Dicen que estas cosas sólo pueden ocurrir en los Estados Unidos de América. De hecho, la lista de asesinos de masas en EE.UU cuenta con una larga y penosa tradición. Cuando una tragedia de estas ocurre la sociedad por unas semanas reflexiona sobre sí misma, ya que el enemigo está dentro, se ha educado en el Estilo de Vida legitimado e idealizado. En los EE.UU el discurso, sin embargo, autocrítico es limítrofe, yo diría que inexistente.
Sí, son casos aislados, esto no sucede todos los días, afortunadamente. Pero puede que llegue el día en que uno de estos seres extraños y raros se conviertan en santos de devoción y otros muchos quieran seguir su ejemplo. Aquí tenemos un ejemplo de un joven supuestamente, por la edad, maduro, con cierta formación literaria que podría convertirse en una especie de Holden Caufield: tratando de dejar tras de sí una estela de videos, extrañas notas y aureolas de malditismo.
Posiblemente los americanos, en caso de convertirse este caso en un precedente imitado con frecuencia en años posteriores, prohibirían antes los libros o el hecho de escribir sobre la violencia, que prohibir las armas en sí. Me explico, ¿puede inducir una película o una obra literaria a la formación de la personalidad de un psicópata? Yo, naturalmente, lo niego. Creo que el problema está en la persona, en el desequilibro mental de un joven que no ha sabido asimilar la violencia proyectada en la pantalla o en los videojuegos. ¿Podría condenarse un relato literario explícitamente violento y llegar a predecir que el joven escritor es un psicópata en potencia?
En el caso de Cho Seung-hui, este ciudadano norteamericano originario de Corea del Sur, es destacable que estudiase filología en una prestigiosa universidad. Pero, evidentemente, cabe dudar de la calidad literaria de sus relatos. Y lo más conveniente sería publicarlos cuanto antes evitando una cierta mitificación por parte de jóvenes estadounidenses sensibilizados con su actitud. Creo, y esa es mi visión del asunto, que el problema fundamental de todo esto es precisamente el peligro de que se convierta en mito, por la realidad traumática que proyecta en la sociedad, un comportamiento semejante. Conseguir un arma en Estados Unidos es mucho más fácil que en Europa, pero no olvidemos que en Europa, recurriendo al tráfico ilegal, también pueden conseguirse armas si realmente se desea. Considero que ese no es el problema sino exclusivamente la mente, la psicología del asunto. Y esta psicología está estrechamente unida al estudio de la psicología social norteamericana. Lean “American Psicho” y descubrirán a un escritor que podría haber sido tachado de psicópata en potencia. ¿Hemos de condenar esas obras, a esos escritores? Evidentemente no. ¿Hemos de condenar entonces a la sociedad hipócrita que suscita esos relatos? Evidentemente tampoco.
No es de extrañar que los dramas teatrales de Cho Seung-hui no pasen jamás a la historia de la literatura, pero es que, aunque realmente fueran obras maestras de la literatura y se valorase la obra creativa de un asesino en ningún caso podría justificarse su actitud social. Por suerte Baudelaire no terminó matando a un grupo de parisienses que paseaban por algún bulevar. Y si lo hubiera hecho hubiera cumplido su condena social aunque literariamente hubiera recibido otro tipo de justicia.
Lo único que queda sin justificación es el asesinato real: el que esparce su sangre por el suelo de una institución del saber, como es una universidad, en este caso la de Virginia. Las manos manchadas de sangre de un ser cuyos únicos relatos fueron la cobardía de matar.
Relatos injustificables de un verdugo que no aprobó el examen humano de la vida.
1 comentario:
El caso, no sé a santo de qué, me ha recordado mucho al de Isao en "Caballos Desbocados", y por extensión a los últimos días de Mishima. Lamentablemente carece totalmente de poesía, y tiene más de enfermedad mental. ¿Quién sabe dónde podría haber acabado alguien como Cho si en lugar de escribir su historia con balas lo hubiera hecho con letras? De grandes frustraciones, grandes novelas.
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