domingo, 11 de septiembre de 2011

El gran colapso



Hace una década un suceso trágico acaecido en Nueva York marcó el rezagado comienzo del siglo XXI. Las Torres Gemelas, con todas las televisiones del mundo retransmitiéndolo en directo, se vinieron abajo. El caos fue el nuevo orden impuesto durante las horas y días posteriores. Muchos analistas han afirmado que ese fue el inicio de la decadencia del “imperio norteamericano”. Comenzaron los ataques por sinécdoque contra los talibanes en Afganistán, abriendo una guerra contra una civilización, o la parte más radical de ella, pero, en definitiva, contra un enemigo “genérico”. Había que atacar a alguien al desconocer el paradero del principal responsable, Bin Laden, hallado y asesinado casi diez años después. El terror creó la división y todavía hoy en Estados Unidos el odio racial –que es otra forma de terror- contra los musulmanes queda patente, por ejemplo, en el movimiento de los Tea Party. Esto es, un extremismo contra otro, pues todo odio es una forma radical de temor que da lugar a ataques extremos como es el terrorismo, ya sea legal o ilegal, arropado y financiado por un gobierno o no. Los gobiernos no dejan de ser una forma de legitimidad impuesta por el modelo mismo, pero que casi nunca cumplen un modelo “ético” de lo legítimo. No sólo pasó antaño con Mussolini o Franco, sino que lo seguimos viendo hoy con Gadafi, Mubarak, Castro, Chávez, Hu Jintao, Kim Jong-II y un larguísimo etcétera de líderes que rozan o sobrepasan con creces lo legítimo. Hay quienes han incluido en este grupo a George W. Bush, país de las contradicciones democráticas, de la Estatua de la Libertad y de la pena de muerte, de las simpáticas barbacoas familiares y de los revólveres de gatillo blando yaciendo alerta en las casas.

El orden del mundo está cambiando con China como país que puede proclamarse primera potencia económica, aunque hoy en día no podrá ser nunca una potencia “democrática” o referente moral del mundo, cargo que –a duras penas- sigue ocupando Estados Unidos y que gracias al “buen talante” de Obama, todavía mantiene. Entre medias, la Unión Europea, soportando el peso de la historia, tiene mucho que decir como balanza que ayude a mantener el equilibrio e incluso a ser la voz dominante. Sin olvidar a Rusia o India, países fuertes que no van a quedarse atrás. Todo un entramado de poder y aspiraciones económicas que hace dudar de los recursos de un planeta ante la ferocidad de sus conquistadores. El siglo XXI, cuya inauguración, como decíamos, fue una inmensa nube negra de polvo, la reducción a escombros de dos torres gigantes, pudo ser una triste pero patente metáfora del empeño vano por querer tocar el cielo sumando billetes de dólar. Como advirtió Einstein, a estas alturas no es posible pensar en una III Guerra Mundial, cualquier vorágine destructiva a gran escala sería el fin de la especie humana. Un rasgo del nihilismo que Nietzsche vaticinó quedó reflejado en lo sucedido tras la II Guerra Mundial, en el existencialismo, en la desolación metafísica que supuso reconstruir una Europa de sus cenizas morales y cívicas tras las corrosivas sacudidas del nazismo y del estalinismo. 

Esta época que nos ha tocado vivir, este “posnihilismo”, una especie de mundo feliz brutalmente herido en sus cimientos, queriendo perdurar a través de un sórdido hedonismo consumista en un camino hacia ninguna parte sino acaso hacia el vacío de su sentido, tiene hoy día el apelativo de “crítico” endosado a su porvenir de una manera acuciante; y aunque la evasiva mirada a la publicidad, ese mirar a otro lado para no ver de cara el problema, parezca ser la firma del carácter de nuestra sociedad, cada día, el problema, como un fantasma de película japonesa, se nos aparece en todos lados. Todo momento crítico exige un afrontar de cara el problema. Se dice que dos nuevas torres serán elevadas en la “zona cero”, como si no hubiera pasado nada. Posiblemente hasta que lleguen dos nuevos aviones, puede que no visibles, sino sobrevolando la conciencia, derrumbando de nuevo el ya sempiterno sueño americano extendido al mundo entero, ese error de la felicidad maquillada, del éxito fácil y obscenamente materialista. La crisis económica, que ya muchos reconocen como crisis de valores, realmente no está fuera de nosotros, sino que funciona como una voz de la conciencia. Una voz que nos reclama –si escuchamos con cierto silencio- examinar con responsabilidad el propósito de nuestras vidas. Más allá del dinero, del vivir para tener más y más, del éxito o del estatus, del inconformismo, de la ansiedad crónica por la apariencia. A un propósito latente –aspiramos- con valores seguros, que justifiquen una vida, su sentido, incluso aunque hoy fuera el fin del mundo. Unos valores que nos protejan del pánico y del vacío interior. Unos valores que no puedan ser arrebatados ni amenazados por la trayectoria suicida de dos aviones. Sin embargo, hoy día, diez años después del gran colapso, podemos decir, con pesar, que esos aviones sí hicieron tambalear los cimientos de nuestra civilización. Y que todavía hoy sentimos sus temblores.


Diario La Verdad, 11-09-2011

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay cosas que van más allá de lo que se puede ver, el articulo es bueno, me ha gustado montones....Pero si se puede deducir que algunos hechos historicos se han provocado por conveniencia económica de algunos paises.

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