Ya
parece que pasó el tiempo de la indignación, los fulgores del famoso 15-M
español, la búsqueda de un cambio social en comunión pacífica y asamblearia. Volvemos
al tiempo del conformismo, de mirar para otro lado, permitiendo los abusos del
poder a cambio de casi nada. Pero eso es el conformismo, afirmar que casi nada
es ya más que nada, y sentirse pagado con eso. Creo, como los ascetas
cristianos o los budistas, que “no es más rico el que más tiene, sino el que
menos necesita”, pero hay límites que ponen en tela de juicio toda ascética
mundana, cuando se atraviesan regiones que atentan contra la dignidad humana y
simbolizan cánticos hondos de injusticia. Mientras en los medios se homenajea a
banqueros que lo dieron todo por su país, pero que jamás perdonaron un céntimo
de euro a quienes incluso tuvieron que dejar su casa, embargada, y sin ser
beneficiaros de esos generosos mecenazgos sobre los que tantas crónicas se
redactan. Vivimos en un país donde los héroes han sido sus más claros verdugos,
no en términos de macroeconomía y comercio internacional, sino en términos de
llegar a fin de mes y comprar el pan de cada día. Por eso, la sociedad necesita
volver a retomar el poder que emana de ella misma, no para hacer abuso de él,
como hace el gobierno o los banqueros, sino para demostrar que todavía existen
valores de solidaridad, generosidad o justicia social; y para hacer cumplir
esos valores. Y todo eso pasa por una nueva indignación y un ímpetu rebelde sin
titubeos. Pues es necesaria una rebelión, ante esta sumisión involuntaria, una
voz unánime, ante esta voz ensordecedora del poder que cada día nos impide
escuchar nuestra propia voz. La voz del pueblo.
La Tribuna de Albacete, 17-9-2014