domingo, 17 de enero de 2010

El temblor del silencio

“Cada flor es un silencio”, escribió Juan Eduardo Cirlot en lírica surrealista. Posiblemente ese silencio fuese el del asombro ante la muda y completa unión con lo observado, o tal vez la comprensión del pájaro triste que todo lo sobrevuela, menos sus propias alas. Pues es la vida una esencia que se nos va, continuamente, sin que nunca podamos confirmar qué tienen de verdad las cosas vistas. La forma es la expresión de la esencia, la primera nace y se extingue en un abrir y cerrar de ojos, la segunda nos acompaña siempre, en un irse quedando. La tragedia es una de esas amargas esencias que se presenta en distintas formas, que nos recorre la vida cuando lo desea sin pedir permiso. Así, ante esa paradójica libertad que nos oprime, que consiste en ser una posibilidad a pesar de los presagios y el fatum, surge la angustia, en los términos de Kierkegaard, como vértigo ante una realidad abierta al todo o a la nada.

Hemos visto, con la tragedia de Haití, que un terremoto puede desquebrajar la tierra y todo lo que sobre ella vive y acontece, que en un suspiro el mundo se viene abajo y quedan bajo los pies –ente huellas y lágrimas- las ruinas de un naufragio insolente, añadiendo más pobreza a la pobreza, más miseria a la miseria, lloviendo sobre mojado. Y también es desolador que haya de ocurrir algo de estas terribles magnitudes para que los países desarrollados focalicen con urgencia su humanitaria atención hacia esta tragedia, cuando allí la tragedia viene siendo algo cotidiano desde hace mucho tiempo. Se miró hacia otro lado cuando Duvalier asesinó, saqueó, silenció y torturó a su pueblo, en uno de tantos reinados del terror a los que la humanidad no ha tenido más remedio que acostumbrarse. Se calcularon más de treinta mil personas asesinadas durante el mandato de este dictador haitiano, dejando a su país como el más pobre de América.

Una línea marca el abismo entre la opulencia y la pobreza, esto es, entre República Dominicana y Haití. Una línea, pues de este tipo de distinciones se forjan las sociedades, marca el abismo entre la vida y la muerte, entre los destinados al exceso y los que viven y mueren en la carencia absoluta. Entre una sociedad hipnotizada por el consumo, los espejos del individualismo capitalista y la desolación -aquí sí que la frase de Heidegger cobra más contundencia- del “ser para la muerte”. Pero quizá sea añadir más palabras vacías a un problema latente por el que poco se trabaja para solucionar, y del que de vez en cuando se habla en titulares televisivos entre pausa y pausa publicitaria. Fue Michel de Montaigne quien observó que “cada hombre encierra la forma entera de la condición humana”, por eso todo parece en ocasiones un eterno retorno. Los mismos conflictos, infamias, tierras baldías, encrucijadas morales, llantos impasibles… La misma esencia con distintas máscaras, otras formas para enfrentarnos a la misma lección no aprendida del hombre frente al hombre, como seres extranjeros de la humanidad que comparten. De nada sirvieron ni servirán las utopías si nunca es puesta la primera piedra, o si esta es puesta con el egoísmo por delante. Ahora cuando –más que nunca- poner una piedra conlleva hipotecar el alma y el desahucio está a la vuelta de la esquina, en esta otra catástrofe, más sutil, que también sufren los pobres entre los ricos, los extranjeros entre los extraños en un mundo de nadie, salvo del dinero. ¿Cuánto vale el alma humana si no puede dar forma a su esencia, si le hemos puesto precio antes de ser fabricada?

Entre la belleza paradisíaca una tierra desolada, quebrada. Entre el arduo intento diario de sobrevivir un temblor de desesperanza sacudiendo vidas, lazos humanos, humildes techos ahora abatidos por las sombras de la incertidumbre y un terror de ecos apocalípticos. Una forma letal de esa esencia indeseable que llamamos dolor, la esencia que el hombre arrastra desde que es hombre. ¿Qué palabras quedan por decirse todavía? A veces la libertad nos lleva a la impotencia como la flor al silencio. Y entonces sólo queda esperar a que pase la tormenta, para empezar desde cero a construir la esperanza. Y mientras tanto, como escribiese Rilke, “la imagen / de la bella creación reposa y se deshace en llanto” dentro de nosotros.

Diario La Verdad, 17/01/2010

2 comentarios:

agustin dijo...

La responsabilidad de saber que toda esta destrucción es la consecuencia directa de mi mente desintegrada, a mí en concreto, me pone en marcha de inmediato para hacer un trabajo.

Cuando el llanto, la melancolía y la emoción pretende hacernos presa, la respiración consciente nos permite conocer cuál es nuestro nivel de desintegración y violencia retenida.

La emoción es siempre una distorsión de lo Real. La emoción es todo ese Amor grande que está por construir y mientras viene de abajo hacia arriba demasiado alborotado por estas catástrofes, es que nuestra insensibilidad todavía esta anestesiada abajo y sin trabajar.

Nuestro corazón, no ha tomado aún las riendas de las mentiras de una mente desintegrada.

Hay unas lagrimas que quizás no se puedan evitar, y otras que son falsas y que no hay que consentir pues son la tapadera de un corazón que se niega a madurar y a tomar las riendas de esa mente volandera que nos lleva a Marte y abrasa y se olvida del tercer mundo.

Aspirar dolor desde abajo, diluye el dolor. Canalizar el dolor hacia arriba, deja sin escondrijos a esa mente pajarera. Airear el dolor fortalece al corazón y enseña a la mente sus estragos. Nuestro nivel de emocionalidad, habla de nuestro nivel de respirar, airearnos y en definitiva de querernos.

Un corazón firme y silencioso ante estas catástrofes, es la señal de que la mente y sus escondidas emociones, ya no mandan en nuestras vidas y ese corazón maduro, está preparado para un Amor de los 5 elementos, en el que las catástrofes, desgraciadamente están ayudando a que todo no involucione y crezca para mejor.

Un saludo,
Agustin

José Manuel Martínez Sánchez dijo...

Tus palabras me hacen reflexionar; así como esa realidad me hizo llorar. La realidad es imprevisible cuando se presenta y nos muestra quiénes somos y dónde estamos.

Muchas gracias, Agustín, por tu profundo comentario.

Saludos,
José Manuel.

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