Una reflexión sobre la libertad es
siempre un estímulo para mirar hacia delante, para aproximarnos a lo que
realmente queremos y quizá no encontramos el modo de expresarlo. Si pensamos en
el concepto de libertad social probablemente
estemos atribuyendo un vuelo de mayor alcance a la palabra, pues toda libertad
se apoya en la unanimidad de su destino, en una afirmación que se siente por
derecho como esencial del individuo y que compartida tiene la fuerza y el
impulso del arma más poderosa: la verdad. Podemos definir la libertad como
aquello que no nos pueden quitar, un derecho espiritual innegable y que un
conjunto de individuos ha de defender como fundamento de su estructura orgánica.
La libertad es la base de la convivencia y la concordia, la necesaria virtud
que un pueblo ha de poseer para evolucionar creativa y saludablemente.
Actualmente la sociedad vive en
contradicción con el Estado, pues es este último quien administra su libertad y
quien, hoy por hoy, hace de este poder un abuso constante, legitimando
restricciones y carencias decretadas por agentes bursátiles y financieros que
no representan a esa unanimidad que busca su libertad y que sigue confiando (ya
seguramente porque no queda otro remedio) en los políticos (representantes que
el pueblo ha elegido) para que la gestionen. Pues, cuando el sofista se ha
instalado en el poder, sólo busca convencer y no servir, persuadir y no llegar
a la verdad justa de sus acciones. El poder sirve al poder, en una estructura
piramidal que ha olvidado el fundamento de su labor, entregándose a un sistema
neoliberal que sólo sabe devorar para crecer, con ánimo insaciable.
Jean-François Lyotard, en su libro
"La condición postmoderna", se hace la siguiente pregunta: "¿quién tiene derecho a decidir por la
sociedad?" La voz del pueblo se difumina virtualmente, no tiene rostro, la
han usurpado los medios de comunicación filtrando la realidad y los políticos
enmascarando sus verdaderas intenciones. Por ello, el pueblo vive confundido y
tenemos la impresión de que no hay un acuerdo común para lo que realmente
queremos. Como dice Lyotard, "el héroe es el pueblo" y "el signo
de la legitimidad su consenso". De esta manera, es necesaria la búsqueda
de ese consenso por parte de quien realmente tiene el derecho de guiar su
propio destino. Esto es, a mi entender, la libertad
social, la vital constatación, en primera instancia, de quien lleva el
timón de su futuro y el esfuerzo constante por impulsar y promover ya algo más
que participación ciudadana; verdadero gobierno del pueblo, por y para el
pueblo. Y si los políticos no siguen la estela de este nuevo movimiento
natural, de crecimiento social y libre, tendrán que ser cambiados por mera
coherencia evolutiva.
No dejemos que nos gobiernen quienes
constantemente nos dan muestras de su indiferencia, obviando nuestras
necesidades y derechos más vitales. No dejemos que aquellos quienes se excusan
en la crisis sean a su vez, y a
escondidas, sus más fieles valedores e interesados. Recordemos, ya lo dijo Don
Quijote, que la libertad, hoy más que nunca, “es uno de los más preciosos dones que a
los hombres dieron los cielos”. Y es nuestro el deber de cuidarla y
defenderla.
"La Tribuna" de Albacete, 5-06-2013
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