sábado, 6 de mayo de 2006

Historia de una escalera



Hace unos días volví a leer, y a recordar, la estupenda obra 'Historia de una escalera', de Antonio Buero Vallejo. En toda relectura de un texto literario nos encontramos con una obra nueva que parece haber cambiado, como nosotros. 'Historia de una escalera' me llegó a gustar más que la primera vez que la leí, tal vez porque he descubierto en ella ahora, pasados los años, ciertos matices que antes se me habían volado imperceptiblemente. Este hecho ocurre en la mayoría de las obras que releemos, sobre todo en las buenas obras, aquellas que uno podría llamar 'clásicas'.

En 'Historia de una escalera' vemos pasar las vidas de unos personajes unidos por un destino único: 'formar parte de una comunidad de vecinos' y por una condición social, que como en la picaresca española, llega a ser un tanto determinista.

Fernando es un soñador pero un vago. Un joven y guapo seductor enamorado de su vecina Carmina, pero que se casa con su otra vecina, Elvira, porque su padre tenía dinero y se suponía que iba a asegurar su ascenso social, lo cual nunca sucede. Carmina, al mismo tiempo, enamorada también de Fernando, decide quedarse soltera de por vida, pero al final cede ante las súplicas de Urbano, un obrero muy trabajador y de la misma condición humilde que Carmina. Fernando y Elvira ocupan una escala algo más alta, aunque en Fernando esto sólo sea por apariencia.

Lo que podría haber sido -el famoso posibilismo de Buero- no llega a ser y los hechos parecen volver a desencadenarse (como al final de la obra se aprecia) en los hijos respectivos de Fernando y Elvira.

El tiempo pasa para toda la comunidad de vecinos, el único cambio que sucede en sus vidas es el de la muerte, los casamientos y las descendencias, pero por lo demás todo parece seguir igual: la misma pobreza, las mismas riñas y enfrentamientos entre los vecinos, una realidad mediocre donde los personajes son víctimas de su propia mediocridad...

Los sueños de juventud de Urbano y Fernando se quedan en nada, la realidad es implacable -como la realidad político-social de la época- y la utopía se queda en eso: en utopía.

Al final de la obra los padres miran a sus hijos, se reconocen en ellos, y el espectador reconoce que es la misma historia la que se profetiza, una historia que nunca fue lo que se esperaba que hubiera sido, cuyo final -ahora en los hijos- queda abierto - y como el espectador puede suponer- amargamente abierto.

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FERNANDO: «¡Es que le tengo miedo al tiempo! Es lo que más me hace sufrir. Ver cómo pasan los días, y los años... sin que nada cambie. Ayer mismo éramos tú y yo dos críos que veníamos a fumar aquí, a escondidas, los primeros pitillos... ¡Y hace ya diez años! Hemos crecido sin darnos cuenta, subiendo y bajando la escalera»

De Historia de una escalera, A. B. Vallejo.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y es que la vida sigue igual...
Tristemente.
Sí, seguimos siendo unos gilipollas racionales inevolucionados (es mi pequeña teoría).
Dulces sueños.

José Antonio Galloso dijo...

Buena entrega, maestro
disfruté mucho con la lectura
Saludos

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