El ímpetu de lo humano busca asemejarse a la naturaleza que lo presupone. Aparece así un contraste dilatado que se enuncia en las nociones de “lo humano” y de “lo inhumano”, razones vitales de toda formulación ético-filosófica que intente recrear la esencia natural del alma humana. Con necesidad antropológica, surgen interpretaciones que perseveran en aclarar un orden innato del comportamiento humano que aporte sentido al acto racional. La nomenclatura de la razón intenta explicar al hombre sus imposturas “inhumanas”, ya bien como resultado del instinto de supervivencia, la voluntad de poder, el egoísmo, el inconsciente y sus neurosis, etc. Toda una serie de rasgos que “determinan” el devenir de su naturaleza, acaso ajenos a la propia determinación de libertad consciente, arrastrados por la corriente de sus pasiones e instintos primarios. La mera adaptación es el punto de partida, la realidad interior busca un orden en el entorno para desarrollarse y es ahí cuando el actor comienza a escribir el guión de su vida.
La sociedad actual se comienza a estudiar a partir de la complejidad que a día de hoy viene a enmascarar su razón de ser. La multiplicidad de los campos de estudio hace cada vez más difícil el análisis integral del fenómeno, pues se desarrolla en vías independientes que a la fuerza se ven incompletas en sus conclusiones. El estudio humanista ya ha perdido su sentido, con la crisis de la filosofía que, por su carácter especulativo, se ha visto eclipsada por la ciencia. Ha perdido legitimidad el discurso sobre la materia (mundo físico, el que atisbamos) desde el asombro metafísico y esto ha trastocado las raíces creativas del hombre en el afán por dar sentido a su mundo. El comportamiento mecánico de las ciencias (deshumanizado y robotizado en sus medios y fines) se sirve como un jarro de agua fría que apaga el fuego del conocimiento profundo o trascendente. Todo se convierte en un constante mirar hacia fuera reportando datos y estadísticas sobre un volcán en ebullición: las esperanzas intrínsecas del ser humano. Acercándose al futurismo sórdido de Blade Runner, el autómata soporta el destino de la libertad hacia un espacio gris de anulados sentires. La estructura del poder permanece intacta, haciendo esclavos a los hombres de la inmensa maquinaria generadora de eficientes instrumentos de producción que sirven a los intereses del mercado, en manos de unos pocos y para su propio abastecimiento narcisista, dejando las migajas de los beneficios de sus cosechas como triste recompensa. La jerarquía dominante, exigente, las empresas que gobiernan en la sombra, la organización del mercado que reparte la libertad mediante contratos temporales de trabajo esclavizantes, conforman el núcleo de la desilusión social, ya anestesiada de llantos ante el sórdido rumor de los espacios televisivos y otros opios “deshumanizantes”. La libertad se ha convertido en un salir a votar un día cada cuatro años; y después que Dios reparta suerte. De vuelta al silencio del abismo masificado, del objeto de venta o de compra, de la envanecida mercancía sagrada, la religión del consumo y de las “tiranías privadas” nos consume. Así denominó Noam Chomsky (“tiranías privadas”) a las nuevas formas del totalitarismo encubierto: las empresas.
Casi parece corriente oír en las noticias que en año y medio veinticuatro trabajadores de la empresa France Telecom se han suicidado o que un departamento de recursos humanos de cierta empresa desarrolla un videojuego para ser usado como forma de selección de personal. ¿Es éste el alienante precio que pagamos por un liberalismo agresivo, por un avance tecnológico eficiente, por una sociedad virtual instrumentalizada y despojada de la ética que se supone orienta al individuo en su aventura comunitaria? Sólo cabe decir, con Schopenhauer que: “en estas circunstancias, alza su cabeza el ya dispuesto materialismo, con su cortejo de bestialidad (al cual llaman ciertas gentes humanismo)”. Ya alzó su cabeza hace mucho tiempo, hoy en día todos somos hijos de sus circunstancias. Las palabras de Albert Camus seguramente resonarán en la conciencia de quienes todavía les quede eso que llamamos conciencia: “La ley puede reinar, en efecto, mientras es la ley de la Razón universal”. Pero conforme avanzamos en el tiempo, esta razón, de ecos cristianos o kantianos, o simplemente llamémosla “humana”, “universal”, va quedando muy lejos, en el espacio de la “sin razón” legitimada, en el sueño de un simulacro lógico o pesadilla infrahumana. Se pasó de una razón ilustrada a una razón aparentada como por un letargo casi automático donde despertar del sueño supuso entrar en otro sueño aún más irreal, pero forzoso y extenuante. Sin embargo, aunque parezca extemporáneo –y acaso ingenuo- conviene volver a soñar utopías, pero pisando firmemente el suelo, convencidos de que cimientos reales respalden los legítimos sueños de un mundo nuevo, posible y necesario.
3 comentarios:
Hola José Manuel:
Creo que la Utopía no es un sueño, es una necesidad.
Nos deshumanizamos poco a poco imbuidos por el materialismo sin salida y las olla a presión da estos resultados: suicidios, guerras, electrodomésticos, alienación, etc. Tenemos que hacer algo.
Enhorabuana por tu artículo.
Hola Jose Manuel
Describes valientemente lo que sucede hoy a nuestro alrededor.
El AMOR de los 5 elementos, que es el único que nos permite hablar de un universo real y completo, empieza a tomar cauce como hacen los ríos, fluyendo como simples regueros de agua que van abriéndose camino por piedras, laderas, y obstáculos de todo tipo.
Asumir que el comienzo del Amor y de la Luz es oscuridad de mil y una formas, exige que nos vayamos fortaleciendo emocionalmente para ser ESO que ilumina lo más sutil y también, al terrorista y al suicida que todos llevamos dentro.
La mente, como un corchete, debe asirse firmemente a un corazón fortalecido que ya no necesita ojos, sino que más bien, le sobran.
Todo esto, por tener ya las piernas bien enfangadas de ver e iluminar contradicción humana.
Un saludo,
Agustin
Buenas Jose manuel
En mi profana e indocta opinión, nos hemos deshumanizado porque se ha vendido al hombre la idea consumista de que será feliz si consigue lo que desea en clave de disfrute (idea que se popularizó en los EEUU despues de 1920 por un psicólogo freudiano, Bernays). Pero, ¿es lo deseable lo conveniente para el ser humano, para su progreso en la vida?
Decía Platón (Repub. Lib.VII), que en el mundo inteligible lo último que se percibe, no sin trabajo, es la idea del bien. O sea, que el problema del conocimiento y la posesión sería poseer la luz de la gracia personal, para saber qué herramientas escoger en pos de la persecución del verdadero ser del la cual habla el filósofo. Tarea asza complicada, a simple vista, que nos remite al camino como necesaria senda hacia él.
Más allá de la herencia de la carne y de sus bienes asociados, un hombre debería encontrar esperanza en su búsqueda sincera de la Verdad.
Alguien dijo que "El Amor es el principio y el fin de todas las cosas" y esta frase, en principio manida y grandilocuente, sólo adquiere sentido para aquellos que la viven y la sienten con especial intensidad, encarnada en una llama que no se extingue jamás.
Magnífico artículo, Jose Manuel.
Un cordial saludo
CitizenGhola
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