domingo, 30 de mayo de 2010

Poética desnuda

La tímida voz que sale de dentro
calla, palpita, teme y rueda hacia fuera
como un estremecer despojado en el temblor.
Voz que ahora no conoce las horas del silencio,
voz que marchita lo caduco y lo mece, extraviada.
Llega tarde a ninguna parte la voz de alguien
que no se oye y gime por no ser. Es su futuro
lo que pende en lo total, con el susto y la caricia
todavía anhelando el manto que no fue.
Tienes hambre de verso y de canción completa,
de vientre y paraíso, de luz y de oscuridad.
(El espacio vacío
no es silencio sino confusión,
caída sin rumbo,
paso sin deseo.)
Hay un corazón que niega ser llorado
porque el llanto hace más grande el tiempo
y lo deja solo y extenso y yerto.
Son palabras que dijiste al papel
y que ahora te desnudan
cuando no te queda nada y giras
tan vacío, tan vacío, que no te cabe lo lleno.
Tienes penumbras, pedazos de amor,
semillas cenicientas, labios rotos. Y todo lo guardas
en un triste papel.

miércoles, 26 de mayo de 2010

“De los poetas”, Nietzsche y Zaratustra

Nietzsche piensa –pensaba- que todos los dioses “son un símbolo de los poetas, un amaño de los poetas”, y que los poetas son narcisistas, mentirosos. Lo dijo su Zaratustra, su alter-poeta, su alter-super-yo. Quizá era necesario cargar contra ellos, debido a la sublimación romántica, pero sabemos que ante todo se esconde un profundo amor al poeta, pues si no carecería de amor a sí mismo, aunque esto también lo diga su Zaratustra: “La fe no me salva –dijo-. Y menos todavía la fe en mí mismo”. Cuánto amor se esconde en el rechazo, en el rencor, en la farsa insistente de castigar al “yo”. Cuánto amor mal amado.

Si el poeta cree que la naturaleza se ha enamorado de él cuando la oye y le susurra sus secretos, entonces, su creencia es un fundirse con la fe. Qué mayor fe que la naturaleza sola en el secreto, en el pasmo romántico de lo sublime, en la dicha inenarrable de la iluminación. Rimbaud “volaba con ímpetu” hasta la “queja”, con el ‘símbolo imperecedero’ de Goethe y que Zaratustra limita, como a lo inaccesible, cansado de que sea acontecimiento. Pero el propio Nietzsche sabe que todo es un decir, que nada es dogma de fe. Solamente juega, muy serio.

Dejando lo inaccesible sin abrir, las puertas serán las mismas, las siempre abiertas, las que todos ya sabemos abrir. El acontecimiento no es un símbolo, es justamente lo previo al símbolo, lo que hace que algo cambie y comience algo nuevo. La puerta entornada. Y, sin duda, desde esa perspectiva, todo es acontecimiento.

domingo, 23 de mayo de 2010

Mejor ciudad, mejor vida

“Mejor ciudad, mejor vida” es el lema de la Exposición Universal de Shanghai de 2010, la mayor de todas las celebradas hasta el momento, en un recinto de 520 hectáreas y con alrededor de 200 países participantes. Los números para esta ciudad son siempre una constatación desbordante, con sus más de 18 millones de habitantes o con sus tres torres de las seis más altas del planeta, además de poseer el mayor centro comercial y el mayor puente del mundo o el único tren de levitación magnética de alta velocidad que existe, es decir, que no toca el suelo. Con todo ello y mucho más, no es de extrañar que haya sido acogida esta urbe como sede de una exposición universal, al igual que en otros tiempos fueran París, Londres o Viena.

Del término ya exiguo “metrópoli” toca ahora hablar de “megalópolis”, un concepto que hace referencia a un lugar donde todo es un vértigo continuo y la tecnología alumbra la modernidad entre esferas de cristal y calles de olas de transeúntes sin rostro. Ya en “Poeta en Nueva York” Federico García Lorca se sintió “Asesinado por el cielo / entre las formas que van hacia la sierpe / y las formas que buscan el cristal”. Quizá ese lema que utiliza la Expo de Shanghai nos sugiere lo grandioso como forma de mejor vida, la masificación como espejo del progreso y “rostro” del individuo “modelo”, aquel que se pierde entre el gentío y que solamente parece existir en los confines de las redes sociales de Internet. Puede que con Internet la palabra escrita se revalorice más, ya que es la forma de comunicación que queda cuando la voz resulta absorbida por el ruido de los coches de la gran ciudad.

La realidad virtual tiene la ventaja de no competir tanto como lo hace la realidad material, y en cierta manera viene a suponer una liberación para el hombre y sus circunstancias. “Un hombre que come un alimento –escribe B. Russell- impide que otro lo coma, pero un hombre que escribe un poema o goce con él, no impide que otro hombre escriba otro poema tan bueno o mejor o goce con él”. Esa realidad del poema –que relacionamos con la virtual- consistiría en una especie de suspiro resultante de la otra vida, la del alimento, la material. Sin embargo, no existe escapatoria a la competición que nuestro sistema ha diseñado. Por ello, la mayoría de los videojuegos se basan en la competición, en la simulación de guerras, de vendedores y vencidos; incluso los deportes –también una aparente tregua recreativa- siguen esta premisa donde todos luchan por la medalla de oro, por la gloria, por el dinero o la fama. La competición es el deporte preferido de los hombres, ligados a la interdependencia pero buscando siempre separarse, diferenciarse, tener más, ser mejores.

Hay un juego para ordenador, mejor dicho, un “metaverso” en línea, que consiste en crear un avatar o una segunda vida (“Second Life” se llama, inspirado –por cierto- en una novela de Neal Stephenson: “Snow Crash”) desarrollándose en un mundo virtual, y que ha supuesto un ejemplo claro del anhelo humano de suspirar ante el tedio vital, en busca de la llamada por B. Russell: “vida individual”. Este filósofo nos recuerda que por encima de todo “deseamos una vida feliz, vigorosa y creadora”. La literatura es buena prueba de los intentos virtuales por ofrecer al mundo una realidad interior, paralela, en la que reina el goce estético, el ritmo del espíritu o la libertad metafórica que las palabras inventan y sueñan. Internet está funcionando en muchos sentidos como una realidad paralela, soñada por todos en interacción constante, superada día a día por la inventiva humana: “dando a una sombra cuerpo consistente”, como valorase Dante -en boca de Estacio- el arte de Virgilio, en su “Divina Comedia” (Purg. XXI. 136). Pero la vida primera es contundente, necesaria, presente; y la ciudad es la madriguera de los soñadores que salen y encienden el ordenador buscando mirar más allá de la caverna, acaso percibiendo un mundo ante ellos mejor que el que ofrece un tren que levita para llevarte a una oficina durante ocho horas al día y que te devuelve a un apartamento mínimo –al contrario que los puentes o las altas torres que disfrazan la tristeza urbana, simulando grandeza y mejor vida- con el famélico fin a las espaldas de dormir, comer y esperar a Godot tumbados frente a la tele. Y entonces aparece una puerta abierta, quizá una mejor vida, aunque sea virtual, que la que puede ofrecer la ciudad. Y el sueño comienza de nuevo, al abrir el libro, como en “La historia interminable”, con la esperanza de vencer a la Nada.

Diario La Verdad, 23/05/2010

lunes, 10 de mayo de 2010

Te busca la palabra

Reclama la paz del tiempo acariciar
con su amor lo abierto, llevando
deseosa claridad en ti, verbo latente.
Todo fuego se extingue en agua pura
que filtra pasión y la exime
con amorosa llaga de encuentro.
Filtras, purificas, amaneces…
con la luz clavada en el pecho
dulce lamento al cielo detenido.
Llegas al segundo sin forma
con la forma de lo alcanzado,
en pausa vívida, estentórea
señal del nacer sin nacimiento.
Tienes, posees, reclamas…
un hueco de luz para el mundo
que suene como lira callada flotando.
En tu silencio, la armonía
buscada, deseada en la forma sin fondo.
En tu palabra, el silencio
anhelado, seguido en el orbe imaginario
de tu devenir, espejo cóncavo de ti.
Murmullo, océano, rumor del viento
que estremece tus alas con el aire
y alza la materia al sin fin.
Te busca la palabra, el silencio
descifrado, la plena respuesta
del no decir.

domingo, 9 de mayo de 2010

Libertad en tiempos de crisis

El ser humano, libre en esencia, experimenta, con el capitalismo, la urgencia de su libertad. El mundo nuestro, llamado moderno o posmoderno, heredero del concepto de libertad reivindicado y puesto en práctica con gran empuje en los últimos siglos, se ve a menudo inmerso en la agobiante responsabilidad que infringe la pregunta de qué hacer con la libertad conquistada. Mientras muchos no terminan de creerse todavía que exista realmente esa ‘libertad’, alegando que las sociedades son todavía esclavas del propio sistema, gobernado por unos pocos en los cuales reside la soberanía económica, otros tantos se conforman con la limosna de una libertad ejercida con más esfuerzo que placer. Y más allá de todo eso, lo cierto es que el tiempo, la fracción necesaria para ejercer la vida, parece estar sometido a unas circunstancias que determinan las formas y elecciones que uno puede ir adoptando en su discurrir personal. Todo subsiste sometido a esa urgencia antes citada, a una especie de incertidumbre que no deja lugar para el sosiego, enredados en un juego que no permite descanso si se desea seguir en él sin quedar eliminados.

Grecia sufre desde un tiempo –más que nadie, en nuestro mundo occidental- las calamidades que acarrea una terrible crisis económica, poniendo en evidencia toda la sostenibilidad de un sistema, de un pueblo. Y no sólo en ellos –aunque lo viven de forma directa- reside el desasosiego, sino en el propio sistema capitalista occidental. El hecho indiscutible de la globalización reporta una virtual desaparición de las fronteras que nos hace vivir muy de cerca los problemas que acontecen relativamente lejos, lo que sin duda hace del sistema que se torne mucho más frágil, sujeto a contratiempos y noticias de última hora que perturban la estabilidad de las naciones, especialmente en sus relaciones económicas, que parecen llevarse a cabo sobre un terremoto constante. ¿Y a estas alturas, me pregunto, no conviene aseverar humildemente aquella máxima de Lope de Vega: “más vale pobreza en paz, que en guerra mísera riqueza”? ¿O, acaso, no estamos hablando de una forma de guerra el tumulto interior que vive la esperanza del destino de los hombres, ajenos del campo de batalla que tiene lugar en Wall Street y en lugares semejantes? ¡Con qué frialdad virtual se mueven los hilos del destino del mundo en este tiempo nuestro que vivimos!

Ya un griego, hace mucho tiempo, nos sugería mirar hacia dentro para comprender lo que pasa fuera. Nos llamaba a ejercitar el pensar con el fin de no ser esclavos de las ilusiones de los sentidos y deseos: de la ignorancia. Proclamaba la filosofía como medio para sanar el alma, conocerla, y ser felices. Exclamaba, me refiero, evidentemente, a Platón, que “lo que deseamos es la verdad”. En su “Fedón”, recogiendo la voz última de Sócrates antes de ser enmudecido, Platón nos confiesa que “los poetas nos están recordando siempre que no oímos ni vemos nada con exactitud”. Para Sócrates la filosofía “era la música más excelsa”, pues en esa búsqueda incansable de la verdad la mirada del alma –que “aspira a alcanzar la realidad”- se orienta hacia sí misma hallándose ahí el canto más sincero de la libertad interior, aquel que es ganado por la conciencia y que no nos podrán quitar nunca. Quizá nuestra sociedad esté olvidando cantar de esta forma, desde el interior, buscando dentro la luz que vemos fuera. Si la economía dejase de ser un fin y se convirtiese exclusivamente en un medio, posiblemente ganaríamos muchos alivios y paz futuras. Si todas nuestras energías no se proyectasen únicamente hacia ese foco, posiblemente no seríamos constantemente cegados por el espanto del no-ser causado por el miedo a no tener. Posiblemente habría para todos al no necesitar, o, al menos, nos contentaríamos con lo realmente necesario. ¿Otra vez la utopía? Creo que únicamente resuena cierto tipo de esperanza, aquella que desoyen los poderosos, pues se encuentran siempre al otro lado, dando a Sócrates la cicuta.

De siempre supimos de las vanidades del mundo y que, a fin de cuentas, “el grande y el pequeño / somos iguales lo que dura el sueño” (Lope de Vega). Conviene la reflexión final, metafísica si se quiere, de que el ser humano, cuando es entendido (y sentido) como algo trascendente, que busca ser lo que es, y que forma parte de su naturaleza volver a unirse al alma colectiva, tiene ante sí el reto de aspirar a ser poesía, realidad nueva, para vivenciar –inspirado por su ser- el íntimo sueño de la libertad, que nada ni nadie podrán borrar, aunque otros crean que nos la venden, cada día, en Wall Street.

Diario La Verdad, 09/05/2010

domingo, 25 de abril de 2010

Ideología o unidad

Es destacable que la masificación urbana, que representa el carácter de nuestras sociedades actuales, necesite reafirmar algún tipo de identidad distintiva, confirmar de algún modo la propia existencia con el fin de no vagar en la indiferencia común, que impone el propio sistema con su variopinta y confusa idiosincrasia. Es posible –más que posible- que sean los medios de comunicación los que decidan fijarse en ciertas individualidades, asentar protagonismos, modas y estilos actuales. En ellos, y también en las jóvenes y populares redes sociales de Internet, está la última palabra en la decisión de confirmar la existencia o no de algo, existencia entendida en términos de números, que puede contrastarse en la cantidad de resultados dada al insertar una búsqueda en Google, por ejemplo. Los políticos, como los futbolistas, gozan de gran popularidad, en la mayoría de los casos por sus desfalcos y otras por sus decisiones políticas. La ideología, como la religión, se convierte en seña de identidad, en rostro, crédito o descrédito de unos y de otros.

La ambición sectaria cala en nuestra sociedad más que nunca, quizá por esa necesidad ya apuntada de marcar la diferencia frente a la masificación, de ser distinto al resto; ya sea en territorios: una comunidad autónoma que quiere ser país; en partidos políticos: anhelando reivindicar la supremacía de sus ideales; en pueblos marcados por la religión: donde su sentimiento de identidad delimita una franja con el pueblo vecino, etc. En todo ello musita un rumbo desolador y ya no sorprende tanta banalización de aquel ideal llamado ‘individuo’. En una sociedad –como diagnosticó Octavio Paz- marcada por su “indiferencia pasiva”, nos encontramos con incoherencias propias de un entendimiento a destiempo, pues la militancia en un credo implica en ocasiones relegar a la conciencia, mutilar lo propio para difuminarse con el ideario, posiblemente por el temor a perder la legitimidad moral que se le concede como partícipe del emblema que representa. Jorge Luis Borges comparó su noción de utopía a “un Estado como Suiza, donde no se sabe cómo se llama el presidente”. Y con clara ironía continúa: “Propondría que los políticos fueran personajes secretos. Este Estado que no se nota es posible. Sólo es cuestión de esperar doscientos o trescientos años”.

Ante unos pueblos que viven más allá de los políticos, éstos se proclaman el centro del mundo, el timón de nuestros destinos y libertades, y quizá por indiferencia (pasotismo) miramos hacia otro lado mientras ellos se tiran los trastos, entre revanchismos históricos, sordos diálogos y rencillas cotidianas en la ciega lucha por llegar al poder o mantenerlo. En estados donde verdaderamente gobiernan las empresas (el poder económico), convendría que la función política tomase un papel casi invisible pero de justo arbitrio, buscando por mandato ético el interés de todos los ciudadanos (no sólo de la mayoría, que siempre olvida a las minorías), sino de todos y cada uno. En una democracia, donde el gobierno es del pueblo y para el pueblo, ¿dónde está el pueblo?, ¿acaso los “mass media” ocultan, nublan, la posibilidad del individuo feliz más allá de su bienestar económico?, ¿qué doctrina se nos vende diariamente que no sea la conquista del consumo? Quizá el diagnóstico encierra esta raíz patológica.

Fue en China, hace ya muchos siglos, donde se dijo que en el no-hacer se obtiene todo. No en el sentido nihilista, de inerte presencia, sino en la superación de la limitación del egoísmo, del sentimiento de diferencia y competencia y de la lucha continua del trabajo para sí mismo, insaciable. En un gobierno que practicase ese no-hacer nos evitaríamos los caprichos del poder individualista, de los intereses propios en oposición a los de la otra mitad de los individuos (o a cada uno). En el no-hacer no existen diferencias sino unidad. El buen gobernante habrá de pasar sin ser advertido por el pueblo y así, como expresa el clásico Tao Te King, “a la obra acabada sigue el éxito [y] el pueblo cree vivir según su propia ley”. Este sería el afán de la obra duradera y de todos, la conquista de la libertad plena, el acto creativo de una sociedad que necesita saberse útil y, sobre todo, viva.

Diario La Verdad, 25/04/2010

sábado, 17 de abril de 2010

Si el tiempo nos ama

Si el tiempo nos ama, nos dejará salir de él,
nos permitirá convertirnos en eternidad,
como el sol o las estrellas en sus confines,
nos traerá la paz antes que el círculo nos ciegue
y miremos las mismas horas agotados
en la espera de nadie.
Si el tiempo nos ama, será nuestro amante
en su ausencia infinita, abrazados al viento
que no termina, intenso, en su honda caricia
conmoviendo todo pasar.
Si el tiempo nos ama, nos dejará trascender
aquella ilusión guardada, recobrar
la despedida o dar el beso primero
a quien nunca nos atrevimos, huyendo.
Amar el desamor, tomar la mano o el corazón
que creíamos perdido. Arrancar la pena de ayer,
sin más ayeres, promesas, recuerdos o aguijones.
Vencer a lo lejano; ser -en este ahora
que no conoce el nunca-
lo posible. Ser por siempre
el abrazo eterno,
si el tiempo, de verdad,
nos ama.

domingo, 11 de abril de 2010

Los valores ante el cambio

Acaso ya declina la existencia de valores impermeables, de arraigadas construcciones interiores del carácter que debieran avanzar inquebrantables por el sino de sus vicisitudes. Nuestro tiempo, tan frívolo y frenético, acostumbra a desacostumbrarse del valor tan eficazmente que apenas subsiste memoria alguna de cualquier base previa. Como en la dialéctica de Hegel, las ideas contrapuestas pueden fácilmente intercambiar sus posiciones, y los que antes defendían unos argumentos ahora pueden luchar contra esos mismos, dando las razones que antes rechazaban, esto es, las que sus oponentes antes dieran. Allí donde no hay libertad no puede haber valores; y aquellos que como Fidel Castro combatieron por la libertad ahora son justamente combatidos por el mismo motivo. Más allá de las ideologías quedan las personas, la cruda condición humana más primitiva, en sus afanes de poder, de soberbio dominio, de implacable adoctrinamiento, de vanidosa lealtad a un ideal manchado de sangre, en el delirio histórico de quienes se han perdido a sí mismos.

Karl Marx arrojó el arma del comunismo como puño en alto y las clases oprimidas lo reivindicarían hasta el silencio de su nueva opresión, por ese mismo puño capaz de adocenar naciones enteras bajo la bandera de un espejismo nunca alcanzado hasta ahora en toda la historia. Marx comprendió –antes que nadie- el inmenso poder de la burguesía, de su carácter revolucionario de los propios instrumentos y sistemas de producción. ¿De quién ha sido verdaderamente la revolución global? Como en la extraordinaria película Gigante (1956), de George Stevens, si el dinero (el capital) lo exige, un oficio de ganadero puede ser sustituido (y con él los viejos valores) rápidamente por el de petrolero, como le ocurre a Jordan Benedict (Rock Hudson), tentado por Jett Rink (James Dean) y por la riqueza potencial que podía dar el suelo que pisaban. Por suerte Jordan Benedict sobrevive a la vanidad y comprende el valor de ser solamente humano. No así el personaje de James Dean, el claro ejemplo del ‘nuevo rico’, que sucumbe en el delirio de su grandeza.

En nuestro tiempo la causa de la gran neurosis global es la del dinero, la constante actualización del modelo de obtener ganancias (la clara revolución del capital). Así como en su momento el vapor revolucionó la economía en su sentido más amplio ahora las nuevas formas de obtención de energía (o cualquier otra cosa) pueden ser susceptibles de asentarse si entrañan posibilidad de riqueza. Internet –no cabe duda- ha supuesto un cambio substancial en nuestra forma de entender el mundo y actuar en él, para bien y para mal. Marx expuso que el mundo capitalista vivía en constante agitación –produciendo “la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales”-, trastornando y reformulando todos los modelos, de producción y –por tanto- de consumo y convivencia. Con el peligro –“todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma”- de que finalmente no quede ninguna base sólida en la que asentar el hecho humano, convirtiéndonos casi en sustancias virtuales a expensas de lo que provea el consumo para nosotros, como sostenidos por una energía que nutriera y diese un nuevo traje e identidad al alma en cualquier momento. Entenderá Marx, con todo esto, el peligro que conlleva, la gran desilusión que entrelaza tanto cambio de raíz, lo que conducirá al hombre “a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás”. Marx hablaba de su tiempo. Pero hoy, en sus palabras, habla nuestro tiempo.

Como dijera otro Marx, fue Groucho: “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”. Frase que podría ser el lema subconsciente del capitalismo, de la publicidad, de los políticos, de las clases dominantes, del –en definitiva- único juego basado en la obtención de poder por encima de lo que sea. ¿Quién sabe si detrás de todo esto no hay más que un punzante temor metafísico, una oleada de inseguridad que desquebraja todo valor sentido como eterno? Como dijo Montaigne: “En ocasiones el huir de la muerte nos hace correr como esos que, de puro miedo al precipicio, se arrojan a él”. ¿Estamos arrojando –perdiendo- la esperanza en el hombre, en su sentido, en su forja de sí mismo? ¿Estamos siendo arrastrados por no se sabe qué hacia no se sabe dónde? ¿Es posible aquietar el rumbo antes de que la maquinaria sea irrefrenable? ¿Tiene la sociedad, el pueblo, el timón de su destino? ¿O lo soltó, cansado y desilusionado, hace ya mucho? ¿Quién, qué “fuerza” oculta, en forma de ese espíritu hegeliano de la historia, dirige nuestras vidas sin pedir permiso alguno? Empecemos preguntando y posiblemente llegaremos a obtener muchas respuestas. Es el esfuerzo último y primero que cada uno tiene el compromiso de hacer con el fin de proclamar su libertad insoslayable.

Diario La Verdad, 11/04/2010

viernes, 9 de abril de 2010

Lejos, más allá del tiempo


(Versión de un poema de Li Po)

Ellos me pregutan

por qué habito

las verdes montañas.

Yo sólo les entegro mi sonrisa,

un corazón sereno que penetra

la claridad del arroyo y los duraznos

de la primavera.

Yo, amigos, no resido

el mundo vuestro,

y otro lugar

libre del tiempo,

tal que eterno,

me contempla.


Del libro "Concierto de esperanzas. Poesía reunida (2002-2008)", de José Manuel Martínez Sánchez.
Comprar o descargar gratuitamente este libro, y otros del autor, en el siguiente enlace:


domingo, 28 de marzo de 2010

El arte de vivir libremente

Atreverse a ser uno mismo es el principio de la libertad. Allí donde haya un sentimiento de silencio impuesto, pervive el fracaso de la armonía y la paz. Un sistema totalitario es el claro ejemplo social de este desequilibrio entre el individuo y su mundo externo, entre su potencial creativo y su posibilidad de proyección. La cultura se anquilosa y deteriora, como una flor privada de luz. El progreso social –que no equivale a decir tecnológico- deja de responder a la llamada interior de los individuos, que ven mutilado su anhelo de libertad con la aceptación resignada de una hueca cotidianeidad lineal. El individuo dejar de ser tal y lo auténtico en él corre el peligro de marchitarse o de nunca nacer, al no existir un contexto que alimente el crecimiento de su semilla interior de libertad. En las situaciones de totalitarismo político ha habido –y aún lo vemos- individuos valientes, capaces de atreverse a enunciar la proclama de sus derechos humanos. Entonces, el citado progreso se encauza de nuevo hacia un avance óptimo, saludable, que es aquel que procura para todos el desarrollo de acuerdo a su naturaleza original y libre. Nadie puede dictar a otro ni un ápice en el sentido del conocimiento y la realización propias, pues es allí donde está la sensación de ser, de existir, y el mundo se pone a disposición de esa sensación íntima para explorar la verdad que subyace en ella. Aristóteles nos animó a la contemplación como consecución de la sabiduría, al igual que tantos otros sabios de oriente y occidente. En el impulso totalitario, el afán de imponer a otros un pensamiento único, la verdad pierde su brillo y se convierte en mentira, al igual que un sueño que -como declaró George Steiner del sueño marxista- no tarda en volverse una pesadilla. ¿Y qué hacer ante la imposición mutiladora, enemiga de la libertad?

Recordemos aquel proverbio que nos invita a ser “como el sándalo que perfuma el hacha que lo hiere”. O, como expuso el propio Gandhi: “Dondequiera que nos enfrentemos a un oponente, debemos conquistarlo con el amor”. El amor siempre deja su fragancia allá por donde se extienda. Todo acto realizado con amor resulta un bien por sí mismo, ennoblece al espíritu, lo contagia de armonía, trasforma cualquier acción en ejecución de un arte, en creatividad máxima. Morihei Ueshiba, el padre del Aikido, un arte marcial japonés, recomendaba alimentar interiormente la paz para convertir el movimiento corporal en plena espontaneidad artística, en compasivo acto de amor capaz de aquietar al oponente pacificándolo, sin dañarle. Entonces la libertad también se gana por sí misma, porque el espíritu ha dado lo mejor de sí aún cuando otros buscasen herirlo. De este modo, no puede haber muerte o dolor alguno, porque se ha ganado todo: ha brotado lo mejor que el hombre guardaba en su interior. Ese fue el ejemplar mensaje que podemos tomar de Jesucristo, quien salvó a todos los mortales, no con su dolor, sino con su infinito amor. De esta manera nos dejó el perfume para la eterna conciliación, como el sándalo. Como Gandhi, como todos los hombres que pusieron su otra mejilla como respuesta de amor para desvanecer el odio del corazón semejante.

En este tiempo nuestro se echa de menos esa simiente compasiva como medio para el entendimiento y la pacificación globales. Las informaciones estadísticas que nos asolan continuamente dan muestra de esa perversión de lo humano, de esa aceleración masiva que nos convierte en meros datos, cifras y objetos de manipulación sin rostro. Como una doble tragedia lo explica George Steiner: “Es una obscenidad más despersonalizar la inhumanidad, cubrir el hecho irreparable de la agonía individual con categorías anónimas de análisis estadístico, teoría histórica o construcción de modelos sociológicos”. Se añade, por tanto, un doble problema, el que arroja lo observado y también el del propio observante. Cabe deducir que el último es fruto del primero. ¿Acaso el ámbito del conocimiento –que antes llamábase universitario- se ha vuelto frío, despersonalizado, inhumano? Entiendo que la respuesta es obvia, tal y como lo han recalcado numerosos intelectuales; y quizá no conviene repetirla de nuevo, pues los hechos son evidentes (salvando siempre las meritorias excepciones). Y, en última instancia, tampoco ayudaría a resolver el problema, ya que éste no es de índole institucional o académica, sino claramente personal, íntimo, propio del individuo, sea del ámbito que sea y pertenezca o haya pertenecido a la institución, partido político o empresa que fuera. El problema –considero- es si el hombre está preparado para profundizar en sí mismo, con seriedad y firme responsabilidad, pues a él le conviene y a nadie más, en primer término. Después, en la sociedad, repercutirá el beneficio de su conquista interior. Mientras tanto, la realidad espera ser realizada en cada uno de nosotros; al fin y al cabo no es tan arduo el intento, es la realidad de la vida la que se nos pone de frente en todo momento y observarla conlleva ya entrar en su misterio. Pues esta vida, en definitiva, como escribiese R. Tagore: “es la constante sorpresa de ver que existo”.

Diario La Verdad, 28/03/2010

domingo, 14 de marzo de 2010

Cuando el ahora será recuerdo

El tema del tiempo ha sido una constante necesaria en el pensamiento filosófico; y también en el que la misma física teórica sigue rastreando huellas de este movimiento perenne por el que somos llevados sin saber bien a dónde ni por qué. Como bien explicó Jacques Derrida en un preclaro ensayo (Tiempo y presencia, 1968), Hegel columbró que la esencia del tiempo es el ahora. Si todavía somos herederos de Aristóteles, si continuamos pensando las mismas preguntas que los griegos ya se formularon, es porque de alguna manera el hombre vive en ese ahora que acaso se conforma en repetir sus máximas variando algún que otro insustancial adjetivo. No conviene, sin embargo, estimar vana esta repetición, como expone Derrida, pues viene a referirse “a algo esencial del movimiento del pensamiento”. Estamos viviendo últimamente repetidos cataclismos, como los vistos en Haití o en Chile, que no dejan de asolar la esperanza aunque éstos llegaran a convertirse en cotidianos. En cada terremoto se expone la vida a desaparecer y el dolor a encontrar su causa indeseable de aparición. Sentimos que el ahora –debido a la experiencia- traslada augurios a la realidad, pues la experiencia a veces nos permite augurar, aunque nunca se espere la venida del ingrato presagio. De lo que no es real –o de lo que no sabe, diría Wittgenstein, mejor es callarse. Dice nuestro diccionario de la RAE, que lo real es aquello “que tiene existencia verdadera y efectiva”, como la muerte o el silencio, dos realidades que –paradójicas- parecen abandonar lo real cuando se realizan. Aunque siempre habrá presagios más seguros que otros, como el del desilusionado aviador irlandés del poema de Yeats que decía: “Me encontrará la muerte / un día acá en lo alto”.

Muchos han sido los que han visto en el ahora la esencia misma del tiempo. Volviendo a Hegel, dirá que “el ahora tiene un derecho inaudito”. Tal derecho no es ni más ni menos que la propia realidad, aquella que se escapa de las manos con sólo pensar tocarla. Lo sustancial en ese privilegio del ahora “se ha disuelto, se ha deshecho y dispersado en el momento mismo en que lo enuncio”, nos aclara Hegel. Pensar la posibilidad pudiera convenirse como una entrada al presente, sobre todo si nos adentramos en la definida por William Blake “eternidad que no tiene tiempo”, lugar donde todo futuro convive con el presente en ese espacio que es el pensamiento y que también podemos llamar “imaginación”. Pero además el pasado entra en juego de forma simultánea, como entendió Henri Bergson, al hacerse el recuerdo a la vez que se experimenta la percepción: es decir, en la representación.

Conforme nace el presente, va naciendo el pasado junto a él, algo así como la estela que un avión va dejando en el aire mientras avanza. En su avance va naciendo lo que fue, como huella que persigue al continuo abandono que su movimiento persiste en despedir. La imaginación en ocasiones contamina al presente, lo vela del nacimiento de la realidad que siempre asoma a mostrarse tal y como es. El pensamiento interfiere al identificarse con la realidad bifurcada de lo que Kant llamaría la “cosa en sí”, aquella que no puede ser conocida por nosotros. Los sentidos, la percepción, la mente… articulan un conocer a la medida del conocedor, y se alejan –por tanto- en su identificación del conocimiento esencial. Vemos que continuamente entra en juego un problema fundamental, como notaría Albert Spaier, el de la significación, lugar al que se dirigiría en todo momento y en primera instancia nuestra atención. El presente queda anudado por su imprecisa continuidad, como en la “incertidumbre de Heisenberg” y en la “constante de Planck”, siempre aparece un algo que nos impide ver o medir la cosa en sí en su posición en el tiempo, en su movimiento. ¿Sólo nos queda entonces la imaginación? ¿La continua y repetida metáfora de lo que somos? ¿El presente condicionado por su antes y su después? ¿Dónde mora –entonces- lo eterno? Como advirtió Stephen Hawking, ¿cómo puedo presagiar el futuro “si ni siquiera se puede medir el estado presente del universo de forma precisa”? Al menos, esto nos entrega cierta libertad, pues a pesar de todo tampoco lo que podamos concluir supondrá un principio determinista, ya que si no se puede determinar lo más concreto nada está determinado. Pero uno cosa sí es segura, el final de este artículo.

Diario La Verdad, 14/03/2010

domingo, 28 de febrero de 2010

Deshumanización de la esperanza

El ímpetu de lo humano busca asemejarse a la naturaleza que lo presupone. Aparece así un contraste dilatado que se enuncia en las nociones de “lo humano” y de “lo inhumano”, razones vitales de toda formulación ético-filosófica que intente recrear la esencia natural del alma humana. Con necesidad antropológica, surgen interpretaciones que perseveran en aclarar un orden innato del comportamiento humano que aporte sentido al acto racional. La nomenclatura de la razón intenta explicar al hombre sus imposturas “inhumanas”, ya bien como resultado del instinto de supervivencia, la voluntad de poder, el egoísmo, el inconsciente y sus neurosis, etc. Toda una serie de rasgos que “determinan” el devenir de su naturaleza, acaso ajenos a la propia determinación de libertad consciente, arrastrados por la corriente de sus pasiones e instintos primarios. La mera adaptación es el punto de partida, la realidad interior busca un orden en el entorno para desarrollarse y es ahí cuando el actor comienza a escribir el guión de su vida.

La sociedad actual se comienza a estudiar a partir de la complejidad que a día de hoy viene a enmascarar su razón de ser. La multiplicidad de los campos de estudio hace cada vez más difícil el análisis integral del fenómeno, pues se desarrolla en vías independientes que a la fuerza se ven incompletas en sus conclusiones. El estudio humanista ya ha perdido su sentido, con la crisis de la filosofía que, por su carácter especulativo, se ha visto eclipsada por la ciencia. Ha perdido legitimidad el discurso sobre la materia (mundo físico, el que atisbamos) desde el asombro metafísico y esto ha trastocado las raíces creativas del hombre en el afán por dar sentido a su mundo. El comportamiento mecánico de las ciencias (deshumanizado y robotizado en sus medios y fines) se sirve como un jarro de agua fría que apaga el fuego del conocimiento profundo o trascendente. Todo se convierte en un constante mirar hacia fuera reportando datos y estadísticas sobre un volcán en ebullición: las esperanzas intrínsecas del ser humano. Acercándose al futurismo sórdido de Blade Runner, el autómata soporta el destino de la libertad hacia un espacio gris de anulados sentires. La estructura del poder permanece intacta, haciendo esclavos a los hombres de la inmensa maquinaria generadora de eficientes instrumentos de producción que sirven a los intereses del mercado, en manos de unos pocos y para su propio abastecimiento narcisista, dejando las migajas de los beneficios de sus cosechas como triste recompensa. La jerarquía dominante, exigente, las empresas que gobiernan en la sombra, la organización del mercado que reparte la libertad mediante contratos temporales de trabajo esclavizantes, conforman el núcleo de la desilusión social, ya anestesiada de llantos ante el sórdido rumor de los espacios televisivos y otros opios “deshumanizantes”. La libertad se ha convertido en un salir a votar un día cada cuatro años; y después que Dios reparta suerte. De vuelta al silencio del abismo masificado, del objeto de venta o de compra, de la envanecida mercancía sagrada, la religión del consumo y de las “tiranías privadas” nos consume. Así denominó Noam Chomsky (“tiranías privadas”) a las nuevas formas del totalitarismo encubierto: las empresas.

Casi parece corriente oír en las noticias que en año y medio veinticuatro trabajadores de la empresa France Telecom se han suicidado o que un departamento de recursos humanos de cierta empresa desarrolla un videojuego para ser usado como forma de selección de personal. ¿Es éste el alienante precio que pagamos por un liberalismo agresivo, por un avance tecnológico eficiente, por una sociedad virtual instrumentalizada y despojada de la ética que se supone orienta al individuo en su aventura comunitaria? Sólo cabe decir, con Schopenhauer que: “en estas circunstancias, alza su cabeza el ya dispuesto materialismo, con su cortejo de bestialidad (al cual llaman ciertas gentes humanismo)”. Ya alzó su cabeza hace mucho tiempo, hoy en día todos somos hijos de sus circunstancias. Las palabras de Albert Camus seguramente resonarán en la conciencia de quienes todavía les quede eso que llamamos conciencia: “La ley puede reinar, en efecto, mientras es la ley de la Razón universal”. Pero conforme avanzamos en el tiempo, esta razón, de ecos cristianos o kantianos, o simplemente llamémosla “humana”, “universal”, va quedando muy lejos, en el espacio de la “sin razón” legitimada, en el sueño de un simulacro lógico o pesadilla infrahumana. Se pasó de una razón ilustrada a una razón aparentada como por un letargo casi automático donde despertar del sueño supuso entrar en otro sueño aún más irreal, pero forzoso y extenuante. Sin embargo, aunque parezca extemporáneo –y acaso ingenuo- conviene volver a soñar utopías, pero pisando firmemente el suelo, convencidos de que cimientos reales respalden los legítimos sueños de un mundo nuevo, posible y necesario.

Diario La Verdad, 28/02/2010

Compartir esta entrada:

Bookmark and Share

Entradas relacionadas:

Related Posts with Thumbnails