Muchas son las dificultades de convivencia en una sociedad moderna, teniendo en cuenta la virtualización del ámbito público, donde la globalización ha generado la ilusión de intercomunicación entre todos los individuos con la llamada revolución de Internet y los medios audiovisuales, las redes sociales y este tipo de cosas. Pero el hombre de carne hueso se encuentra más aislado que nunca del común de los mortales, llegando escasamente al ámbito privado de la familia, amigos y compañeros de trabajo, un número que en muchas ocasiones pudiera contarse con los dedos de la mano. En una sociedad “de bienestar” el ámbito privado sirve de búnker para librarse de los peligros ajenos, para escapar de las diferencias inevitables y atrincherarse en los valores compartidos como escudo de defensa de aquello que antiguamente llamaríamos “bárbaros”, es decir, todos aquellos a los que no entendemos o nos negamos a entender y de los que diremos que solamente balbucean. El origen de los nacionalismos radicales y fundamentalismos varios sirve de ejemplo de esta hipérbole de lo íntimo y los conflictos mundiales armados suelen surgir de tales diferencias imposibles de aceptar, con razón o sin ella.
El “homo consumericus”, como denomina el filósofo Gilles Lipovetsky al hombre de nuestro siglo, ese ser consumista, hedonista y narcisista, preocupado solamente de sí, constituye el modelo de nuestro tiempo, la posmodernidad. El citado filósofo ha llamado a esta época que nos acontece la “segunda revolución individualista”, caracterizada por un creciente “hiperconsumismo” fruto de un “individualismo narcisista”. Si bien, entremos al mito, Narciso, insensible y engreído, rechazaba a todas sus enamoradas, el egocentrismo de nuestra sociedad niega la esfera pública por igual, insensible socialmente en su mayoría a problemas humanos fundamentales. A veces los motivos relacionados con el ocio pueden más que aquellos que deberían concienciar sensiblemente, unir y humanizar, en un país donde claramente podemos dudar de si a los ciudadanos les importa más los partidos Real Madrid-Barça que la actual situación de guerra en Libia o la tragedia de Japón. Esta insensibilidad, también llamada alienación, pone los pelos de punta. Eco fue rechazada por Narciso y ésta se consumió en cuerpo, dejando tras ella el eco del dolor en su voz repitiendo las sombras. Quizá la conciencia sea eco desoído, esa falta de caridad que nos deslegitima como humanos. Némesis castigó a Narciso a enamorarse de sí mismo, a través del reflejo de las aguas del río. La imposibilidad de colmar tal amor hacia su propia apariencia acabó con su vida y donde él yació, una flor brotó: el narciso. La falacia humana del egoísmo nos enfrenta con nuestras carencias interiores, invocándonos a sembrar una flor donde sólo hay estéril deseo, apetito de placer. Una flor que jamás podrá crecer en tales circunstancias.
Freud contrapuso Eros y Tánatos como una realidad biológica que la cultura y evolución pudieran resolver, encaminándose por el Eros, a través del cultivo de los “vínculos afectivos”, del amor en definitiva, de la identificación con el otro como uno mismo, eso que llamamos compasión. Así, nos explicó el padre del psicoanálisis, pudiera superarse el problema de las guerras. La “excusa biológica” de Freud fue que la orientación de determinadas fuerzas instintivas encaminadas hacia la destrucción es algo que “alivia al ser viviente”. Es innegable que la fuerza lóbrega de la violencia viene desde los orígenes de los tiempos y es acertado considerar que la evolución humana puede traer consigo su sensibilización y fraternidad, algo que venimos considerando un símbolo de cultura y civilización.
Hay, por tanto, una guerra interior que venimos librando con nosotros mismos desde hace mucho tiempo, la fuerza autodestructiva, por supervivencia, se ha liberado hacia el otro, pero el conflicto sigue empezando y terminando en cada uno. La posmodernidad ha traído consigo una desmesurada evasión y la cultura del consumo se ha proclamado como la feliz escapatoria de un mundo que apenas se soporta, que mira hacia fuera todo el rato buscándose a sí mismo, enamorándose de los reflejos que creen son su verdadero rostro. Apariencias a fin de cuentas que traen más guerras internas, en medio de un autoextrañamiento creciente que ubica fuera de órbita todo intento de conquistar unos valores genuinos. No se puede arreglar el mundo si el problema lo tenemos en casa, no se puede avanzar si continuamente hay algo que nos frena. Es agotador e improductivo remar contracorriente. Producir y consumir, frenéticamente, en busca de la felicidad. Saciarse hasta volver a estar hambrientos: triste eslogan el que llevamos a cuestas. Va siendo hora de despertar, de escuchar el eco que nos repite insistente: “conócete a ti mismo”. Este eco, esta voz de la conciencia, nos pide exclamatorio, por el bien nuestro, que miremos al otro como a uno mismo, para que juntos podamos construir, me niego a aceptar lo ingenuo de la petición, un mundo mejor.
Diario La Verdad, 27-03-2011
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