domingo, 15 de enero de 2012

Pronósticos para 2012



A estas alturas del siglo XXI, cuando la sombra del XX sigue siendo demasiado alargada, se da en muchas personas la curiosa sensación de que el tiempo pasa más rápido de lo normal, cosa que algunos atribuyen al aumento de las “ondas Schumann”, algo así como las vibraciones que emite la Tierra y que van sincronizadas con las de nuestro cerebro. A este respecto caben multitud de teorías conspirativas que afirman que este aumento es realizado de forma voluntaria por aquellos que mueven los hilos en la sombra. También podría deberse a la creciente contaminación de nuestro planeta, razón por la cual se daría este caos en el percepción interna (biológica) del tiempo. 

Es, precisamente, este año 2012, un período de predicciones caóticas, tal que lo fuera el 2000, debido en parte a que el 21 de diciembre finaliza el calendario Maya y para algunos estaríamos ante el fin de los tiempos, el juicio final, etc. Pero este afán milenarista ha sido una constante humana muy arraigada (en la época de Jesús se hablaba también de momentos críticos para la especie humana). Han sido siempre esos tiempos revueltos, de pánico y caos, paradójicamente, claves en la historia humana. El ejemplo de Jesús es el más paradigmático. Todo cambia y, de vez en cuando, nos preguntamos si todo cambio ha de cesar. Ante el miedo y la incertidumbre, como el que ocasiona una crisis económica, por ejemplo, ese fin apocalíptico representa una especie de salvación final para los justos, una esperanza frente a la cotidiana y deshumanizada desesperanza.

La venida del hijo de Dios, de una gran nave espacial o la apertura de una puerta dimensional con pasaporte al cielo, nos concilia con la posibilidad de un cambio radical hacia lo eternamente perfecto. En un mundo donde soñar la utopía se vuelve un caso grave de locura y desacato al neoliberalismo, soñar el paraíso o el más allá no es más que un inocente desahogo que no hace daño a nadie. Cuando la realidad asedia, el sueño acomoda un rato. O como diría Hölderlin, y de esto sabían muchos los románticos (quienes leyeron estupendamente “El Quijote”), el hombre pasa de sentirse un mendigo en sus reflexiones a ser un dios en sus sueños. Todo cielo o paraíso, así como todo infierno, es reflejo del infinito potencial de la mente humana. Y el hombre, en consecuencia, tiene ante sus manos la posibilidad de hacer de este mundo un cielo o un infierno.

Tiempos críticos. De gran caos existencial. Pero no por ello desesperanzadores. Decía Nietzsche con bello lirismo que “es preciso tener el caos dentro de uno mismo para dar a luz una estrella danzante”. La luz necesita de la sombra para crear tonos, pinceladas distintas, diferencias cromáticas, dimensiones y contrastes… La luz necesita de la sombra para que el pintor Georges de la Tour, por ejemplo, crease los claroscuros de su Magdalena junto a la calavera. El ser necesita del no-ser para reconocerse, así como la vida se aprehende al corroborar lo que sucede cuando ésta se ausenta de un cuerpo, mediante el pétreo semblante eternizado que lo caracteriza. La posmodernidad nos ha traído un imparable avance tecnológico que aparentemente ha revolucionado nuestras vidas. Ahora mismo, sabemos mucho mejor que hace unos cien años, cómo funcionan las ondas sonoras. 

Pero, ¿tenemos mejores respuestas para las preguntas realmente importantes de la vida? Tal y como se preguntaba el intelectual George Steiner: “¿Estamos afirmando algo ontológicamente ‘novedoso’? ¿Estamos encontrando soluciones que mejoran las de Platón o Kant?” Casi todas las cosas, incluso lo del fin de los tiempos, ya han sido tratadas, revisadas, pensadas y repensadas. ¡Cuántas veces se ha terminado el mundo y al día siguiente desayunamos lo mismo de siempre! No obstante, la muerte, verdadera razón de la obsesión por un fin, convertido en delirio al masificarse, como lo está todo hoy en día, es la gran frontera que enfrenta a la razón con lo que la supera. Y no vale con pasar de largo este tema o convertir el milenarismo en mera anécdota. Porque, ciertamente, el fin del mundo nos llega a todos en algún momento. 


Según muchos filósofos y psicólogos, la muerte es el tema central de todos los conflictos del hombre. Y, desde el punto de vista religioso o espiritual, solucionar el problema de la muerte supone la vida eterna. Quizás la utopía coleccione en sus mágicos ámbitos del cielo todo aquello que este mundo expulsó de sus fronteras: verdadera justicia basada en el bien común. Cada día comprobamos atónitos que no fue el hombre el expulsado del paraíso, sino que éste ha expulsado al paraíso de sus ámbitos. Pero nunca el hombre perderá la posibilidad de soñar, de hacer danzar a las estrellas, de ser un dios convencido de que solo es necesaria su voluntad para mover montañas, caminar sobre las aguas o simplemente intentar mejorar un poco este mundo.

Diario La Verdad,  15/01/2012

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