Estamos ante un sentido, y el sentido nos llena de aparente verdad: creemos ser lo que el sentido nos dice que somos. De vuelta a la idea, al preconcepto, al eterno retorno de las formas, aquellas que quieren perseverar en la posesión nuestra de algo que nos justifique. “Es más fácil desintegrar un átomo que un preconcepto”, apuntó Einstein. El preconcepto o prejuicio nos predivide. Ya estamos divididos antes de que tenga lugar la división, por lo que nos hacemos cada vez más pequeños y pequeños conforme miramos el mundo. A veces nos parecemos a un átomo que quisiera desintegrarse buscando su expansión, como si la meta fuera el eterno retorno causado por temor hacia el vivir incierto. Es más fácil el bullicio que la paz, el fervor que el sosiego sin búsqueda, las apariencias que la mirada transparente, sencilla, honesta. ¿Hasta cuándo las apariencias, el continuo juego del escondite de nosotros con nosotros? ¿Quién se esconde, quién juega? ¿De qué nos escondemos? Siempre hubo las revoluciones violentas, trágicas, pasionales, que sólo sembraron injusticia y ahogo, fugitivos cambios utópicos que finalmente sustituyeron una pesadilla por otra. ¿Cuándo la revolución interior? ¿Cuándo la revolución que no lucha sino que preserva su virtud, que mira dentro y halla el tesoro que ofrecer al que nada tiene? ¿Cuándo compartir al tiempo que buscamos la verdad para todos?
1 comentario:
Y en su forma...
el tesoro natural y espontáneo de compartir...
Espléndido blog..!!!
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