sábado, 10 de junio de 2006

Fábula


Aprendió a no llorar cuando la lluvia naciese, tuvo la prudencia de apartar la mirada cuando el sol reflejase los placeres ajenos. Hubo un momento en su vida que todo alcanzó silencio como espuma antigua de sordos oleajes. Y la brisa que levantaba sus cabellos, todavía jóvenes, fue apaciguándose. El paso del tiempo le enseñó a sonreír por sus preocupaciones pasadas, a callar esperanzas que murieron. Aprendió de la tragedia la comedia de la vida, supo del dolor el nombre insignificante de sus causas. Un día las lágrimas llenaron su almohada, pero nunca se ahogó en ellas porque del naufragio comprendió que la vida es supervivencia. Y que, paradójicamente, resulta menos duro dormir sin una almohada y con cabeza. Pero pronto perdió también la cabeza de tanto llorar su drama fingiendo una comedia: la de vivir sin esperanza en medio del mundo, negando sus deseos, en medio de la nada, jugando a ser de hierro con un corazón de paja. Nunca volvió a confiar en nadie y hasta de sí mismo dudaba. Un día la Muerte llamó a su puerta, para decirle que la vida es breve y que todavía le queda tiempo, y por no salir, desconfiado, entró ella a buscarlo. Y ahora la Muerte le acompaña, como una sombra que arrastra su mirada.

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