viernes, 18 de febrero de 2011

Invierno

La nieve cubría las copas de los árboles.
Mis ojos eran llamaradas en la infinita turbulencia del designio.
Un camino blanco sobrevolaba el cuerpo,
un espanto en los pasos abría los senderos,
la fugaz melancolía mezclada de futuro
escapándose de las manos.
Alguien quería ser el todo, la sorpresa,
el contorno de un sueño, urgente deslumbramiento
de un continente inexplorado.
El invierno era mi reposo, mi imposible reposo,
la añoranza de la lumbre con sus rincones oscuros
llenos de misterio.

Alguien quería llegar sin saber a dónde,
luz a luz, duelo a duelo, ofreciendo su todo a la nada.
Pero inminente, la paz fue hallada, sin voz, sin dueño,
desvelada en sí misma como nube cayendo hacia la niebla.
El amor tomó la dirección del cuerpo, herido y agotado,
para devolverle su rostro no nacido, el corazón real que late
más cerca que los audibles latidos. El corazón era la paz,
la noche serena curvándose de nieve, de pureza.

Muy cerca había un niño, en el fondo de la memoria
y del anhelo íntimo, jugando con la nieve, con la blancura luminosa
que como espejo le devolvía su inocencia.
El niño nuevamente saludaba al invierno, descansaba,
tomaba aire y descubría sonriente la belleza del paisaje reencontrado,
allí en la calidez de su hogar eterno, donde jugó
hasta caer dormido bajo la placidez del instante.

Ahora duerme, duerme de nuevo, el niño en su instante,
dejándose soñar, soñándose.

No muy lejos de él, tras la ventana, la nieve sigue cubriendo
las copas de los árboles.

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