domingo, 3 de enero de 2010

Nada nuevo bajo el sol

Nada nuevo bajo el sol”, esta cita bíblica del Eclesiastés (1:9) bien puede ayudarnos a reconocer que un viejo año suele apagarse con la rutina que acostumbra, entre hábitos atávicos y supersticiones que nuestra cultura va sembrando con el fin de dar un sentido al paso del tiempo. Algunos años quizá merezcan ser olvidados, pero no por ello no aprendidos. No hay mejor predicción, aseguran los cabalistas, que el conocimiento del pasado. Recordando lo que ya pasó en circunstancias similares evitaremos nuevos daños innecesarios. Es un principio fundamental de toda sabiduría, es decir, de todo sentido común.

El pasado y el presente, como intuyera T.S. Eliot, “se hallan, tal vez, presentes en el tiempo futuro”, y lo que quizá sea más interesante: “el futuro incluido en el tiempo pasado”. Toda lógica del devenir atestigua que allí a donde vamos en cierta manera es ya nuestro, pues es el suceder una continuidad íntima que día tras día atesoramos. Un tesoro, sí, el del tiempo que nos deja, sin prisa pero sin pausa, y al que dejamos, con más pausa que prisa. Porque todo irse es un comienzo, pero también triste despedida. ¿Adónde irá todo lo ganado, y también, por qué no, todo lo perdido? Todo lo que ha sido y no fue, o lo que fue y ya nunca más será. En definitiva, todo es lo mismo, o eso parece en la memoria del olvido, en la borrosa mirada a los antaños que una vez vivimos. Pero el luminoso tiempo nos perpetúa en el presente, como estatuas solemnes que soportan sus propios vestigios y los ajenos, con la esperanza a cuestas, amiga inseparable de la vida, sobre todo, en tiempos de tormentas. Y va quedando un agridulce sabor cuando avistamos esa tormenta antes del trueno inaugural, cuando “la mucha sabiduría”, lo dice también el Eclesiastés (1:18), “añade dolor”, antes de que todo se mude y se mueva como impone el presente cuando llega, sin tiempo para remembranzas, con la lección aprendida y el resonante murmullo que apresura su consejo de no volver a equivocarnos. Y todo vuelve a ser como era, una tormenta en el desierto, y la vida haciéndose a cada paso, imprevisible, a pesar de tantos comienzos.

Un bello misterio, sin embargo, cuando todo queda entrelazado por un solo canto, un recuerdo quizá que nos avisa de la posibilidad que sucede a la incertidumbre, del siempre buscado soplo de esperanza que culmine -y venza a- la tragedia. ¿Qué fue y qué quedó después de tanto, después de nada? “Después de tanto todo para nada”, en verso de José Hierro. Quedó un lugar que fue el todo, un mismo escenario –esta vida-, quedó un tiempo, una parte de la obra. Como una rosa que no envejece nunca, así es el espacio de la memoria, ese tiempo sin tiempo, en un continuo presente, que se sueña transformándose según sus secretas conveniencias. Algo irredimible o no, que es nuestro a fin de cuentas, como el cuadro que posa en la pared desnuda, dialogando con las sombras, en su perfección de nadie. Y concebimos –a pesar del recuerdo- que todo placer queda envuelto por una esencia secreta que lo hace irremplazable.

Tiempo y espacio, como nos mostró Einstein, son entelequias si se ven cada uno por separado. Conceptos que aislados el uno del otro “están destinados a desvanecerse en meras sombras”. Y quizá también juntos. Aunque sombras, al menos, que siguen nuestros pasos. Pues, ¿acaso no es la realidad una construcción mental?, ¿un lenguaje motivado por sus propias intenciones? ¡Ah de la vida! ... ¿Nadie me responde?”, exclama y pregunta en verso agotado Francisco de Quevedo. Siente que todo se esfuma, que apenas le duró el tiempo… y se agota de sus sombras. Cuántas formas para un mismo canto, cuantas voces ensamblando la polifonía del espíritu en la materia abstracta de un Occidente agotado de ser, siempre. No obstante, resonarán jóvenes los cantos de la albada, la mirada dispuesta al futuro y su conquista, en la esperanza, en el amanecer, en el cambio que merece tanta tierra baldía, desgastada por el tiempo enemigo que olvida a sus caminantes, porque no sabe esperarles. A pesar de todo, deducimos que un nuevo amanecer siempre habrá de convocarnos, suele ser así, para nuestra suerte. Y esto lo sabemos porque no hay “nada nuevo bajo el sol”. Salvo el fresco aliento del próximo instante.
Diario La Verdad, 03/01/2010

1 comentario:

bayle dijo...

En mi profana opinión, el tiempo es el choque entre las fuerzas de la pétrea resistencia al cambio y la del irresistible viaje desconocido que encierra el futuro. Vivir es algo más que existir, es decirnos que merece la pena lo que estamos haciendo, aunque no sepamos exactamente cual será el final. A mi juicio, ser humano es también aprender a gestionar las paradojas del velo de la ignorancia como fuente de progreso y caracterología de lo humano.
Saludos Cordiales
CitizenGhola

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