Para
que una sociedad pueda cambiar desde sus propias raíces, entendiendo que urge
un cambio necesario como respuesta a una crisis sistémica creciente, hay que
poner en tela de juicio los valores predominantes y considerar si realmente esa
base de adaptación social y aprendizaje que llamamos educación sigue unas
pautas adecuadas o está orientada a que transite un sendero que es alimentado
por el mismo motor fallido que está ocasionando el estado crítico actual de
nuestra civilización. Varias preguntas emergen. ¿Para qué está diseñada la
educación actual? ¿Cuáles son sus metas y de qué forma las está llevando a
cabo? Hoy día observamos unos valores materialistas que impregnan todo modo de
progreso social. Unos valores que se enfocan en instruir para ser elementos
activos de un sistema de fines productivos, maquinariamente eficientes y
predeterminados por un complejo orden capitalista de producción y consumo
exponencial.
El
psiquiatra y humanista Claudio Naranjo, quien trabajó en Harvard sobre estudios
de la personalidad, ha tratado este tema arrojando clara luz al respecto,
señalando que: “Debemos volver a las raíces de la educación como autoconocimiento,
en la búsqueda de ese conócete a ti mismo
de Sócrates.” Es de vital importancia procurar que la educación sea un fin en
sí mismo y consiga independizarse de las necesidades que el sistema
impone, para así instruir en valores verdaderos, que motiven una educación
humanista, considerando ésta como el medio idóneo para que la persona adquiera
sólidas capacidades de libre pensamiento y no caer en el adoctrinamiento
colectivo. Dejar de considerar la educación como un medio que procure el fin de
obtener un certificado aceptado por el mercado para servir a los intereses
económicos, convirtiéndonos en maquinas de ganar dinero, de producción y de
esclavos de ese mercado que juega con las vidas de las personas a cambio de
salarios precarios, de vivir en la ansiosa competitividad y en el continuo
miedo de ganar más o de ascender en los trabajos para ser más, obtener un mayor
estatus, etcétera. Volvemos a Claudio Naranjo: “Los padres aspiran a que sus
hijos triunfen en este mundo de competencia económica, no importa que también
sea un mundo de pobreza creciente mientras que no les toque a ellos. Prefieren
la educación que sirve como una máquina de certificación. No les interesa
educar sino servir al mundo del trabajo. Insisten en que desean el bien de los
hijos, pero en realidad no les interesa el bien de los hijos más que como
eficacia en los negocios. Tenemos el mundo que tenemos por el tipo de
conciencia que se desarrolla a través de la educación, que es una educación
implícitamente explotadora.” Palabras claras, sinceras, lúcidas y duras, ya que
señalan una realidad presente que evitamos cambiar, mirando para otro lado,
eludiendo una conciencia social y solidaria a cambio de un individualismo
competitivo y egoísta.
"La Tribuna" de Albacete, 25-09-2013
1 comentario:
Muy Buen Artículo.Gracias
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