiera sido, cuyo final -ahora en los hijos- queda abierto - y como el espectador puede suponer- amargamente abierto.

_______

FERNANDO: «¡Es que le tengo miedo al tiempo! Es lo que más me hace sufrir. Ver cómo pasan los días, y los años... sin que nada cambie. Ayer mismo éramos tú y yo dos críos que veníamos a fumar aquí, a escondidas, los primeros pitillos... ¡Y hace ya diez años! Hemos crecido sin darnos cuenta, subiendo y bajando la escalera»

De Historia de una escalera, A. B. Vallejo.


martes, 2 de mayo de 2006

El lenguaje humano: un valioso instrumento


La paleontología, en colaboración con la neurología y la lingüística, nos ha demostrado que el hombre moderno se distingue de otras especies de homínidos por su capacidad de habla. Esta capacidad, entre otras razones, se debe a que la laringe del hombre moderno ha ido descendiendo hasta posicionarse en la parte baja del cuello, permitiendo al hombre poder articular las palabras. En otras especies como los chimpancés o los gorilas su laringe está situada más arriba, algo que les permite respirar y beber al mismo tiempo. También los seres humanos, hasta aproximadamente los dos años, tienen esa cualidad, sumamente importante en el proceso de lactancia. Pero a medida que el niño crece, su laringe se va adaptando hasta servir como instrumente lingüístico repercutiendo en la otra cualidad mencionada y pudiendo atragantarse en el caso de querer beber y respirar al mismo tiempo.

Según el prestigioso paleontólogo Juan Luis Arsuaga este proceso se explicaría mediante la teoría de la selección natural de Darwin. El ser humano moderno, esto es, nuestra especie, ganó el terreno al homo neardental precisamente por haber adquirido esta capacidad, la del lenguaje, la cual sirvió para que el grupo pudiera comunicarse y, en consecuencia, organizarse mejor. Esto es solamente una hipótesis todavía sin verificar al cien por cien pero sin duda nos ofrece una visión clara de la importancia que el lenguaje tiene en el ser humano. El lenguaje, que solamente se justifica colectivamente, ha supuesto el mayor logro de nuestra especie. La diferencia del lenguaje humano con el lenguaje de otras especies radica en la atribución de una significación concreta al mismo, mientras que otras especies usan la interjección, la expresión emotiva, el lenguaje articulado señala y codifica significados, dándoles, por tanto, un sentido, una finalidad comunicativa.

No sabemos exactamente cuándo el ser humano se comunicó lingüísticamente con otros seres humanos, sabemos que se expresó simbólicamente de otras maneras como por ejemplo realizando pinturas en las cuevas. ¿Pero cuándo el homo sapiens habló por primera vez? Sin duda ese proceso está muy relacionado con el desarrollo del área de Broca y con la adaptación de la laringe facilitando el habla. Seguramente el hombre pasó de emitir quejidos, llantos, emociones, interjecciones, a las primeras palabras, a los primeros códigos de referencia sintáctico-semántica. Queda todavía mucho por investigar, es un tema apasionante que nos lleva a reflexionar acarca de la enorme importancia y trascendencia que tiene el uso de la palabra por el hombre, tan crucial como el uso de la piedra o del hierro. Es inquietante investigar qué ocurrió desde esas primeras interjecciones monosilábicas hasta los grandes poemas de nuestros escritores más modernos. Aquí la selección natural también conviene que la creatividad artística es una capacidad que se desarrolla adaptándose al medio y superándose con el paso del hombre por los siglos.

jueves, 27 de abril de 2006

La búsqueda de la verdad

Buscar la verdad es un camino difícil. Tan relativa como la observación de la cosas la verdad no existe en sí misma sino que supone una elucidación, una deductiva mirada que nunca nos da, incluso en el terreno de la ciencia, un resultado absolutamente fiable.

Decía Nietzsche que nada es más necesario que la verdad y, con relación a ella, todo lo restante no tiene más que un valor de segundo orden. Ciertamente así es, nuestra vida se configura como una continua búsqueda de la verdad, aunque a veces no seamos conscientes de ello. ¿Qué sentido tendría la vida si tratásemos de ignorar lo esencial de las cosas?

En todo hay un misterio, una pregunta que necesita desvelarse. Vivimos para saber quiénes somos, para conocernos a nosotros mismos y conocer el mundo que nos rodea, lo físico y lo espiritual, la materia y su esencia.

Sin embargo ¡qué difícil alcanzar ese conocimiento! ¡qué difícil alcanzar la sabiduría cuando todo nos arrastra por un mar de dudas que no nos deja tiempo para nada, acaso para nadar y no ahogarnos en la aventura!

Para Aristóteles la única verdad es la realidad. Pero hemos llegado a este siglo XXI sin una perspectiva unánime acerca de la realidad, pues como escribió Campoamor : en este mundo traidor, no hay verdad ni mentira: todo es según el cristal con que se mira.

En conclusión, sólo nos queda la mirada y hemos de confiar en ella. Saber observar, saber contemplar, saber descubrir en las cosas su valor, aquello que las hace ser reales, aquello que las hace verdaderas ante nuestro intelecto, ante nuestra naturaleza cognoscible, ante nuestros ojos. Interesante tarea. Vital y poética.

Ineludible y esencial tarea para que no nos difuminemos de esta vida con las manos absolutamente vacías.



martes, 25 de abril de 2006

La casa de las creencias

A menudo el lenguaje se pregunta así mismo por su ser, aquel que le nombra continuamente. No sabemos cuándo el lenguaje comienza pero sí sabemos que su desaparición sería la consecuencia fatal de la extinción del ser humano. Somos lenguaje solamente. La filosofía se ha exigido plantearse tales particularidades propias del hombre no sin antes establecer una estrecha relación con la propia trascendencia del mismo. Así Heidegger nos revela que es en el lenguaje donde mora el hombre, por eso podemos afirmar que la producción de lenguaje es un hecho ontológico primario.

Jacques Lacan plantea -con gran originalidad- que nuestro inconsciente se estructura de manera similar al lenguaje, es decir, que también nuestro inconsciente es un lenguaje. Por tanto ya no nos vale sólo el hecho positivo o empírico puesto que el inconsciente no se puede observar, ¿verdad?, ¿o quizás sí pueda ser observable desde el lenguaje? Esto nos lleva a otra deducción: no todo lo observable es verdadero. Esta negación lleva implícita una afirmación: todo lo observable es ficción. Hemos deducido –desde la observación- que todo lo observable no es verdadero pues está sometido a múltiples puntos de vista, ya se lo aseguró Gustave Flaubert en una carta a Guy de Maupassant. El mismo movimiento literario designado ‘realismo’ se basa en la suposición de que nada es real, o mejor dicho, que la realidad está en los ojos de cada uno. Y llegamos a la misma conclusión: el único medio capaz de concretar esa realidad incalculable que desprende lo observable –lo que es y lo que está- es el lenguaje. Pitágoras, amigo del mago Zaratustra, instauró una escuela que se ocupó de las matemáticas –como sabemos- de manera determinante y otorgándole el valor de ciencia rigurosa, pero además vieron los discípulos de Pitágoras que los números podrían contener una revelación del mundo, que podrían estar dotados de una esencia mística y que tras ellos se escondía un simbolismo cosmológico. En definitiva, el ‘número’ según los pitagóricos podría estar dotado de ‘alma’. Aquí se encuentra la doble función del lenguaje: designa realidades y realiza ficciones.

Partimos de la creencia de las cosas, y de este modo las vemos como positivas, pero esto no prueba su existencia aunque percibamos sus efectos. Las causas de lo real, como ya afirmó David Hume, no son más que una creencia que pactamos como verdadera. Y tal creencia fue, es y será el origen, la evolución y el final del lenguaje. Los efectos –sabemos- generan signos de fe que desde la nada simbolizan e imaginan lo inconcreto. Que así sea.

lunes, 17 de abril de 2006

Cuba: ¿utopía comunista o cárcel ?


¿Qué es Cuba? Me pregunto. Pasaron ya los años de la revolución, los años del heroico Che Guevara proclamando por el continente latinoamericano el gran cambio comunista. En aquellos tiempos era necesario ese cambio y ojalá se hubiese extendido tanto como el Che había soñado, ojalá todos los crueles dictadores hubiesen sido desterrados de sus pequeños imperios explotados. Pero el Che murió ejecutado en 1967, fue capturado por un soldado boliviano, fue capturado por el mismo pueblo por el que el Che había luchado.

La gran revolución latinoamericana no pudo realizarse, el propio pueblo no estaba dispuesto a sacrificar lo poco que tenía en la búsqueda arriesgada de algo que era en principio una utopía y que, ahora lo sabemos, siempre lo fue.

Lo importante no es el nombre del sistema político, llámese comunismo, socialismo, liberalismo o confucianismo. Lo importante es que la sociedad no solamente se sienta libre sino que lo sea verdaderamente, con todos sus derechos y libertades, con su legítima dignidad de seres humanos y con sus obligaciones, por ejemplo, la de que ningún hombre tenga el poder de quitarle a otro su libertad sin que este no haya cometido crimen o falta alguna, salvo, en el caso de las personas asesinadas, presos, exiliados o disidentes cubanos, por ejemplo, la de no estar deacuerdo con la forma de gobierno de un señor llamado Fidel Castro.

Fidel Castro no es más que el sucesor de Fulgencio Batista y de tantos otros inmorales sátrapas. Un dictador que sucede a otro. Una dictadura, que como todas las dictaduras, están basadas en la ausencia de libertad del pueblo. En el sumo absolutismo del guía, 'duce' o 'comandante en jefe'. La palabra 'comunismo' es la gran mentira que pronuncia un asesino para maquillar la farsa que sostiene en su isla, la de un pueblo condenado al silencio. Una farsa a la que el mundo entero resta importancia porque el comunismo todavía es políticamente correcto, a pesar de Mao y de Stalin.

Esto es Cuba. Esto es Cuba ahora. Una mentira que tal vez en algún momento fue verdad, una esperanza fracasada. Un camino prometido mal trazado y que ya no tiene vuelta atrás.

La única esperanza reside en buscar otro camino donde se respete una de las pocas cosas que los seres humanos hemos de defender hasta la muerte: la libertad.




sábado, 15 de abril de 2006

Lo mejor de mí se lo debo a los libros

La frase que da título al texto es de Máximo Gorki, escritor ruso nacido en 1868, y expresa una verdad presente en muchas personas, tal vez en ti también, amigo lector. Borges a menudo decía que estaba más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito y que el libro ‘es la gran memoria de los siglos’.
El libro sin duda alguna supone uno de los grandes milagros que han acontecido en esta humanidad, “si los libros desaparecieran [señala Borges] desaparecería la historia y, seguramente, el hombre.”
Yo vivo en una casa rodeado de libros, muchos de ellos forman parte de mi vida, los miro como objetos familiares, cada uno tiene un valor distinto y algunos de ellos, la mayoría de poesía y filosofía, nunca de dejo de reabrirlos, de releerlos, de reencontrarlos.
Amo los libros y los necesito. Necesito a Lao-Tze, a Séneca, a Borges, a Ovidio, a Platón… En el fondo son mis amigos, el libro es la casa que los contiene, abro la tapa como si llamase a su puerta, alguien sale y me abre, por ejemplo Dante, y me dice: “Recuerda esta noche…porque es el principio de la eternidad”.
Y yo allí me quedo, leyendo toda la noche, leyendo toda la eternidad.

jueves, 13 de abril de 2006

¿Es Fernando Arrabal el último genio de nuestro tiempo?

















Resulta
irónico y maravilloso ver que, en estos tiempos de absoluta mediocridad, hay alguien que brilla con luz propia, desplegando inteligencia e ingenio allá por donde vaya. Persona y personaje, como Dalí, Fernando Arrabal representa una especie en extinción de hombre magnífico, casi iluminado por los dioses, que no cesa de sorprendernos con sus increíbles ideas y manifiestos pánicos. Arrabal nos habla de Cervantes, de Kierkegard, de Breton, de Wittgenstein, de Huellebeq, de Comte, de Platón, de las Musas, del Ajedrez, del Tiempo, del Semen, de Borges, de Todo.

Entristece pensar que ya no quedan personas así, que vivimos en un mundo gris donde los escritores apenas se expresan en público, pues lo hacen a través de sus agentes editoriales.

Con Arrabal hemos visto que la literatura se parece a una obra de teatro. Hemos comprendido que todo es juego, que el hombre es un ser trágico y cómico.

Arrabal interpreta un papel. Pero Arrabal es mucho más que un actor. Arrabal mueve las piezas de su tablero, su obra literaria (su obra de vida) y como el Dios de Borges que mueve al jugador y este la pieza, Arrabal hace que el Arrabal personaje interprete su papel con suma maestría en todo momento.

La mañana se me alegra cuando abro el periódico "El Mundo" y leo sus 'jaculatorias' y 'arrabalescos', sus espléndidas definiciones, su constante revisión del concepto 'pánico', etc. Y siempre algo se altera en mi mente al observar la fotografía que acompaña al texto, donde siempre veo una situación insólita, creativa y fascinante.

Decir Arrabal es decir creación (poiesis), es decir Arte Possurrealista y Posmoderno en estado puro, es decir 'logos' revelado e intuición. Arrabal me gusta y no me gusta. A veces lo admiro y otras me violenta. Su gesto, casi siempre sonriente, refleja una imagen enigmática, un no saber de qué se trata esa representación. Arrabal a veces desorienta, te deja perplejo y confuso y otras te engancha, como lo prohibido cuando se convierte en placer. Pero Arrabal, como los patafísicos, todavía no puede afirmar con rotundidad si apareció antes el huevo o la gallina, si fue antes Dios o Él mismo.

Hombre renacentista (cultiva casi todos los géneros literarios además de la pintura y el cine), hombre de ingenio (de genio), hombre filósofo, hombre de ciencia y de ángeles. Es un Don Quijote y un Sócrates, un ser especial que representa su tiempo pero que está fuera del mismo.

¿Qué no es Arrabal?, cabría preguntarse.

A Arrabal no hace falta leerle -como al Quijote- para conocerle. Además de mago de la palabra es un mago de la vida, un participante de un juego complejo -como el ajedrez- pero divertido al mismo tiempo, porque la inteligencia, de la que Arrabal puede presumir, es la que dirige nuestro camino y el hombre a fin de cuentas no hace si no otra cosa que seguirla de una manera inevitable, si acaso con fe y blasfémica reverencia. Arrabal ha dicho:
Soy un escritor ‘de culto’: se me ataca de oídas, se me elogia a ciegas, se me plagia sin leerme.


Mi elogio de Arrabal es casi a ciegas, todavía no me he adentrado con profundidad en su obra, sólo tengo impresiones de unos cuantos libros y artículos suyos que he leído, de algunos cuadros que he admirado, de algunas películas que he gozado aunque fueran en francés y no me enterase de nada y de algunas coferencias a las que he asistido, poco más. Pero no hace falta mucho más para darse uno cuenta de que ese señor bajito y simpático desprende una brisa implacable de genialidad.

Arrabal es sobre todo un paradigma de nuestro tiempo. Su presencia nos lo justifica. Es un cosmos en sí mismo, una galaxia pensante. Y yo, pesimista genético, todavía creo, sin embargo, en el Arte de mi tiempo, porque soy contemporáneo de un ser superior llamado FERNANDO ARRABAL.

En fin, sólo me queda expresar mi agradecimiento a Arrabal por ser quien es y por haberlo sido siempre: Gratias agimus tibi propter magnam gloriam tuam.


El grito

¿Que la vida es extraña? Eso ya lo sé.
¿Que muchas veces sientes el beso de la soledad? Yo también lo he sentido.
¿Que te duele amar y no obtener una respuesta? A mí también me pasa.
¿Que estás solo en la noche y quieres gritar pero sabes que nadie
estará junto a ti para responderte? Yo también he gritado.
¿Que te duele que no recuerden el día de tu cumpleaños tus seres queridos? Yo por eso nunca celebro mi cumpleaños.
¿Que tienes miedo porque sabes que tu juventud es efímera y que la muerte
un día no tan lejano te aguarda? Yo por esa razón ya llevo muerto mucho tiempo.
¿Que has decidido demostrar tu amor a la gente que amas pero siempre lo dejas para más
tarde? Yo por eso ya no me amo ni a mí mismo.
¿Que te arrepientes de gritar porque la vida es un abismo de respuestas vacías? Pues sigue
gritando amigo mío hasta que tu voz te rompa las entrañas y no te quede un resquicio de
esperanza y a la muerte ensordezcas con la valentía eufórica de tu impotencia. Grita!!! Aunque
sepas que tu voz es la miseria de un alma ensangrentada, doliente voz que se alegra por nada
con tal de seguir viviendo, aunque sea en la más absoluta y angustiosa inexistencia. Grita!!!
Aunque salpiques de sangre ensordecida todas las probables quimeras de un futuro prometido
porque sabes que nunca llega.

Grita!!! Aunque el verso sea la misma inexistencia, aunque tu voz se asemeje a un encharcado
paraíso, una ruina que sagradamente reverencias. Grita!!! Porque no has nacido para ser un
esclavo de esta tierra baldía, porque no vas a permitir que los dados eternos jueguen contigo,
porque te da asco la irónica maestría de un Dios que constantemente te olvida.

Grita!!! Porque eres dueño de tu grito. Vomita las palabras que has aprendido y que tu mismo
has inventado aunque la vida, de un sutil y mortal susurro, te aplaste con ellas.
Grita!!! Aunque nadie te escuche, que solo sea por no morir sin haber escuchado tu inútil grito.
Grita!!! Grita!!! Y muere definitivamente sufriendo el golpe de tu incontrolable grito.
José Manuel Martínez Sánchez (Todos los derechos reservados)

martes, 11 de abril de 2006

¿Esto es arte?


No me resisto a dejar aquí mi punto de vista acerca de una de las cuestiones más polémicas y que ha suspuesto, desde que se empezó a plantear, ya a partir de Horacio, un eterno debate acerca de lo que puede considerarse arte y lo que no. Los tiempos que vivimos, la llamada 'posmodernidad', suscita en todo momento este tipo de controversias estéticas. Recuerdo cuando estuve el año pasado en el Museo Reina Sofía y no pude dejar de sorprenderme por ver expuestas algunas piezas que fuera de un museo a nadie se le ocurriría pensar que son obras de arte. Y es que algo propio de la posmodernidad es la importancia del continente sobre el contenido, es decir, lo que un museo de arte contenga será llamado 'arte'. No sé si conocen la anécdota del grupo de japoneses que no dejaban de echar fotos a una silla, una supuesta pieza artística que sin embargo era el lugar donde se sentaba el guarda de seguridad del museo. Esto pasó en el MOMA de Nueva York, pero a estas alturas podría ocurrir en cualquier museo de arte moderno del mundo.

Yo sí creo que hubo un tiempo, las vanguardias, en que era necesario innovar, crear lo impensable, bucar por medio del ingenio cualquier forma para convertirla en obra artística y así dar un valor incuestinable al concepto de 'originalidad' tan importante a lo largo del siglo XX. Pero, a mi entender, con Duchamp tuvimos sufiente, ya quedó clara la tesis de que cualquier objeto es susceptible de convertirse en obra artística. ¿Y para qué soportar, por ejemplo, todos los años la gran estafa de esa feria o circo artístico llamado ARCO? ¿Para qué agotar una idea que si en un tiempo fue simpática e incluso genial ahora roza los límites de lo desagradable y manido? Tal vez porque los artistas de hoy en día pasan más tiempo en la Arcadia Feliz de su supuesta originalidad que desarrollando la técnica. Tal vez su egocentrismo les lleve a querer ser Dalí antes que Velázquez, sin tener en cuenta que Dalí -para ser Dalí- tuvo que admirar e imitar técnicamente y con ello renovar al genial Velázquez, soñando su pintura.

La verdad es que no lo sé. Yo respeto cualquier manifestación del hombre, aunque se base en mostrarnos una letrina, pero por favor, que no me digan que eso se llama arte, porque entonces no sólo me insultan a mí y a todos los que todavía tienen la ilusión de encontrar algo que merezca la pena en un museo, también insultan a Miguel Ángel, a Boticelli, a Leonardo y sobre todo a muchos jóvenes artistas de gran talento que no pueden colgar su obra en un museo porque en su lugar hay una letrina o un montón de cajas de madera desordenadas.

En fin, juzguen ustedes lo que es arte y lo que no es. Yo lo tengo muy claro, para mí arte es esto o esto, antes que esto o esto. Vale.



domingo, 9 de abril de 2006

Un lugar en el mundo: integración o inserción


A menudo me pregunto cómo será este siglo XXI y qué cambios esenciales reportará con respecto a nuestro siglo anterior. Es sin duda una pregunta sumamente compleja a la que nada más que podría responder un profeta temerario. Por tanto creo que resulta más lógico analizar nuestro tiempo desde un “ahora” sereno, que nos proporcione las claves que configuran nuestra situación actual y así comprender luego las causas que nos han ido conduciendo hasta ese punto. Estoy con Ortega en que “ahora significa estar cada cual en su aquí, viendo lo que ve, sintiendo lo que siente”.
Pues bien, ¿qué es lo que sentimos ahora, nosotros, ciudadanos del siglo XXI? Una gran parte de la humanidad siente que todavía no ha encontrado su lugar en el mundo, en la sociedad, pues la sociedad es el término que usamos para referirnos a un orden colectivo de individuos en el mundo. Pensamos en el Tercer Mundo y nos vemos incapaces de ofrecer una solución viable al problema creciente de su pobreza. Y miramos nuestro mundo, el mundo desarrollado, y apenas nos fijamos en que aquí también hay una muy significativa parte de la sociedad, denominada el Cuarto Mundo, que cohabita fuera de la órbita, del engranaje que mueve la gran maquinaria del sistema. La pobreza en los países ricos -de la que habló Lionel Stoleru- prueba la existencia de un sistema, el nuestro, imperfecto, que necesita ampliar su foco de socialización si no quiere fomentar proporcionalmente a su progreso unas bolsas de marginalidad igualmente crecientes. Así se habló de la creación de un “impuesto negativo” consistente en otorgar “un ingreso mínimo a los más carecientes”, en palabras de Robert Castell.
Japón, uno de los países más desarrollados del mundo, y en vertiginoso crecimiento, es, al mismo tiempo, paradójicamente, el país con mayor tasa de suicidios del mundo. Hemos de hablar, por tanto, de una sociedad, la nuestra, que integra y desintegra, que da el triunfo o el éxito con la misma rotundidad con que lo quita. Un sistema en el que los jóvenes se sientes confusos, perdidos, donde trabajan con contratos deficientes y nada estables, un sistema en el que entrar no significa, ni mucho menos, haber llegado, pues nunca se sabe qué lugar en el mismo vas a ocupar mañana. Seguramente este estrés colectivo proclive a desembocar en un estado de soledad, de pérdida de valores y de confianza en la validez de uno mismo con respecto a la sociedad, sea la causa del problema de Japón y de todo país desarrollado. Un estado de pánico que se generaliza a medida que el capitalismo liberal se vuelve todavía más feroz y selectivo; y pierde, a su vez, una lógica-causal en sus selecciones.
Robert Castell, autor en el que transversalmente me baso tras la lectura que con fascinación he realizado de su excelente trabajo “La inserción, o el mito de Sísifo” plantea el problema al que me vengo refiriendo en términos sociológicos, llevando a colación dos mecanismos sociales que en apariencia, pero sólo en apariencia, llevan implícita la significación de soluciones: “integración” e “inserción”. Para Castell la integración viene a ser inserción profesional, es decir, “volver a encontrar un lugar en la sociedad, con sus servidumbres y sus garantías” mientras que una inserción “puramente social” coloca al individuo en un “registro original de existencia que plantea un problema inédito”. Este problema se traduce en la creación de un subsistema institucional que aporta un ingreso mínimo para individuos incapaces de integrarse socialmente en un sistema laboral generalizado. Esto nos lleva a la situación de un ‘eterno retorno’ donde el individuo, como en el mito de Sísifo, es obligado a transportar una piedra hasta la cima de una montaña de una manera continua y repetida, pues nunca halla un lugar estable en donde colocarla. La inserción social pretende dar justificación a un problema capital de la propia sociedad que reside en su imposibilidad de organizarse de una manera que integre a toda la sociedad en su conjunto, dando a todos una justificación a su existencia social, una validez como individuos estable y productiva al mismo tiempo. Sin embargo la inserción, como se ha demostrado, no lleva a la integración laboral, sino que se convierte en un “estado”, en una forma de “existencia social” incapaz de dar el salto a la integración organizada de la sociedad, llegando a convertirse, estos individuos, en unos insertados-no-integrados de por vida, configurándose una “instalación en lo provisional como régimen de existencia”.
Por tanto, sobre este problema hemos de añadir, como el propio Castell señala en su trabajo ya mencionado, que esta situación la padecen no sólo los discapacitados, los marginales o inadaptados, sino también los jóvenes que sufren las inclemencias de un empleo precario e indigno y su paso a otro tan precario e indigno como el primero, pensando siempre, sumidos en ese estado “transitorio-duradero”, que es la inserción social, en la consecución de un empleo digno, en el logro de una verdadera inserción laboral, reclamando, a viva voz, como se ha hecho actualmente en Francia, “un verdadero trabajo”.
Pero en mi opinión se está bastante lejos de conseguir esto. Como venimos viendo últimamente los jóvenes salen a la calle y algunos queman coches para hacer más grave el grito, pues la voz como protesta, ya se vio en el Mayo del 68, a veces no es suficiente. Cansados de no saber cuál es su lugar en la sociedad hunden su esperanza en la agitación y el reclamo, para ser escuchados, para entender si la sociedad realmente les necesita. Éste es nuestro tiempo, éste es el “ahora” que nos ha tocado vivir. Pero mañana habrá otro “ahora”, que quizás, manteniendo algún resquicio de esperanza, nos traiga nuevos frutos, que toda la sociedad y no solamente una parte de ella, pueda, dignamente, recoger por igual.

Publicado en el periódico "El Pueblo de Albacete" (02/04/2006)
José Manuel Martínez Sánchez

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