El tema del tiempo ha sido una constante necesaria en el pensamiento filosófico; y también en el que la misma física teórica sigue rastreando huellas de este movimiento perenne por el que somos llevados sin saber bien a dónde ni por qué. Como bien explicó Jacques Derrida en un preclaro ensayo (Tiempo y presencia, 1968), Hegel columbró que la esencia del tiempo es el ahora. Si todavía somos herederos de Aristóteles, si continuamos pensando las mismas preguntas que los griegos ya se formularon, es porque de alguna manera el hombre vive en ese ahora que acaso se conforma en repetir sus máximas variando algún que otro insustancial adjetivo. No conviene, sin embargo, estimar vana esta repetición, como expone Derrida, pues viene a referirse “a algo esencial del movimiento del pensamiento”. Estamos viviendo últimamente repetidos cataclismos, como los vistos en Haití o en Chile, que no dejan de asolar la esperanza aunque éstos llegaran a convertirse en cotidianos. En cada terremoto se expone la vida a desaparecer y el dolor a encontrar su causa indeseable de aparición. Sentimos que el ahora –debido a la experiencia- traslada augurios a la realidad, pues la experiencia a veces nos permite augurar, aunque nunca se espere la venida del ingrato presagio. De lo que no es real –o de lo que no sabe, diría Wittgenstein, mejor es callarse. Dice nuestro diccionario de la RAE, que lo real es aquello “que tiene existencia verdadera y efectiva”, como la muerte o el silencio, dos realidades que –paradójicas- parecen abandonar lo real cuando se realizan. Aunque siempre habrá presagios más seguros que otros, como el del desilusionado aviador irlandés del poema de Yeats que decía: “Me encontrará la muerte / un día acá en lo alto”.
Muchos han sido los que han visto en el ahora la esencia misma del tiempo. Volviendo a Hegel, dirá que “el ahora tiene un derecho inaudito”. Tal derecho no es ni más ni menos que la propia realidad, aquella que se escapa de las manos con sólo pensar tocarla. Lo sustancial en ese privilegio del ahora “se ha disuelto, se ha deshecho y dispersado en el momento mismo en que lo enuncio”, nos aclara Hegel. Pensar la posibilidad pudiera convenirse como una entrada al presente, sobre todo si nos adentramos en la definida por William Blake “eternidad que no tiene tiempo”, lugar donde todo futuro convive con el presente en ese espacio que es el pensamiento y que también podemos llamar “imaginación”. Pero además el pasado entra en juego de forma simultánea, como entendió Henri Bergson, al hacerse el recuerdo a la vez que se experimenta la percepción: es decir, en la representación.
Conforme nace el presente, va naciendo el pasado junto a él, algo así como la estela que un avión va dejando en el aire mientras avanza. En su avance va naciendo lo que fue, como huella que persigue al continuo abandono que su movimiento persiste en despedir. La imaginación en ocasiones contamina al presente, lo vela del nacimiento de la realidad que siempre asoma a mostrarse tal y como es. El pensamiento interfiere al identificarse con la realidad bifurcada de lo que Kant llamaría la “cosa en sí”, aquella que no puede ser conocida por nosotros. Los sentidos, la percepción, la mente… articulan un conocer a la medida del conocedor, y se alejan –por tanto- en su identificación del conocimiento esencial. Vemos que continuamente entra en juego un problema fundamental, como notaría Albert Spaier, el de la significación, lugar al que se dirigiría en todo momento y en primera instancia nuestra atención. El presente queda anudado por su imprecisa continuidad, como en la “incertidumbre de Heisenberg” y en la “constante de Planck”, siempre aparece un algo que nos impide ver o medir la cosa en sí en su posición en el tiempo, en su movimiento. ¿Sólo nos queda entonces la imaginación? ¿La continua y repetida metáfora de lo que somos? ¿El presente condicionado por su antes y su después? ¿Dónde mora –entonces- lo eterno? Como advirtió Stephen Hawking, ¿cómo puedo presagiar el futuro “si ni siquiera se puede medir el estado presente del universo de forma precisa”? Al menos, esto nos entrega cierta libertad, pues a pesar de todo tampoco lo que podamos concluir supondrá un principio determinista, ya que si no se puede determinar lo más concreto nada está determinado. Pero uno cosa sí es segura, el final de este artículo.
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