“Los tiempos están cambiando”,
cantaba Bob Dylan hace ya medio siglo, entonando una protesta que seguiría
durante el resto de los años sesenta –el llamado “movimiento hippie”- y que,
con la guerra de Vietnam de por medio, marcaría un antes y un después para las
jóvenes generaciones de entonces. Los tiempos, a pesar de lo que pareció
soñarse, no fueron a mejor y el mundo ha seguido padeciendo guerras,
injusticias sociales, pobreza, contaminación, desigualdad, etc. Todo ello se
resume en una lucha de intereses llevada a cabo por los instrumentos de control
y de poder, por países, grandes empresas, entidades financieras y un sinnúmero
de organismos e individuos que siempre han aspirado a conquistar una porción
del pastel mundial. El capitalismo ha sido hasta nuestros días la bandera de la
globalización, el punto de arranque de un sistema cada vez más inflado en sus
aspiraciones. Parece que el globo está a punto de estallar, pero eso no impide
que las verdaderas políticas de expansión se sigan rigiendo por las mismas
máximas de actuación, centradas en sus posiciones en los mercados, en las
subidas o bajadas de la bolsa, en el crecimiento financiero a costa de un
pueblo que, con todo ello, se ha convertido en deudor y en eterno e
involuntario alimentador de este sistema. La libertad, en este caso, no es un
concepto apreciable –pues es controlada y manipulada escrupulosamente- y el
sistema resulta invulnerable. Ya han pasado unos cuantos años desde que
empezamos a oír hablar de “crisis económica” y algo nos hace sospechar que la
crisis vino para quedarse, suponiendo una excusa perfecta para ejecutar
recortes sociales que ponen en la cuerda floja al llamado, ya suena a nueva
utopía, “estado de bienestar”. Cada día oímos en los telediarios un nuevo
recorte en materia de sanidad o de educación, los pilares básicos de un estado,
y el pueblo no tiene otro remedio que acostumbrarse con resignación o salir a
la calle para recibir represalias de gélidos y voraces antidisturbios. Creíamos
que los tiempos estaban cambiando hace unas décadas, seguramente cambiaron
muchas cosas necesarias -gracias a las que hoy podemos expresarnos con algo más
de libertad que entonces- pero más que nunca necesitamos que los tiempos
vuelvan a cambiar y, sobre todo, que esa canción sea cantada de una forma
unánime y mayoritaria, si queremos ser escuchados.
Muchas voces críticas con el
sistema animan a los ciudadanos a que recuperen el mando de su libertad,
haciendo así que resucite esto que llamamos “democracia”, que en realidad es
una “mercadocracia”. Los políticos, que representan al pueblo, sirven al
mercado, al poder, y, al contrario que Robin Hood, roban con descaro a los
pobres para entregárselo a los ricos, quienes nunca tienen suficiente. Los
bancos exigen que los estados inyecten billones de euros e impunemente reciben
tales cantidades a fondo perdido, mientras que los ciudadanos dan también hasta
el último céntimo en intereses a sus entidades bancarias y si deben más de la
cuenta son embargados sin escrúpulos. La sociedad –finalmente- observa
pasivamente una situación que no le queda otro remedio que aceptar. ¿Hasta
cuándo? ¿Cómo cambiar esto?, son algunas preguntas que retornan sin respuesta,
pero preguntas necesarias . Podríamos llamar a esta sociedad y a las
generaciones presentes la “sociedad de la decepción”, pues en esto, casi todos
están de acuerdo. La decepción es unánime. Decepción con la manera de llevar
las cosas y con las políticas asumidas como solución. Nadie quiere que le
quiten para seguir teniendo menos cada día. Y esa es la única política de
actuación que vislumbramos, la única solución que irónicamente nos ofrecen.
Acaso esperando un milagro, un eclipse solar del que llueva dinero o una idea
brillante de algún gobernante –que no llegará- que resuelva este entuerto.
En general, el problema concierne
a la especie humana como tal y a su paradigma o cosmovisión mental. El problema
viene desde hace mucho, quizá desde Darwin y de cómo se inventó una forma de
vivir en el mundo alejada totalmente de la realidad. (Dejemos esto para otra
ocasión). Pero lo que no podemos olvidar es que este planeta no podría
sobrevivir sin la mutua colaboración de las especies que lo componen, y si
obviamos esta crucial, definitiva cuestión, iremos siempre contra natura. En la
naturaleza no hay competición, hay colaboración. ¿Se comporta de igual modo el
ser humano? Investiguemos esto, razonemos con honestidad, profundicemos hasta
agotar todas las posibilidades de respuesta. Todas las respuestas son
necesarias, abren nuevos campos, arrojan nuevas semillas al entendimiento y
comprensión de nosotros mismos. Vivimos un punto de inflexión en el que bajar
hasta el fondo o subir hasta el cielo depende más que nunca de dónde dirijamos la
mirada. Ante todo, no lo olvidemos, nosotros tenemos la respuesta. Y es nuestra
obligación –un compromiso con la libertad y con nosotros mismos- el buscarla.
Los tiempos, hemos de entonar con firmeza, deben cambiar.
Diario La Verdad, 16-12-2012
1 comentario:
Qué buen artículo!
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