miércoles, 8 de mayo de 2013

De crisis y desahucios


Son muchas las personas en este país que diariamente se preguntan cómo salir de la crisis, una crisis que se está alargando en el tiempo de forma incontrolable, al igual que un incendio asola los bosques en creciente abismo de fuego, inevitablemente inextinguible. Quizá el bosque ya haya ardido por completo y estamos en el tiempo de esperar, esperar ver crecer de nuevo el paisaje desolado. Pero a este paisaje, sombrío, pocas son las manos que arrojan semillas, quizá temiendo que la tierra ya no es fértil o quizá buscando que todo crezca por sí solo. Mientras tanto los bancos decretan desahucios y mantienen pisos vacíos, atentando contra la razón social y el sentido común, contra la solidaridad y contra la humanidad. Pisos desahuciados a personas que un día, cuando podían hacerlo, pagaban religiosamente a los bancos más de lo que era necesario, asumiendo intereses crecientes, dando más de la mitad de sus salarios a entidades que especulaban y que se enriquecían de una manera insaciable; pues así lo decreta el neoliberalismo. Para que unos pocos se hagan inmensamente ricos la mayoría ha de volverse inmensamente pobre. Aquello de “ganarás el pan con el sudor de tu frente” ha sido una ley tácita que nos ha obligado a explotarnos unos a otros, a creer que es más apto el que más tiene y a desechar, expulsar y marginar a aquel que no entra en la sangrante órbita de un sistema que ha perdido su sentido de ser. 

No hay manera de cerrar los ojos a esta realidad que se nos presenta. No sólo hay viviendas, personas y familias desahuciadas, sino que todo un país está al borde del desahucio, con una deuda que crece exponencialmente, y cuya única solución que se encuentra es empobrecer más nuestro futuro, privatizando nuestros derechos, encareciendo nuestras necesidades básicas. Y nuestro sistema bipartidista ya no sirve al pueblo, sino al mercado, al sistema financiero, a los grandes especuladores. Pero sabemos ahora más que nunca que es esta mentalidad económica la que ha fallado, donde el derecho al consumo masivo es ya un deber y la presión capitalista genera cada día una mayor desigualdad, ansiedad y miedo, pues toda nuestra vida depende de lo que seamos capaces de poseer. Cada día vemos en las noticias casos de corrupción, recordándonos aquellas palabras de Hannah Arendt en las que definía la hipocresía como un vicio que se manifiesta en corrupción, como una exhibición de algo que no se puede poseer y que obliga al individuo a robar para mantener esa mentira. Una feria de vanidades, en definitiva, cuyos verdugos terminan convirtiéndose en sus propias víctimas, pues de tanto afilar la cuchilla acaban por cortarse a ellos mismos. Un país, el nuestro, como decimos, que refleja la derrota de un modelo que es incapaz de tenerse en pie. Si Alemania nos alentó a gastar lo que no teníamos, así los bancos lo hicieron con sus clientes y así ahora, nadie puede pagar a nadie. ¿Saldrá alguien bien parado en esta historia? Quizá el que sepa conformarse con poco, o con nada. O quizá el que empiece a plantar alguna semilla, en vez de seguir prendiendo bosques que ya ardieron.

La Tribuna de Albacete, (8-5-2013)

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