El cierre de la página web “Megaupload”
-dedicada al alojamiento de archivos- por parte del F.B.I., ha generado una
gran polémica entre los internautas, quienes por razones obvias simpatizan con
la “descarga libre”. Por medio de este -y otros portales virtuales- muchos
usuarios podían “bajarse” películas, música y todo tipo de contenidos de forma
gratuita no sólo en EE.UU., sino en todo el mundo, aunque la mayoría de ellos
tuviera derechos de autor. Más allá de razones jurídicas discutibles, esta
cuestión suscita una reflexión más extensa en sus implicaciones sociales. En
primer lugar entra en cuestión la libertad “virtual” que ha de primar en
Internet como un derecho a salvaguardar. La propiedad privada o personal
(material o intelectual) ha sido el cordón umbilical que el neoliberalismo jamás
ha cortado con el fin de mantener su subsistencia. Ya denunciado por Marx y por
buena parte del pensamiento socialista, la propiedad individual ha marcado el
grado principal de diferenciación entre las personas, así como la raíz de
multitud de conflictos. Filosóficamente, metafísicamente incluso, el hombre es
dueño de su cuerpo y de su alma, él la dirige y mantiene y a él, parece ser, le
pertenece. En Occidente esto lo sabemos perfectamente desde Aristóteles, aunque
en Oriente existe una cultura colectivista en la que el grupo suele prevalecer
sobre el interés individual. No obstante, es históricamente común el afán de
posesión del ser humano.
La otra importante cuestión se refiere de forma
más concreta a la cultura y a si medidas como la “censura” en Internet acotan
la riqueza cultural humana que, más allá de quién la elabore, pertenece a
todos. Todo artista proclama que su obra, una vez terminada, no le pertenece.
Incluso hasta hace no mucho las obras no se firmaban. La “Odisea” era cantada
por -y pertenecía a- todos los griegos. El autor del Lazarillo no puso su firma
al terminar de contar las aventuras de aquel joven pícaro nacido en el Tormes.
La Historia de la Literatura no es más- afirmó Borges, citando a Valéry- que la
Historia del Espíritu. (Un texto de Borges: “Pierre Menard, autor del Quijote”,
inaugura el posmodernismo con una irónica y “memorable” ontología de la autoría).
¿De quién, entonces, es el “copyright”? Sin embargo, la postura aquí defendida
no es la de que el artista no pueda vivir de “su” obra, pues de otro modo, ¿quién
querría ser artista? o ¿quién siéndolo, podría permitirse el lujo de hacerlo
por “amor al arte”? El tema es que si la cultura, como decimos, representa el
patrimonio y el alma humana; un gobierno, que es la representación de la
soberanía popular, ha de defender, divulgar y patrocinar la cultura y a sus
productores, como un derecho y una obligación ética, social y política. A fin
de cuentas, todo el dinero que generan en publicidad a través de Internet las
subidas y bajadas de archivos podría sufragar perfectamente los gastos de todos
los artistas del mundo. Pero sospechamos que son otros los que ven peligrar sus
intereses, no los artistas. Acortar la libertad cultural, que es impedir el
libre acceso a las obras creativas, hechas para enriquecer al ser humano,
intelectual y sensiblemente, es acotar su libertad “individual”, impedir su
desarrollo vital.
El
siglo XXI, si no lo impedimos, puede ser un siglo afanado en ir acortando día
tras día lo público –paradójicamente- como principal propósito político.
Privatizar significa restringir, declarar que algo no te pertenece, obligándote
en consecuencia a pagar por ello. Ese es el gran comodín del capitalismo. La
cosa pública siempre sonó a utopía, la cosa privada a distopía. Y nuestro deber
para con la utopía es caminar hacia ella. La ciudad, el gran espacio público de
convivencia, se ha convertido en un horizonte de soledades tan frío como el
universo nuestro en expansión. Ya lo escribió Thoreau hace más de siglo y
medio: “Vida ciudadana: millones de seres viviendo juntos en soledad”. Ese frío
tan unido connotativamente a la soledad lo marca el hecho de que el afán de
posesión pone de manifiesto la incapacidad de compartir. De lo que es difícil
ser dueño en estos tiempos es de un propósito común y solidario. Porque todos
somos extraños en un mundo constantemente en venta. El sueño de la propiedad
privada, el espejismo de la posesión de algo, ausenta a los hombres de su más
legítima posesión: ellos mismos. Y en el fondo, nadie es dueño ni de sí mismo.
Si la esencia de la cultura es la libertad y ésta es la esencia de la vida, ¿quién
puede poseerla? ¿Quién puede ser dueño de la libertad? A nosotros nos queda el
privilegio único y pleno de amarla, de salvaguardarla para todos. “Blanca te
quiero, / como flor de azahares / sobre la tierra. Pero no mía. / Pero no mía /
ni de Dios ni de nadie / ni tuya siquiera”. (Escribió Agustín García Calvo en
su célebre poema “Libre te quiero”). Así es la libertad.
Diario La Verdad, 29 de enero de 2012
1 comentario:
A mi entender, el artista es la víctima principal del comercio de la cultura. El gran dilema del artista siempre ha sido vivir de su arte, como un carpintero viviría de su silla. En contra de lo que parece, conforme internet avanza se diluye la seguridad del artista, que puede pasar a ser un anónimo sin el desearlo. Lo cual puede por otro lado estar incluso bien.
En mi blog www.unareflexionenmarcha.blogspot.com hice una referencia a este asunto. Con el título "La pobreza económica del artista":
http://unareflexionenmarcha.blogspot.com/2011/12/la-pobreza-economica-del-artista.html
Felicidades por tu blog y tus interesantes reflexiones.
Manuel Yagüe Manzanares.
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