domingo, 13 de enero de 2013

El progreso ante el siglo XXI

La idea de progreso desde hace unos cien años hasta ahora es vertiginosa, produce el vértigo de una velocidad acaso difícil de asumir, en medio de un movimiento que ya no se puede detener y que nos va llevando por rutas que parecen incontrolables. Con la era tecnológica, el ordenador, los teléfonos móviles, Internet y todas las máquinas que envuelven nuestro mundo cotidiano (televisión, coches, aviones, etc.) la percepción del tiempo se ha acelerado hasta extremos preocupantes, lo cual se hace visible en muchas patologías que afectan a la salud y que, por agentes contaminantes o por condicionamientos psicológicos necesarios para la adaptabilidad a los medios del progreso, es cada vez más mayoritario el espectro de males que afectan a nuestra sociedad, como la ansiedad o el estrés, la depresión y otros trastornos nerviosos que, en muchos casos, son fundamento no sólo de problemas psicológicos sino de enfermedades de todo tipo que tienen un motivo psicosomático. Parece que quisiéramos alcanzar la misma velocidad que lleva la Tierra en su movimiento en torno al Sol, unos cien mil kilómetros por hora. No sabemos por qué pero tendemos a ir cada vez más rápido y esto configura el símbolo de esta sociedad que corre sin saber a dónde, que no tiene tiempo para establecer contacto con el ahora, la única realidad del tiempo, y que camina en un desenfreno propulsado inexorablemente por las exigencias del sistema. 

Ante todo esto, ¿cómo replantear nuestro modo de vida?, ¿dónde queda el tiempo para ejercer la libertad de la mutua construcción del sistema que queremos realmente? Somos propulsados por la fuerza de un sistema que no nos representa ni nos expresa, únicamente nos lanza hacia un abismo de consumo y producción masiva. Y las preguntas quedan en el aire, los sueños se evaporan a la velocidad del rayo y un nuevo día nos exige seguir atados a este sistema que parece diseñado por autómatas y para autómatas. Son necesarias preguntas y respuestas que exigen tiempo, receptividad, escucha atenta. La sociedad como ente (en concreto la civilización occidental) es un cuerpo en crisis que requiere un tratamiento capaz de asegurar cierta supervivencia saludable. Piotr Kropotkin, nacido en 1842, sentó unas bases teóricas sobre el anarquismo que a día de hoy apuntarían hacia un camino muy provechoso para conservar la salud de nuestro sistema. Más allá de cómo llamemos al sistema lo importante es su contenido y si éste va a favor del ser humano, si busca desarrollar valores de convivencia sensatos, igualitarios, solidarios, civilizados. Más allá de que un sistema sea utópico, siempre nos da la oportunidad de considerarlo y de aplicarlo si no perfectamente (sólo el tiempo tiene la última palabra) sí de una manera intencionada a la consecución de sus propuestas. 

El anarquismo, en su práctica, sería el ‘sistema’ más perfecto, pues funcionaria por sí sólo, de manera natural, sin necesidad de que sea un sistema, esto es, una imposición estructurada y limitada. El anarquismo cree en el ser humano y en su posibilidad de convivencia pacífica y saludable, de progreso sostenible y de entendimiento global. Para ello la sociedad, no el sistema, ha de estar preparada. El único camino de libertad real ha de ser andado por todos en el legítimo ejercicio de su libertad. Una utopía no requiere grandes sueños (aunque todos los sueños son grandes). Como declaró Kropotkin: “Somos utopistas, tanto que llegamos a creer que la revolución debe y puede garantizar a todos alojamiento, vestido y pan”. Creo que con esto está dicho todo. 

El anarquismo propugna la soberanía individual, la libertad entendida como orden justo que todos los individuos tienen el derecho de practicar sin ninguna imposición externa; y el progreso puede beneficiarse de esta sencilla máxima que apela a la lógica y al sentido común humano, en el que nuestra responsabilidad social ha de ser ejercida completamente, sin tutelas ni adoctrinamientos masivos. El individuo tiene el derecho de expresarse, de realizar su trabajo, de ser creativo, de ejercer, en definitiva, su libertad. ¿Es utopía? Es necesaria utopía, pues en un mundo donde los sueños son absorbidos por una realidad frenética y materialista, soñar es ahora el único antídoto para la demencia racional. Sólo con proyectar un sueño el hombre ha arrojado una semilla que, si la nutre y protege, dará, seguro, sus frutos. Soñar es gratis, como el aire, y sin ambos no podríamos respirar, no podríamos vivir. Un sueño da vida y siempre florece. Hagamos la prueba.

Diario La Verdad, 13-01-2013

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