El próximo día 1 de abril y hasta
el 30 del mismo mes, Alejandro González López (Alo) expondrá en el Bar Raíces
de Albacete (Calle Cristóbal Colón, 7) una serie de pinturas realizadas en
carboncillo sobre papel algodón, titulada “Atmosférica”. Alejandro González
vive y trabaja en Albacete, fotógrafo y pintor de formación autodidacta, nacido
en esta misma ciudad el año 1979. En esta exposición encontramos un tema
central: la naturaleza y el paisaje, tema que ocupa parte fundamental de su
obra. Con esta muestra Alo nos ofrece su último trabajo, el cual estamos
invitados a visitar en este mes de abril. A continuación les dejo mi impresión
personal sobre estas pinturas y les animo a visitar la exposición estos días;
visita que, sin duda, les será provechosa y llena de interés.
Contemplemos la desnudez sin
ornamento, la visión clara que trasciende los contrastes, jugando con ellos,
unificando una mirada conjuntiva y reproductiva de belleza: la belleza
asombrada de la luz de los instantes, del paisaje revelador de una atemporal
sincronía con la naturaleza y con el sueño, con la tierra y con el espíritu,
con la piedra y con el poder que la encarna, poder que otorga alma y presencia,
vida en la inercia, quietud en lo más hondo del latido de lo vivo.
Los paisajes de Alo, embebidos de
una atmósfera ingrávida y envolvente, aluden a una conciencia sutilmente
matizada, expresada en su esencia más primitiva, dejando al espectador la
oportunidad de completarla para añadir la verdad propia a lo insinuado, para
explorar y configurar por sí mismo un escenario interior que emergerá de la
mágica transmutación de los polos opuestos, del yin y del yang, del blanco y
del negro, dejándonos formas tan abiertas como el Tao, tan inexpresables como
claras y visibles en lo profundo de nosotros.
En la contemplación sin
artificios el alma se muestra original, siempre sin concluir, continuamente
naciendo en la inocencia de una honesta virginidad de trazos, visiones y símbolos
eternos. Se siente la forma antes de la forma, se huele la tierra en su
traslúcido aroma de éter, húmedo y eclipsado; y se saborea, se toca, ante todo,
un silencio, un sentido de no temporalidad, una hermandad con los elementos
nacida de un abrazo íntimo y esencial con la naturaleza y con su misterio.
La montaña y la roca, la nube, la
nieve y la niebla, el horizonte y su atmósfera de vapor y luz, el abismo del
agua, la oscura huella de lo desconocido, el movimiento del aire trayendo
certezas de lúcidas visiones arraigadas en la cima de piedra, en el cénit de
los cielos, en la palpitación y en los torbellinos del alma, comunicada y en
comunión con los elementos de la materia y con su impulso sagrado, el éter.
Éter hecho arte, armonía estremecida, belleza incontenible, organismo ascendido
y espiritualizado, vivificado, como raíces brotando, como llamaradas callando,
como brumas amándose y consumando destellos sagrados.
La naturaleza vibra, como un
mantra, concibiendo un paisaje, un eco, una imagen que resuena en nosotros
-reflejos de esa misma naturaleza- atravesando la conciencia de los elementos,
las capas gaseosas de los cielos, las mareas de oxígeno y de hidrógeno, desde
el aire atmosférico, desde el helio de las estrellas, para ver que todo está
aquí, que la fuerza y misterio del universo desemboca en una montaña desde la
cual podemos escalar al Big Bang, pues la cumbre de la Tierra es la cumbre del
espíritu, la intuición y la realización del vuelo, más allá de la materia,
hacia los inexplorados confines del éter. Contemplemos pues, la desnudez sin
ornamento, la mirada fiel de unos paisajes que nos contienen y nos desalojan de
toda superficialidad, alojándonos así en la consumación de una materia
espiritual tan íntima como sublime y misteriosa.
Diario La Verdad, 31-03-2013
Enlace a la web de Alo: http://www.mundoalo.com/
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