Pasados
ya sesenta y cinco años desde la fundación del estado de Israel y del primer
conflicto con Palestina, nada más establecidos los judíos en lo que
consideraban su “tierra prometida” (ya 750.000 palestinos huyeron o fueron
expulsados de su hogar), no han cesado los macabros conflictos por la lucha de
ese territorio. El principal argumento de Israel es bíblico: Dios prometió a
Abraham esa tierra a los judíos. Tras la Segunda Guerra Mundial surgió la
necesidad de crear un estado artificial para asentar a un pueblo masacrado y
desolado por los nazis. Pero todas estas razones y este largo recorrido de
guerra y paz no deja de marcar un capítulo de la historia que parece
irreconciliable y que pone de manifiesto la dificultad de dos pueblos para aproximarse
y saber buscar acuerdos de forma pacífica. Sin duda, el trasfondo es religioso,
por este motivo la negociación más difícil siempre ha sido y será Jerusalén,
pues ambos pueblos luchan por el gobierno de la misma, debido a la importante
simbología que para cada uno representa. Y una palabra tan importante en la
historia como “religión”, causa de guerras, atentados y discordias perennes,
nos hace olvidarnos de su sentido verdadero, ya inscrito etimológicamente en su
raíz léxica, si vemos que “religión” viene del latín “re-ligare”, que significa
reunir, volver a unir. ¿Será posible lograr esa unión? ¿Sería quizá ése el
comienzo de una nueva y verdadera religión? Es decir, aquella que sea capaz de
unir a los pueblos, a las personas, y no de separarlos y enfrentarlos
constantemente. Algo hemos de aprender aquí, si queremos comulgar con el
verdadero sentido de aquello que sostiene nuestras creencias más profundas.
La Tribuna de Albacete, 6-8-2014
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