lunes, 21 de mayo de 2007

Fragmentos de historia y lirismo

La historia está hecha de anécdotas. Esas poco se escriben pero mucho se habla de ellas. Las anécdotas son la sal de cualquier plato insulso. Aunque la ciencia impone que nos alejemos de ellas. Lo que antes, en el positivismo, la anécdota hablaba de una parte del Espíritu, ahora, el neopositivismo ha trasladado todo fenómeno emocional como algo extrínseco a la materia de conocimiento. Vivimos así el siglo de los sucedáneos, del triste y tímido desconsuelo erudito.

La palabra de Borges cifrando posibles verdades entre las ficciones, los actos de Don Quijote más reales que el paródico mundo real, ese que todos imaginamos en su lógica consentida. La voz del silencio entre los versos, palabra y palabra realizadas en la sucesión, fragmentos de ideas dándose forma simultáneamente.

Llegamos al siglo del silencio, el que ha sepultado la anécdota y sus posibles convulsiones. La vida ha sido extirpada del ya decrépito horizonte de las ideas, más desconsoladas por su devenir que por sus pérdidas. La Razón se ha vuelto loca irónicamente, sin que pueda afirmarse en su negación. Existe una aceptación parcial y un disimulo en toda relación de significados comunicativos, los sentidos se bifurcan como ramas planetarias.

Toda posesión exige la resolución de un ideal, se resume así que la posesión es el efecto de la necesidad, pues todo poseer implica un desear. La anarquía es imposible en esta dualidad ética e irrealizable como “vía media”.

La palabra “desposesión” incluye en sí misma la de “posesión”, se refleja en ella, nos llega devuelta como reflejo contrario. Ese reflejo antecede al sentido, pues el prefijo “des” se complementa al de “posesión” determinándole su carácter actualizado y adjetivado de “no posesión”. La “otra vuelta de tuerca” está dada en nuestro análisis de la lengua. Nosotros la vemos porque la usamos, está con nosotros porque convive con nosotros. Necesitamos de sus signos porque ellos significan, nos significan.

El silencio nunca termina ni empieza de realizarse si no le añadimos una causa, la del sonido. Debemos pensar, por tanto, que la historia nos devuelve el sentido de sus sonidos. Ofrece causas para que se sorteen el silencio y el sonido realimentándose en su devenir.

El fin de la historia es la causa que ha conducido al hombre hasta allí. La conciencia del hombre es el fin a salvaguardar: su mirada, no su pervivencia. En el pervivir no hay progreso sino pausa prolongada de vida, inmutable y lógica. En el devenir hay un sentido, una atmósfera de tiempo abstracto.

La historia tiene devenir, no tiempo de pervivencia. La historia no tiene fin pero sí pervivencia de su búsqueda, en algún lugar, quizá, de la memoria colectiva. Los universos pueden ser paralelos, no sólo espaciales, sino sincrónicos en el tiempo. Los pasos del hombre tienen la capacidad de multidimensionar la realidad: haciéndola infinita e intangible. La conciencia –o no conciencia consciente- cifran el sentido de sus experiencias aprehendidas, establecen la respuesta al cerebro para que éste lo ejecute en sus múltiples formas de lenguaje.


El fin nos salva de las consecuencias cuando éste no tiene principio.

1 comentario:

Luis Guillermo Franquiz dijo...

José Manuel, ¡un texto magnífico! Extrañaba tus polémicas disertaciones filosóficas. En verdad, las disfruto mucho. Me permiten atisbar un poco hacia esas realidades alternas que algunas veces percibo. Gracias.

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