El
progreso ha sido, desde la modernidad, el paradigma de nuestras aspiraciones,
ese espejismo en el desierto en forma de oasis magnánimo y reconfortante. La
idea del progreso, a mi entender, ha supuesto una de las causas de las grandes
crisis de nuestra civilización, teniendo su cenit más trágico en la II Guerra
Mundial. Si el progreso, en sí, entendemos que no es bueno ni malo, sin embargo
olvidamos replantearnos la cuestión de si realmente esta idea existe realmente
o es solo un constructo teórico, psicológico, que de alguna manera ha
condicionado, de forma negativa y paradójica, nuestra evolución. No es
coincidencia que en esa modernidad, a partir de la segunda mitad del siglo XIX
y principios del XX, hablemos de teorías que cambian radicalmente la concepción
de la naturaleza o de la sociedad humana, como son la "teoría de la
evolución" de Darwin o el comunismo (materialismo dialéctico) de Marx. No
es coincidencia que el desarrollo de la ciencia, con la revolución atómica,
asuma ese papel de demiurgo y de sostenedor de nuestros destinos. Hablamos, en
cualquier caso, del desarrollo de una conciencia humana, de una mente
relacionada con su entorno y en constante comprensión del mismo, que va
asumiendo una interpretación aparentemente causal de la realidad. Digo aparente
porque la causalidad, operación racional, no es observable sin un motivo lógico
que la abarque desde su propia visión conceptual. Por tanto, nos hallamos ante
el paradigma de una razón que creíamos que era nuestra conquista y sin embargo
vamos comprendiendo que es ella la que nos domina y limita, la que nos ha
conquistado.
Si
nos adentrásemos en territorios más metafísicos la cuestión del progreso iría
unida al concepto del tiempo, germen de toda mirada racional, y que está siendo
ya puesto en tela de juicio no ya sólo desde la filosofía incluso hace más de
dos mil años, sino también desde la misma ciencia contemporánea, que observa
fenómenos que parecen no responder a procesos causa-efecto ni a una continuidad
o linealidad temporal. Pero, como digo, sin entrar en esta metafísica del
tiempo de la que Ortega o Heidegger podrían bien ilustrarnos, volvamos a llevar
la mirada al progreso desde un punto de vista social y humano. No cabe duda que
nuestros derroteros han girado en torno a él, en una constante lucha por
alcanzar algo más, por asumir que este planeta, que esta vida, tiene una
finalidad evolutiva en la que lo mejor está siempre por llegar. El progreso se
convierte así en una aspiración vital, en un valor, que nos ha llevado a un
punto en el que al menos, merece la pena reflexionar. Reflexionar si realmente
este constante crecimiento tiene un límite, si los miles de millones de
habitantes que ocupamos el planeta podemos aspirar a un mismo bienestar
material para todos. Pues si buscamos la igualdad material tal y como hoy la
concebimos, como la buscó el comunismo, ¿podría realmente este planeta
soportarlo? Miles de millones de coches, teléfonos móviles, ordenadores,
microondas, televisiones, etc. ¿Puede concebirse un progreso materialmente
exponencial en un planeta físicamente finito?
Creo que la reflexión no
alude directamente al progreso como tal sino al perturbador materialismo
asociado a él. Y es ahí donde posiblemente está el origen de toda crisis
moderna, por mal que nos pese reconocerlo. Espero que llegue pronto el día en
que algún político sincero se atreva a hablar abiertamente de ello. Quizá ese
día, pues los políticos no son más que un espejo de la sociedad que tenemos,
por mal que nos pese también reconocerlo, si llega, es porque algo importante
habrá cambiado en nosotros. La naturaleza, frente a la idea del progreso, nos
da su respuesta cíclica. La noche y el día en continua repetición, así como las
estaciones climáticas. El tiempo circular, que ya evocaba Nietzsche a través
del eterno retorno o en el hinduismo con los yugas o ciclos cósmicos, nos
hablan de un a concepción de la realidad más primitiva, más sagrada incluso
como advierte también el teólogo Mircea Elíade. Una comprensión del tiempo en
consonancia con la naturaleza, desligada de esa búsqueda ilimitada de bienes
que sólo nos llevan hacia un rascacielos sin sentido y babilónico. Cuando nos
paramos a reflexionar sobre este asunto, pues las circunstancias imponen que lo
hagamos, la razón advierte las paradojas de sus impulsos y se ve obligada a
advertir la situación crítica en que nos encontramos, el ahogo de la
civilización en su propia piscina. Ese no querer mirar directamente la realidad
agrava más el problema. Sin embargo, algo nos dice que nosotros, mortales,
formamos parte de esta misma naturaleza que habitamos, y, pesar de que mejorar,
comprender, sea achacado al progreso, es incluso mucho más esperanzador pensar
que siempre todo cambia para que vuelva a ser como antes, como apunta aquel
libro tan sabio, "El gatopardo". Y es esa misma sabiduría la que
hemos de volver a rescatar, la que llevamos dentro, la que un día expresaron
Confucio, Sócrates, Heráclito, Lao Tse, Buda, Jesús... hace miles de años.
Porque nosotros, a pesar de las apariencias, seguimos siendo los mismos.
Diario La Verdad, 3 de junio de 2012
2 comentarios:
Excelentemente explicado. Es necesario un cambio de paradigma, un cambio de enfoque y de dirección. Nos hemos quedado obsoletos y queremos seguir remando mientras nos seguimos hundiendo. El supuesto progreso no es tal cuando también crea atrasos, los cuales nos quedan fuera del alcance de los ojos o nos empeñamos en sacarlos de nuestra vista. Está claro que este progreso será el idóneo y correcto para aquellos que intencionadamente quieran más que el resto o no les remueva demasiado la conciencia el hecho de que sus decisiones creen más desigualdad e injusticia...palabras que no debieran estar tan gastadas pues ya se normalizaron: como si no pudiera existir -progreso- sin ellas. Quizá es el sujeto de la frase anterior el que debiera ser cuestionado. Además el engranaje es perfecto pues envuelve al cómplice en una trampa, por la cual se cree desinformado y sin verdadera opción de cambio, aunque es, junto con el resto de manada, la pieza angular del constructo. Como bien explicas, el progreso como concepto puede ser cuestionado por la relatividad del tiempo, ese gigante que nos lleva a cuestas y que ha sido creado por nosotros mismos (como la niña gigante que sigue a la niña real de "El sabor del té") y también por la mirada comunitarista que parece imposible sostener si el planeta entero girara hacia occidente. Hace falta darnos cuenta de que el maniqueísmo no basta para explicar el punto en el que estamos y que todos hemos conformado, y sólo así podremos avanzar hacia otro progreso en el que prime el respeto por todo aquello que te da vida, animado o inanimado, conocido o no conocido, así como tú convives y mejoras la vida de los demás.
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