En estos días de agosto,
todavía son muchos los que inician sus escapadas vacacionales y también los que
ya han regresado de las mismas. Todo regreso representa siempre esa vuelta a
Ítaca, a nuestro hogar. Un regreso que, de algún modo, siempre nos transforma.
Pero a veces puede resultar complicado apartar de nuestras vidas el ritmo
vertiginoso que el día a día nos impone, e incluso saber parar cuando las
circunstancias nos ofrecen ese tiempo de pausa. Cuando conseguimos que el ocio
y el descanso nos envuelvan, entramos en una especie de felicidad temporal que
llega a suponer, cuando regresamos a casa, un duro golpe o trauma al
encontrarnos de nuevo la realidad que dejamos cuando nos fuimos. Recuerdo ahora
fragmentos del poema Ítaca de Cavafis: Cuando
emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras,
lleno de experiencias. [...] Que muchas sean las mañanas de verano / en que
llegues -¡con qué placer y alegría!- / a puertos nunca vistos antes. Anhelamos encontrarnos
con nosotros mismos, con lugares que nos recuerden que estamos vivos y que es
todavía posible soñar nuevas y largas travesías. Pero tal vez sea desmesurada
tanta espera y abnegación para tan poco tiempo de libertad. Haciendo de la
espera un desespero y del momento presente un deseo futuro de nosotros mismos.
Por eso, invitaría a sentir que ese viaje a Ítaca sea verdaderamente largo, que
no se apague con el regreso de las vacaciones, que perdure interiormente y se
integre en nuestras vidas esa felicidad que merece ser vivida a cada momento.
De no ser así, la ciudad nos seguirá allá donde vayamos, ese mundo a cuestas
que arrastramos, olvidando que nuevos mares e islas esperan a ser transitados
cada día.
La Tribuna de Albacete, 20-08-2014
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