“Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de maneras diferentes; ahora lo que importa es transformarlo”, escribió Karl Marx en tiempos de grandes desigualdades sociales. El mundo, evidentemente, se transformó, pero “interpretando” a su modo el cambio: limitándolo a la mediocridad humana. El poder de la palabra lleva consigo el poder de la acción: el movernos hacia ella. Pero, ¿cómo armonizar acción y conciencia, poder y bien?, ¿cómo lograr que todos los principios de la acción humana estén supeditados a una virtud ética: a una especie de imperativo categórico o “perfecto” actuar?
¿Perfecto? Disculpen, estábamos hablando del ser humano.
Les contaré una historia. En un lugar de la antigua Unión Soviética una adolescente sueña con irse a América a vivir para dejar la pobreza y miseria de su tierra, donde apenas puede sobrevivir. Su mejor amigo, un niño, se plantea suicidarse para perderse de la triste realidad y también, por el mismo motivo, se droga con pegamento. Estas son algunas líneas argumentales de “Lilja 4-ever”, una película de Lukas Moodysson del año 2002. Son ciento nueve intensos minutos, llenos de esperanza y desesperanza y de un realismo crudo propiciado por los resquicios de un sistema comunista que fracasó.
La joven Lilja, de 16 años, se ve obligada a prostituirse para poder sobrevivir en su país. Después viaja a Suecia creyendo que allí le espera una vida mejor, así se lo promete su presunto novio: pero éste no es más que un impostor. Todo resulta una farsa y Lilja se ve convertida, en Suecia, otra vez en prostituta, pero esta vez como esclava de una mafia. No les contaré el final: tan sólo decirles que no termina bien. ¿De qué otra manera podría terminar?
Posiblemente este tipo de historias sucedan todos los días. Siempre que exista pobreza y miseria estas cosas ocurrirán porque “el hombre es un lobo para el hombre” y siempre los más fuertes se comen a los más débiles.
En el caso de la prostitución la mujer, y también el hombre, queda convertida en mercancía, en objeto de consumo, en un servicio más para el consumidor. Cuando la prostitución es ilegal siempre pierden los débiles ya que sus derechos quedan vulnerados y no tienen posibilidad de reclamar su dignidad. Pero cuando la prostitución es legal, como en Holanda, ¿entonces, qué? Sin duda esta pregunta conlleva un delicado cuestionamiento.
La prostitución ha existido siempre, ya en la sepulta Pompeya se pueden observar las pinturas de prostitutas en los lupanares. El negocio del cuerpo como objeto de placer siempre ha sido y será rentable. Y en una sociedad enferma este negocio no es más que un reflejo de la enfermedad del hombre mismo, de su conciencia y moral pervertidas.
Pobreza y riqueza, cultura e incultura. Dos cuestiones importantes.
El mundo cierra los ojos a la explotación de sus semejantes. La justicia y la policía actúan por inercia: pero todos sabemos que mucho más se podría y debería hacerse para terminar, de una vez por todas, con los grandes sometimientos humanos que acontecen todavía en el siglo XXI.
Pensar soluciones a este tipo de injusticias tal vez pueda convertirnos en ilusos, en benditos idiotas que no comprenden, aún, cómo funciona el mundo. Pero merece la pena ser un bendito idiota. Aunque es necesario algo más que eso para cambiar las cosas. Es necesario actuar. Quitar la razón a este sistema que parece habernos condenado al silencio por un puñado de euros que va a parar a los centros comerciales. Al consumo. A la demencia del “tener” por encima del “ser”. El “ser” mediocre es aquel que reconoce al dinero como su cualidad metafísica más importante. ¿Qué es el hombre sin dinero, entonces? Sencillamente, no es.
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