El ser humano, libre en esencia, experimenta, con el capitalismo, la urgencia de su libertad. El mundo nuestro, llamado moderno o posmoderno, heredero del concepto de libertad reivindicado y puesto en práctica con gran empuje en los últimos siglos, se ve a menudo inmerso en la agobiante responsabilidad que infringe la pregunta de qué hacer con la libertad conquistada. Mientras muchos no terminan de creerse todavía que exista realmente esa ‘libertad’, alegando que las sociedades son todavía esclavas del propio sistema, gobernado por unos pocos en los cuales reside la soberanía económica, otros tantos se conforman con la limosna de una libertad ejercida con más esfuerzo que placer. Y más allá de todo eso, lo cierto es que el tiempo, la fracción necesaria para ejercer la vida, parece estar sometido a unas circunstancias que determinan las formas y elecciones que uno puede ir adoptando en su discurrir personal. Todo subsiste sometido a esa urgencia antes citada, a una especie de incertidumbre que no deja lugar para el sosiego, enredados en un juego que no permite descanso si se desea seguir en él sin quedar eliminados.
Grecia sufre desde un tiempo –más que nadie, en nuestro mundo occidental- las calamidades que acarrea una terrible crisis económica, poniendo en evidencia toda la sostenibilidad de un sistema, de un pueblo. Y no sólo en ellos –aunque lo viven de forma directa- reside el desasosiego, sino en el propio sistema capitalista occidental. El hecho indiscutible de la globalización reporta una virtual desaparición de las fronteras que nos hace vivir muy de cerca los problemas que acontecen relativamente lejos, lo que sin duda hace del sistema que se torne mucho más frágil, sujeto a contratiempos y noticias de última hora que perturban la estabilidad de las naciones, especialmente en sus relaciones económicas, que parecen llevarse a cabo sobre un terremoto constante. ¿Y a estas alturas, me pregunto, no conviene aseverar humildemente aquella máxima de Lope de Vega: “más vale pobreza en paz, que en guerra mísera riqueza”? ¿O, acaso, no estamos hablando de una forma de guerra el tumulto interior que vive la esperanza del destino de los hombres, ajenos del campo de batalla que tiene lugar en Wall Street y en lugares semejantes? ¡Con qué frialdad virtual se mueven los hilos del destino del mundo en este tiempo nuestro que vivimos!
Ya un griego, hace mucho tiempo, nos sugería mirar hacia dentro para comprender lo que pasa fuera. Nos llamaba a ejercitar el pensar con el fin de no ser esclavos de las ilusiones de los sentidos y deseos: de la ignorancia. Proclamaba la filosofía como medio para sanar el alma, conocerla, y ser felices. Exclamaba, me refiero, evidentemente, a Platón, que “lo que deseamos es la verdad”. En su “Fedón”, recogiendo la voz última de Sócrates antes de ser enmudecido, Platón nos confiesa que “los poetas nos están recordando siempre que no oímos ni vemos nada con exactitud”. Para Sócrates la filosofía “era la música más excelsa”, pues en esa búsqueda incansable de la verdad la mirada del alma –que “aspira a alcanzar la realidad”- se orienta hacia sí misma hallándose ahí el canto más sincero de la libertad interior, aquel que es ganado por la conciencia y que no nos podrán quitar nunca. Quizá nuestra sociedad esté olvidando cantar de esta forma, desde el interior, buscando dentro la luz que vemos fuera. Si la economía dejase de ser un fin y se convirtiese exclusivamente en un medio, posiblemente ganaríamos muchos alivios y paz futuras. Si todas nuestras energías no se proyectasen únicamente hacia ese foco, posiblemente no seríamos constantemente cegados por el espanto del no-ser causado por el miedo a no tener. Posiblemente habría para todos al no necesitar, o, al menos, nos contentaríamos con lo realmente necesario. ¿Otra vez la utopía? Creo que únicamente resuena cierto tipo de esperanza, aquella que desoyen los poderosos, pues se encuentran siempre al otro lado, dando a Sócrates la cicuta.
1 comentario:
Interesante reflexión....
Quizás ir contra corriente y pensar en la posibilidad de cambiar hábitos que nos hagan vivir mejor, consumiendo menos....
Quizás un consumo responsable, consciente y transformador, para satisfacer la verdadera necesidad, como tú tan espléndidamente has apuntado...
Salud...!
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