Fluir en la vida y hacia la vida, permitir que nuestros pasos vayan dejando semillas en el camino, aquietando las prisas, avistando horizontes nunca antes contemplados; pues todo día, todo instante, es el comienzo de la sabiduría y de la libertad, cuando nuestra mirada no pierde de vista la luz que la ilumina. En estos tiempos convulsos, donde todos sabemos que muchas cosas hay que cambiar si queremos avanzar juntos como sociedad, pero no nos ponemos de acuerdo en cómo hacer las cosas, hemos de reflexionar sinceramente si la cuestión que subyace a esto que llamamos “crisis” radica, más allá de la superficie de múltiples conflictos cotidianos, en la dificultad o falta de voluntad que encontramos los seres humanos, como globalidad que convive y evoluciona junta, en ponernos de acuerdo, flexibilizando e integrando, y no subrayando continuamente los puntos que nos separan. Aquí radica la conciencia integradora, una conciencia madura incluyente.
La sociedad, hoy más que nunca, necesita de esa voluntad de entendimiento, de esa confianza en el otro, en escuchar lo que tiene que decir y en valorar, adaptar y cimentar nuevos discursos, nuevas perspectivas. Para ello hemos de ir tomando conciencia de que todos formamos parte del mismo barco y de que todos, por igual, tenemos una responsabilidad común. Una revolución comienza por aquellos que se asfixian ante la tiranía de los poderosos (aquellos que controlan o creen controlar el timón del barco, aquellos que, como el capitán del Titanic, no vieron el iceberg o no lo quisieron ver). Otros creyeron que el barco era invencible porque lo habían construido ellos y no se preocuparon por los botes salvavidas sino como mera cuestión decorativa. Pero la naturaleza no se deja chantajear por el dinero o los smoking de las fiestas de “El gran Gatsby”, y simplemente está ahí, imponiendo la verdad de su rostro. Cuando la tiranía no deja respirar a una mayoría, el pueblo, que debería ostentar el verdadero poder que se le ha usurpado (“el poder del pueblo”, la democracia) lo que sucede simplemente, mediante eso que llamamos revolución, es que la naturaleza se impone.
Una revolución como un volver a evolucionar, un regreso a nuestros verdaderos orígenes, a que se restaure la justicia real, aquella destinada a hacer dignos a los seres humanos, a velar por su bienestar, pues es su derecho propio y natural. El agua sigue ese curso y o lo seguimos, o remamos contracorriente. Y es, a mi entender, donde volvemos al punto del comienzo, esto es, a la necesaria voluntad de entendimiento, dejando a un lado los intereses particulares en favor de los colectivos. El capitalismo es la moneda de cambio y no sirve a una comunidad, pues una comunidad necesita que sea ‘común’ la garantía de su supervivencia. Las grandes desigualdades generan los mayores trastornos cuando una parte está quitando a la otra, cuando un grupo se alimenta y se sirve del otro mediante el abuso encubierto de los intereses particulares. Quizá nadie tenga la respuesta definitiva, pero vivir en proceso significa construir juntos el entramado de nuestros ideales, con una voluntad firme de encontrar certezas en medio de las dudas, pues hay algo que nos unifica y embarca juntos: una sociedad que crece cuando escucha y es escuchada verdaderamente.
La Tribuna de Albacete, 22-05-2013
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